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Soledad (XLVIII)

Hoy no es hoy, ni fue ayer, ni será mañana... Hoy el tiempo se ha detenido en un momento muy puntualísimo de hace solo un pelín de 2.000 años, año arriba, año abajo...

Entonces hubo un señor, que fue por la Historia llamado Señor, que resultó simpático y bueno, vete tú a saber por qué, mientras extendía esperanzas y suscitaba enemistades...

Pues mira tú por dónde, que ese Señor se le acaba de meter entre ceja y ceja a Soledad, que se mira en el azogue de su espejo bizco y ve a un Señor clavado en una cruz, pero al revés.

Soledad no sabe si es su Madrastra mala, que le hace otro viso de confusión...; si es ella misma, que se ha medio alocado por falta de estímulos positivos...; si la Edad se ha vuelto majara y ha decidido echarle un órdago al Sol...; si el mundo ha perdido el diapasón tranquilo de la realidad evidente...

Soledad no sabe... pero siente una herida de clavos nuevos (para nada oxidados) en las palmas de sus manos y en las plantas de sus pies.

Soledad traga saliva... Nada le duele, pero el dolor la recorre... Nada le suena, pero el espejo gime... Nada siente, pero tiembla ante tambores de muerte y gritos que claman venganza,envidia,impotencia,odio,incomprensión,muerte,muerte,muerte... «¡CRUCIFÍCALO!», clama la masa, la plebe, la voz ignara abocada a un común grito destructivo que pretende protagonizar el milagro de un resurgir mítico –elitista– de ave fénix.

Pobre plebe, vocinglera e ignorante. Pobre Soledad, protagonista a la fuerza de otro teatro que no buscó, pero que la conduce irremediablemente a otra deriva no deseada.

Jo, otra vez no, madre. Que no me lleve mi sino malo a destinos ominosos.

Soledad, cansada, apesadumbrada, perdida, baja sus párpados y busca consuelo en su delantal... Y ¿qué ve Soledad, qué se ha perdido, qué no ha podido controlar?:

El pingüino decapitado aparece crucificado boca abajo mientras el conejillo listo le ofrece una gominola revenida para paliar su sed; la lenta tortuga vigila su agonía sin mucha prisa; el perrito husmea en las vísceras que ya se intuyen; el gatito lindo merodea sin prestar ningún interés; la osita bisoja busca miel entre las vísceras nuevas; el ratoncito remolón afila sus incisivos, presto al manjar... Y las gominolas miles y los cientos de azucarillos de corazón de fresa braman y saltan escandalizados para que ella, Soledad, ponga orden en tan inexplicable caos.

Soledad se traga las lágrimas y los hipidos que la asaltan para chistar leve por tres veces, y devolver así a cada uno a su sitio, luego ya los reñirá, que no se han portado bien.

Soledad mira por última vez, de reojo, al espejo... Ella no ve su rostro, que no puede, pero lo que ve es tan glorioso y tan espantoso que no se atreve a declararse atea, ni siquiera agnóstica, ni siquiera pasota ni ignorante... Soledad no sabe ya si es ella misma lo que le escupe al espejo o la realidad más verdadera e insoslayable de la Historia de la Vida, aunque mejor que no se entere Darwin...

¿Resucitará el enclavado como han de resucitar los animalillos, hoy tan malos, que pueblan su delantal? Madre, tú que todo lo sabes, ¿me lo dirás?

Fuente: Freepik

Ana Rosa M. Portillo

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Guest
Apr 11, 2023

La angustia vital de Soledad la lleva a un neomisticismo de corte teresiano a través del cual nos muestra una fe renovada que, como siempre, busca la confirmación de su madre. Soledad se refugia de nuevo en su animado y terrible delantal, donde, esta vez, sus singulares habitantes escenifican una macabra crucifixión. Como en un truculento País de las Maravillas, hasta las chuches protestan escandalizadas. Soledad, que no puede entender su desazón, ordena las vidas de sus criaturitas. Pero, dios de su mandil, se ve cercada por fuerzas superiores que distorsionan y ponen del revés el mundo que heredó de su madre, su único mundo habitable.

A Tim Burton le encantarían estos artículos: Soledad y Eduardo Manostijeras harían muy buena…

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