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Soledad (XVIII)

Hoy se ha conmovido Soledad observando el ala leve de un gorrioncillo que parecía rota... Se ha conmovido Soledad, sí, y ha pensado en si le podría ayudar con un trocito de su uña o con un pedacito de su sentimiento sinceramente solidario.


Soledad, mientras estudiaba de reojo los torpes movimientos del pajarillo, piensa que no, que sus pequeños deseos de generosidad no le van a servir al ave.


Soledad se concentra entonces en su vermú y en sus aceitunas (tan ricas siempre, tan saladas también); no quiere que el gorrión se percate de la atención que le está prestando...


Soledad mira hacia un lado y hacia otro, mientras escupe los cucos de las aceitunas (que esta vez no son rellenas, como a ella le gustan). Se pregunta si los pájaros, quizás, tienen Edad, como ella, o tal vez no. Observa con claridad que ese Sol implacable y magnífico sí lo daña, como a ella; sí le pone arrugas en esos ojillos tan graciosos que solo posee el gorrión y que permanecen fijos en no se sabe dónde, mientras la cabecita se mueve a un lado y a otro con una velocidad increíble, y que a ella siempre le hace reír.

Para Soledad, el gorrión es el más sencillo, hermoso y divertido de los pájaros (aunque ella no conoce muchas especies y es prácticamente ignorante en ornitología). Soledad reconoce que la gaviota es mucho más hermosa: más esbelta, más grande, con su blancoplumaje pureza y su dorado pico... Y cuando emprende el vuelo... ¡ay, madre, qué hermosa la gaviota, de súbito avión de plata cicatrizando el cielo! Pero ya ahora, por desgracia, madre, la gaviota se hizo carroñera, como todos los pájaros, como todas las personas, y el aliento que exuda su pico de sol alargado, hecho cometa, huele a vertedero.

¿Y qué decir, madre, de las palomas...?

Soledad recuerda que, cuando era pequeña, en la Plaza Cataluña de Barcelona, sus padres la llevaban a ver las palomas que allí eran espectáculo y ocasión para turistas (entonces en Burgos no había ninguna, ni se soñaban).

Soledad lloraba en el suelo de la plaza, aterrada por las palomas, mientras sus hermanos se reían de ella, por cobarde, por pusilánime y por miedosa. Luego, con vergüenza, Soledad recordaría que, en su pánico, olvidaba el decoro, y le mostraba sus braguitas blancas a las soeces palomas...

[Porque, Soledad, una vez fue normal: tuvo padres, hermanos, incluso amigas..., hasta que su Hacedora mala la abdujo...; pero eso lo contará otro día.]

A Soledad se le dibuja levemente una sonrisa pesarosa en los labios y una sombra de lágrimas en los ojos... Sacude con gracia la cabeza y ¡se acuerda súbitamente del gorrioncillo, artífice hacedor de su última ensoñación! Mira, ansiosa, a un lado y a otro, deprisa cual gorrión y ¡ahí está, no se ha movido!, y la sigue observando atento, con su extraña mirada bipolar.

Soledad piensa de súbito que se han intercambiado los papeles y la vida: ella gorrión, él Soledad... Y vuelve a ensimismarse...

«¿Qué haría yo si tuviera alas, madre, qué haría yo?». Soledad vuelca los ojos hacia dentro, les da la vuelta, los hace plastilina y los convierte en alas... Y entonces, Soledad se ve volando... sube y sube... casi casi acaricia al sol... Y entonces se asusta... cae en picado... y, al rozar la vieja y oscura superficie arrugada de la tierra, se lastima levemente un ala, la derecha, para más desgracia.

Entonces, antes de abandonarse al cómodo remedio del llanto y de la frustración, vuelve a acordarse del pequeño gorrión... Ahí sigue, observándola con sus ojos en fugamimenorjuansebastianbach... El gorrión la ha comprendido, es de su misma especie alada, abocada, no obstante, a no levantar jamás el vuelo.

Soledad le ofrece al gorrioncillo una aceituna con pipa, le entrega el ala izquierda que no se le quebró al caer, le roza dulcemente el pico y las arrugas de sus ojos desnortados, le susurra unas palabras de ánimo que suenan a eternidad y le empuja dulcemente, abanico entre sus dedos, deseándole que logre alcanzar al sol y le provoque una lágrima de miel que se derrame cálida en sus labios... Así, ya Sol-Gorrión-Soledad fundidos para siempre en un único ser: miel-alas-hiel.

Imagen diseñada por Neila Rodríguez (Ig y Tw: @neilarm1996)
Ana Rosa M. Portillo



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