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Soledad (XLV)

Hace unos poquitos días, Soledad se preguntaba qué eran las Candelas, esa fiesta casi ancestral de los lugares oscuros... Luego se acordó de las Marzas... Navegó  en el internet que tiene instalado en el incisivo derecho de su conejillo respondón (para que deje de dar la brasa durante un ratito, más que nada), y decidió establecer un juego de indagación esa tarde con sus mimados pobladores de su delantal.

A las 6 p.m. en punto de la tarde (ya han muerto los Mejías lorquianos y hernandinos), Soledad ha colocado su mandil, bien extendido, sobre la mesacamillacoja de su salita de estar.

Todos los elementos que pueblan el delantal se rebullen inquietos: «¿Qué pasa hoy, por qué estamos aquí, ha pasado algo que se nos escapó para preservar el buen juicio de nuestra amada madre Soledad?»

Soledad se frota las manos; coloca sus humildes posaderas sobre su cojín de gatitos  favorito; los mira a todos, uno a uno, con infinito amor de madre; castañea con sus límpidas uñas el hule del delantal inmaculado... Chis, chis, musita. Todos se ponen en guardia, ya sea con antenas estiradas, con alas semiextendidas, con costras de azúcar erizadas...

Soledad procede a hablar, dulce dulce:

—A ver, vosotros, habitantes luminosos de mi delantal vital y de mi corazón, tan necesitado de vuestros arrullos, a ver, ¿qué puede significar la palabra Marzas?

Raudo, responde el conejillo respondón, que casi suelta el hilo de internet que sostiene él, porque casi todos los demás no tienen dientes:

—Eso tiene que ser que llega marzo, el mes de los Burros, que a mí, por eso, no me gusta nada, que son muy grandes y roen como yo (bueno, que más bien rumian, pero eso pertenece a otro debate lingüístico),  sin respetar las normas mínimas que implica el buen yantar, que para eso son unos burros, y espantan las moscas de su plato balanceando sus enormes orejas, que se las puso Dios para eso, pienso yo, porque es que oír oír, no oyen nada...

—Pues yo creo —interviene nuestro pequeño Dumbo triste—, que se celebra el tercer mes del invierno, que vino duro, y ya vamos deseando bonanza...

—A mí me parece que ya va haciéndose el tiempo de las barracas y de las ferias, para ser comprados y rechupeteados por los niños caprichosos y chillones que vienen a degustarnos en las Ferias, para luego escupirnos sin piedad en cualquier papelera atiborrada de palos con pelos de caramelo pegajoso y seco... (Eso, mi algodoncito de azúcar de fresa, es evidente.)

—Pues a mí me parece —interviene el pingüino defenestrado, como siempre tan tímido— que eso de las 'Marzas' tiene que tener que ver algo con el mar, digo yo, que también recibió algún mazazo un mal día...

La gaviota corrobora; la ranita se calla, porque ha escuchado la palabra mar y ella no se atreve a reivindicar su charca; el perrito y el gatito observan desdeñosos (hacen mutis por el foro, como casi siempre: ellos pertenecen a una raza superior, son casi humanos...).

Y así sigue la trifulca entre chillidos de gorriones y rusrús de arañas tejiendo telas...

Soledad acurruca su mentón en la palma invertida de su mano derecha, y sueña y rememora y recuerda...:

Las Marzas son su mano asida a la de su adorada madre; son frío de dientes que rechinan ante una hoguera que restalla a duras penas; son hombres con barbas blancas revestidos con túnicas siniestras; son olor a morcilla y a un caldo extraño; son el invierno que agoniza y abre las puertas a otra primavera.

¿Verdad, madre, nuestras manos uniendo un puente entre estaciones, mientras el Sol duerme todavía y la Edad se despista en la cifra rara de un febrero que algunos años, como este, cojea de un número, pero se siente especial, aunque ya muera?

Ana Rosa M. Portillo

1 comentario

1 Σχόλιο


Πελάτης
13 Μαρ 2023

Parece que sus animalitos, tan tiernos, tan ingenuos, devuelven un poco la alegría y el sentido del humor a Soledad, quien no puede evitar su nostalgia, recurrente como las estaciones, como las olas del mar, un perpetuo resonar de lo que fue, lo que no será de nuevo. La infancia es para Soledad el único espacio para la felicidad, y las voces de sus criaturas animadas ecos de aquellos días, en los que la mano de su madre la aferraba al mundo.

Otro buen texto de una serie triste y dulce, como el recuerdo de las chuches infantiles.

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