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Soledad (VI)

La Soledad de esa niña de 12 años que murió pero no murió, aunque nadie sabe si murió después.

¿Ir a dónde? ¿Venir de dónde? Y ¿por qué hay que ir o venir de ningún lado?

¡Tanto trajín, ese ir y venir!

¿Ves, Sol, para qué tu luz, si ya no estás? No es la luna, no, quien eclipsó tu luz y apagó tu función; ni tampoco las estrellas, pobres amilanadas, temerosas de tu inmenso poder.

Tampoco los cielos se resquebrajaron ni las almas salieron despedidas de sus cuerpos ni los astros apagaron su luz para dártela a ti...

—No, Sol, no fueron las fuerzas enemigas que pretenden destruirte; ni esos amigos antiguos que albergas en el reboce de tu núcleo para no abrazarlo; ni tantas ofrendas de aquellos extraordinarios pueblos precolombinos a los que pretendimos someter; ni siquiera fue una carcajada rota, fuera de sitio y lugar, provocada por algún mal incomprendido e incomprensible que nos hizo, no obstante, llorar a todos y suplicar tu benevolencia.

No, Sol, no fuiste tú; pero sí que fue esa Edad cansada de soportar tu imperio vital, que se cansó de rendirte holocausto y mató finalmente a la niña de Jairo.



La resurrección de la hija de Jairo, Benito Sáez García (1838), Museo Nacional del Prado


Ana Rosa M. Portillo


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