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Soledad (XXI)

Querido Javier Marías.


Hoy la Edad te ha jugado una mala pasada, amigo (no eras tan viejo);  el Sol ha decidido borrarse definitivamente de tus ojos. Y punto.


Cuántas noches, Marías, Soledad te buscó allá en Madrid, en todos los lugares de Chueca, de Huertas, Princesa, de Malasaňa y Lavapiés... Por todo Madrid te buscó, también hurgando y merodeando por los alrededores del Palacio Real, donde ella creía que residías, Marías, compañero del alma, tan temprano todavía.


Soledad soñaba con contarte muchas cosas, amigo, por decirte, hacerte reconocer que la palabra es camino, como tus frases haciéndose inmensidad, camino abriendo más caminos, inmensos senderos que se bifurcan en mil sendas sin solución de encuentro (¡oh, gran Borges!): sendas nunca dibujadas por delineante alguno, caminos que imaginan pisadas imposibles, –hambre de andar para encontrar– entre las frágiles páginas de un libro: una hoja de papel que fue hoja de árbol para regalarme un mundo de maravilla, de belleza y de dolor.


Soledad se imagina muchas veces todavía en su vida en muchos de esos lugares (Soledad no es muy viajera, pero siempre te persiguió) para que le contaras, Javier amigo, un cuento de Cenicienta a su medida... Y ella sonreír y sonreír bajo el cielo grisazul de la nube de tus cigarrillos.


¡Y qué feliz así, Soledad, teniéndolo todo sin esperar ya más nada!


Hoy has muerto, amigo. Soledad no sabe ya si volverá alguna vez más a Madrid, porque su hada madrina de ojos cansados y sonrisa crispada, sí, de esos ojos que  escondían un corazón demasiado blanco bajo las espirales grises del humo que escondían tu fragilidad, tu alma, que ya no era ni siquiera solo la tuya, sino la de tantas otras almas sin nombre, sin identidad, sin ni siquiera cuerpo al que poder reclamar derecho alguno de ocupación indebida, quizás sin ley..., ya no está.


Soledad se siente un tanto frustrada porque su ídolo no le comentó estos últimos planes de morir que tu muerte ha decidido emprender en soledad, sin avisar a nadie...


No te culpo, Sueño; solo te reprocho que me hayas dejado tan sola una vez más, después de tanto tiempo persiguiéndote, esta vez sin esperanza de renovación de contrato imaginado.


Descansa en pax, amigo. Pronto, cuando consiga liberarme de mi madrastra mala, te encontraré por fin, te veré, te respiraré... Y, entonces no habrá más regreso ni negativa.


No sé si eras muy creyente o demasiado poco, pero ese Dios en el que quizás nunca creíste ha de guardarte en su Gloria, solo por el chorro de belleza que nos has regalado a cuentagotas a todos cuantos te admiramos y ya (¡ay!, que diría Umbral) te añoramos tanto.



Ana Rosa M. Portillo
2 comentarios

2 Comments


Guest
Sep 14, 2022

Magnífico escritor

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Guest
Sep 14, 2022

Precioso. Un gran homenaje a Javier Marías y a su legado e historia.

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