Soledad, con el entrecejo fruncido, está concentrada en lo que habita su delantal, y su pensamiento vuela a dimensiones ignotas, con las alas prestadas de su pingüino acéfalo...
Y piensa en la existencia o no de los opuestos... Observa a su gracioso "conguito" y ve claramente que es de color negro, pero sabe que, debajo del chocolate que lo recubre, es blanco: negro y blanco no opuestos, sino formando unidad.
Ha leído en algún sitio que blanco y black comparten la misma raíz: black, en el norte, es 'negro', porque oscura es la franja que limita el mar con el cielo; blanco (o blanch, o blanc, etc.) en el sur, porque deslumbrante y albino es el mar cegado por el Sol...: Negro y blanco lo mismo, pues.
Piensa que el Sol nos oscurece la piel, mientras la Edad nos va poniendo los cabellos blancos... Y somos blancos por debajo del moreno, y tuvimos el pelo negro por debajo del cano... O tenemos mezcla de ambos todavía en el mismo cabello.
Piensa en el cielo negro de la noche y en la luna blanca que lo enjoya...
Se acuerda de Baltasar en las cabalgatas de Reyes de su infancia (entonces casi no había negros en su ciudad): un hombre blanco pintado de negro para parecer negro y ocultar el blanco: el mismo hombre sosteniendo los dos colores opuestos en el mismo cuerpo...
Soledad se está medio mareando de darle tantas vueltas a una realidad tan extraña... Madre, ¿fuiste tú Baltasar en algún afortunado año?; ¿eres luna rompiendo la noche?; ¿fuiste Sol o Edad, "blanca" o "black"? Soledad no sabe, pero le han entrado unas ganas tremendas de bajarse al kiosko a comprarse una bolsita de conguitos... Eso hará ahora mismo: los comprará y los compartirá con el Calimero de su delantal, y con el pingüino. ¿Te apuntas, madre, al festín? Por favor, anda, ¡di que sí!
Ana Rosa M. Portillo
La oposición esencial del blanco y el negro construye, como otras oposiciones esenciales, el mundo, nuestro mundo y el mundo de Soledad. De nuevo aparecen los mismos referentes en su vida: la imagen de un horizonte marino que da sentido a esa oposición esencial, el despiadado paso del tiempo, la infancia como refugio, los mutilados animalitos de su delantal, las chuches salvadoras y la llamada desesperada a su madre, una interlocución angustiosa y tristísima. Otra pieza de un puzzle hermoso, gris y sombrío.
Soledad sólo piensa cosas minúsculas, porque minúscula es su vida... Pero ¡qué grande la pequeñez de sus pensamientos!