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Soledad (XV)

Soledad hoy mira de reojo el calendario (no le gusta mirarse ni tacharse en la Edad que –inapelablente– exudan las cifras indestructibles del almanaque), agotada por el castigo que el Sol hoy le está infligiendo a medio mundo, siendo como es todavía solo junio... ¡Ya está mediado junio, madre mía!


Ay, madre... ¡Después de dos años, ya van a ser otra vez las fiestas patronales de Burgos!


¿Qué nos traerán este año los negritos de ojos de luna y dientes de coco en sus mochilas sin fondo de Reyes Magos sin trineo ni coronas?


¿Serán globos de oxígeno que estallen al sol mientras ascienden al cielo? ¿Y qué transportarán esos globos en sus entrañas, madre...? ¿Nos rociarán con serpentinas, pétalos, gominolas o, acaso, con metralla?


¿Serán pajaritas de papel que griten «paz» en todos los idiomas del mundo, según acierte a tocarles un ala u otra, la cola o el pico? ¿O serán miniaturas de muñecos de acero con perfiles de Putin, de tanques, de misiles, de fosas comunes plagadas de cadáveres con bocas abiertas en alarido y ojos desorbitados de espanto?


¿Qué nos traerán este año, madre, los pintorescos negritos vestidos de sultanes o zares en sus carritos repletos de maravillas que les acaba de regalar una ONG para que, mientras por unos días se sientan reyes que venden barato-barato (una ganga, una limosna, la voluntad), logren olvidar que son esclavos, vasallos, lacayos, plebe, escoria deshumanizada en sus remotos-mágicos países que los escupieron a la tierra, a la vida, a la lucha y a la muerte? (¿Para eso nacieron, madre, para eso?¿Por qué, si era para eso, tuvieron que lamer la putrefacción de los vertederos y el culo de sus tiranos? ¿Por qué?).


¿Y cómo serán este año, madre, los fuegos de artificio? ¿Serán más las estrellas y las bolas, o los soles y las lunas, o las figuras geométricas que se entrelazan en posturas malabares imposibles, dibujando en el cielo de la Catedral ese árbol de Navidad inabarcable que, entre detonaciones ensordecedoras de petardos y tracas y estallidos de luces desquiciantes para los ojos tan ávidos y también, sí, madre, tan cansados?; o serán más esas culebrinas tan graciosas que se van deshaciendo en su reptar sibilante, cual espermatozoides ansiosos, ciegos, buscando un óvulo prohibido? ¿Podrán entre tanto derroche de luz y entre tanto estallido de pólvora, sí, madre, podrán dibujar sobre el cielo enrarecido y delirante de la Catedral la palabra Paz, mientras las tracas enloquecidas la acompañan con la Novena de Beethoven?


¿Podrán, madre, podrán?


¿Y podré yo verlo, madre? ¿Podré, acaso-quizá-sí? ¿Aguantarán mis ojos el destello, mis oídos el estrépito (mientras los perros ladran descontrolados en clave de do y los bebés berrean histéricos en clave de fa), mi corazón el ansia y la incertidumbre ante una paz tan deseada y que tan nítidamente se agazapa?


¿Resistirá la Catedral, madre, el frívolo derrame de luz y ruido que acalla el silencio monástico de las oraciones apenas musitadas?


¿Resistirá, madre, el prodigio de ese cielo estallando en brillos áureos un poco más, madre, antes de trocarse en púrpura de sangre derramada por cuerpos ya ciegos a la luz y sordos al estruendo?


¿Resistirá todo, madre? ¿Resistirá algo, quizás?



Ana Rosa M. Portillo



1 comentario

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Guest
Sep 14, 2022

Un hermoso texto, en el que la frivolidad de las fiestas deja un estallido de contradicciones difíciles de obviar. Los fuegos artificiales también iluminan la conciencia de los lectores.

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