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Soledad (XIX)

Ahorita mismo, Soledad se mira en el espejo asurado de su alma, que jadea en la sístole pendular del verano que gruñe por mantener la eternidad y del otoño que tantea, tímido aún, por hacerse un agujero que dé luz y realidad a su aburrida hibernación.


¡Qué verano, madre mía, qué verano!


Soledad está agotada. Nunca, en su ya no tan breve vida, el Sol ha gobernado con tanta potestad, abriendo irreparables surcos en la tierra, en las pieles, en los campos calcinados que nos han mostrado el infierno sin necesidad de pecar...: el Sol, una vez más, le ha regalado un nuevo estrangulamiento a la Edad.


Entrañables~presuntos lectores~seguidores de mis cuitas y heroicidades, ¡qué verano tan increíble y pleno ha vivido Soledad!


Nunca Soledad había viajado tanto en tan escaso intervalo de tiempo... ¡Madre mía!

Soledad ha sentido en su piel toda la sal de todos los mares y océanos del mundo; ha compartido menú con todos los cangrejos y las medusas de las playas reventadas por millones de granos protuberantes asfixiando las playas ha mil años vírgenes... Ha escalado montañas, desde los Alpes hasta los Urales, de los Apeninos a los Andes... Ha sentido el vértigo extremo de tantos desfiladeros escarpados... Ha flotado, ya plancton esmerilado de los atolones de coral en las profundas aguas ya no tan cristalinas de algunos mares que aún visten un verde imposible de oruga, resistiéndose a lucir crisálida y después mariposa... Soledad rozó un botón y también visitó Marte, acompañada de la infalible mano de Musk...


¡Ay, madre, qué verano!


Soledad está agotada. Ha acumulado unos gramillos de peso, pero los da por bien ganados: sin gastar un triste duro..., sin hacer ningún esfuerzo, ella ha recorrido el mundo entero, y parte del aún por venir: ¡bendita televisión!



Ana Rosa M. Portillo
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