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Soledad (XIV)

La otra noche, Soledad soñó con montañas escarpadas exentas de Edad, con ríos minúsculos salpicando pequeñas riberas bañadas de cantos blancos, con picos imposibles de piedra gris retando al Sol con sus glaciares aún intactos...


Hoy, Soledad ha preparado su mínima mochila hippie, ha cogido su pequeño Zippo y se ha largado a Potes.


¡Qué pueblo tan hermoso!, reconoce Soledad, mientras sus rizados cabellos color dorado se van salpicando de pétalos rojos, rosas, blancos, que van llorando los geranios suspendidos en los balcones a su paso...


Potes es todo montaña, verde, sol (hoy, por suerte, no llueve), madera que cruje y calla, forja, cristal, cuestas de cantos que ríen mientras juegan a las canicas, geranios, muchos geranios, Edad antigua cántabra que, entre risas de hojas que bailan al son del leve viento, disimulan su tristeza... ay, también tan vieja, como de siempre...


Pero Potes es sobre todo ríos... Dos ríos minúsculos, como ahogados, se encuentran bajo un hermoso puente recortado de una postal sepia, el Deva y el Quiviesa, y se aparean, y se aman... Y engendran un embrión de sirena de cabellos de luna que va saltando, madre, cómo salta sobre tan escasa agua, sorteando los cantos de perla que le van dibujando el rumbo.


¿A dónde, madre, se dirige esa bebé de sirena plata, que ha nacido del beso de dos mínimas corrientes de agua dulce acharoladas por la luna, en una dulce noche, desoyendo el tirano imperativo del Sol?


Ay, madre, que yo lo sé... Mi sirenita de plata se va al Cantábrico, porque allá le espera un delfín-sireno que la lleva aguardando eones de tiempo sin Edad.


Pero antes, madre, yo sé que mi argenta sirenita merodeará, risueña, por el Deva, por el Cares, por el Sella, coquetilla y pudorosa, mientras se va haciendo un poquito más mayor.


¡Y qué hermosa, madre, salta la sirenita salmón, tan chiquilla, tan ingenua, tan mimada por los cantos y perlas, tan risueña...!


Pobre sirenita, madre... Ella piensa que el Cantábrico es una pecera de plancton verde rellena de sidra y gominolas... No sabe que el mar es salado, viejo, arrugado ya por tantas olas repitiendo siempre el mismo gesto que le impone la luna desobedeciendo al Sol, harto ya de tantas Edades que ha tenido que salvar para preservar a un mundo que ha saldado su antigua deuda atiborrándolo de plásticos...


Ay, madre. Me late el rencor del mar en el corazón... ¿Arropará entre sus cansados brazos escamados a nuestra argentada sirenita? ¿Le preparará unos dignos esponsales con el Deva de padrino y el Quiviesa de madrina? ¿Maridarán, por fin, el azúcar y la sal?


Soledad sabe que es un pelín romántica y que se ensueña en quimeras un tanto pueriles... Pero ¿acaso le hace daño a nadie por ello? Quizás a su Hacedora, que nunca la ha comprendido ni la comprenderá... Pero ese es otro tema... Ahora, Soledad se recrea en una dulce boda de sirenos que van a unir definitivamente el dulzor del río con la sal del mar.

Imagen realizada por Ana Rosa M. Portillo

Ana Rosa M. Portillo



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