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Soledad (XVI)

Hoy, Soledad se ha puesto súbitamente triste porque se le ocurrió prepararse en casa un cubata y, de súbito, estalló un vaso precioso que ella robó y que tanto amaba, aunque nunca utilizó.

Soledad está un tanto pasmada, incluso preocupada... ella sabe que, si no es el Sol será la Edad, pero uno de los dos la ha de castigar... Y todo, ¿por qué? Porque Soledad se preparó un cubata un miércoles noche, a eso de las 1:40 h de la madrugada de un ya jueves, que todo se disputa...

Soledad llegó a su casa esta tarde-noche después de haber disfrutado de una tarde-noche muy especial: era feliz; se preparaban los Sampedros, y era compartir un liviano cubata con unos leves amigos (que todo lo separa la vida, amigos, y que todos lo sepáis y nunca olvidéis).

Pues que sepáis, humildes amados amigos míos, que ayer, sin vosotros, hubo aplausos, brindis, olas rompiendo en el Cantábrico, manantial de cristales haciéndose crujido de cielo celoso de tanta belleza...

Y hubo un trueno en el cielo que crujió y clamó y reclamó y...

Por qué me cansan tanto las palabras, los gestos, los, disimulos, madre, si solo quiero que comprendáis que, anoche, yo a la leve hora del leve abanico sin abanicar, rompí muy levemente, como sin querer, el ala más liviano del más maravilloso vasito robado de mi corazón.

¡Ay, madre! Y cómo lo rompí, con cuánta limpieza... Y cómo me demuestra que soy Sol, Edad y Misterio dentro de la tierra.

Y, como dijo Jesús en su día: «Quien tenga oídos, que oiga»; y yo añado (porque me da la santísima gana): «Quien tenga ojos, que vea».

Soy feliz... Juzgaz vosotros. Y, si acaso, nunca rompisteis un vaso en vuestra vida, sabed que también os habéis perdido algo: que vale un potosí: ¡tanta belleza!

Ya no vais a disputar nunca más nadie por esa leve ala de ningún cristal, de ninguna bola mágica, de ninguna bruja mala que os quiera convertir en sapos, siendo príncipes, eso sí, ay madre, sin espada y sin princesa.

Ay, madre, qué triste: cómo se me estalló ya mi vasito favorito, mi leve ala ya leve de un abanico despojado ya de hojas rogando viento para aliviar sofocos desconocidos.

Y, con cuánta tristeza, madre, miro y admiro el esqueleto roto de mi vaso favorito, ya no vaso, ya nunca viento, ya solo leve cristal hecho añicos.

¡Y cómo estalló ante mis ojos, madre! Un mundo hecho promesas, todo corazón. No eran misiles de Putin, madre... eran lágrimas de viento sin ánimo de dañar.


Fotografía realizada por Ana Rosa M. Portillo




Ana Rosa M. Portillo
1 comentario

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Guest
Sep 14, 2022

El verso de Rubén Darío y la imagen del vaso - robado - conducen al lector por el paisaje de la belleza rota y las ilusiones perdidas, un paisaje autobiográfico y desencantado, tan frágil como la vida misma.

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