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Revista BuCLE

Sombra que sempre me asombras

Comentaba hace tiempo mi amigo Diego, ingeniero de montes y avezado naturalista, que, desde el punto de vista técnico, la sombra es un recurso forestal, como lo son la madera que generan los árboles, el CO2 que absorben o los frutos que puedan dar. En las parameras, cerratos y yermos castellanos, bajo un sol de justicia, la vida se hace muy difícil y solo sobreviven las aulagas, los cardos, algunas malvas y otras plantas de escaso porte. Los animales se refugian en los sombríos y vallejos, buscan la fresca, beben quizás de alguna vieja fuente o manadero que ya nadie recuerda y esperan, pacientes, la caída del sol. Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando, soñaba Machado.


En el devenir de lo humano, las relaciones sociales y el conocimiento siempre han evitado los deslumbrantes rayos del sol. Los primeros pensadores griegos comunicaban su saber bajo las tupidas hojas de la higuera, el claustro fue lugar de oración, discusión bizantina y reflexión durante siglos y el pueblo –la gente que dice nuestro aló-presidente Sánchez, y antes el genial Mingote– siempre ha conversado en el umbral, donde no faltaba el botijo o, en la casa del rico, el porrón de vino enfrescado en el agua viva del pozo. En los días más fríos del invierno, los hombres se juntaban al resguardo del norte en alguna pared solanera, pero, bajo los mortecinos rayos del sol, buscaban la chanza, el refrán, el recuerdo de la fiesta al terminar la cosecha. El asombro, motor del saber humano, es hijo de la sombra.

Y aquí y ahora, en la penumbra de mi habitación, iluminado por una lámpara con bombilla de bajo consumo y por la luz azul de la pantalla de word, me asombra cómo se ensombrece el futuro. Con lo listos que parecemos, que planeamos mandar una misión tripulada a Marte, que hemos desentrañado el código genético de una medusa inmortal, y nos seguimos dando garrotazos como si los civilizados fueran otros, las hormigas, los vencejos o los árboles de ribera. Las sombras de una compaña de fantasmas vuelven a recorrer la vieja Europa, la Europa romanizada, la Europa renacentista, la Europa ilustrada, la Europa socialdemócrata, la Europa unida: el fantasma del nacionalismo, el fantasma del populismo, el fantasma de la posverdad y el fantasma de la xenofobia. «Y el Putin, que no es un fantasma, sino un hijo de puta» –palabras textuales del técnico que me ha revisado la caldera del gas esta mañana– aunque seguro que su madre era una dignísima señora.


Ya ha pasado la calor –a la sombra de una sombrilla en el verano...– y empieza un curso otoñal, nuboso y gris. Qué buena estaba aquella ensaladilla, y qué caro está todo.


El socio n.º 3

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