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Soledad (L)

Soledad, hoy, contemplando desde su minúsculo balconcillo la oscuridad grisácea que ha devenido de la conjunción de un ocaso gris y de un día semioscuro, se ha acordado del mar... y del cielo...: de ese horizonte de puntos infinitos horizontales que cicatrizan el espacio allende, cuando la vista no puede llegar ni un ápice más allá de esa concupiscente herida en el punto justo donde los ojos dejan de poder ver y otorgan esa potestad abstracta a la simple imaginación o, si acaso, quizás al alma.

Es esa herida cerrada sin sangre y sin pus la que siempre ha encogido el sentimiento tan sensible de Soledad desde que era niña: esa inmensidad tan súbitamente empequeñecida; ese secreto de origen de vida originario; ese bramido de parto aún por hacerse...

Madre, desde que tengo memoria, esa raja que une/separa el cielo del mar me tiene profundamente desasosegada... ¿Dónde acaba? ¿Dónde empieza cada imperio-potestad? ¿Por qué aún no han entrado en guerra? ¿Qué increíble-terrible pacto tienen establecido entre ellos para no hundir el universo?

¿Será, madre, que, como tú, luna, no quieres prestar batalla contra el temibleodiado Sol? ¿Será, madre, que el mar, ya cansado de tanta Edad infinita arañando su tersa superficie, ha decidido enterrar sus armas de dientes de peces desdentados para esperar unos cuantos siglos más a ver qué pasa, a ver quién detiene antes su bostezo de eones ha?

¿Será, madre, que tengo yo que tender mi inmaculado delantal al resol, justo a la última hora del ocaso, cuando el mar y el cielo parecen celebrar por un momento un mínimo ritual de deseo obsceno –ya viejo en su repunte cansado–, para establecer una mínima ilusión de coyunda renovada sobre muñecos cansados y gominolas caducadas?

¿Será, madre, que todo lo tengo que hacer yo, contigo –sí, cada día más muda–,  con mis famélicos animalitos y mis agónicas gominolas, cada día más cansados por no entender tampoco, como yo, el sentido sinsentido de su sencillo existir?

Y, hete aquí, madre, que en este punto de desasosegante desasosiego de mi reflexión, se yergue tímida/decididamente el pequeño cuerpo de mi pingüino decapitado para contarme su secreto, madre, ¡que él tiene un secreto y yo no lo sabía!

¿Y cuál es su secreto, madre? Pues yo te lo voy a contar:


Mi pingüino decapitado, madre, también tuvo una madre, madre, me dice, que un día murió abducida justo por esa franja evidente mas inexistente que dibuja una cremallera de dientes de ortodoncia perfecta entre el cielo y el mar... Y él, mi indefenso dulce pingüino, fue testigo de la muerte por abducción de su madre, desde el ápice último del iceberg que lo sostenía... Y su madre pingüina desapareció, y él, desesperado, introdujo su cabeza –que perdió de inmediato en el intento– en el iceberg duro y sin sentimientos que simulaba sostenerlo en tan terrible trance... Y, mientras derramaba las últimas lágrimas de sus ya ciegos ojos, le cantó a su madre, madre, una endecha hecha oda de elegía, madre, que él me cantó a mí y que yo te canto a ti ahora, madre, para que veas que el cielo y el mar, tú y yo, mi pingüino y el hielo somos una misma cosa que se hace y se deshace, que se aproxima y se aleja, que se distancia y se junta, que es por un momento y deja de ser al siguiente... Y así llora la triste oda de mi pequeño-gran pingüino madre, ya desde hoy grande entre los pequeños:


«Madre, mamá, no sé por qué me hiciste

para irte...

Por qué me diste aliento de niño,

si mi vida es ascua forjada en frío,

si me sugeriste un calor dorado

sobre mi hielo de plata...

Si me hiciste, madre,

no me dejes;

si me has amado, madre,

no te vayas.

¿Qué es ese punto lejano de fría

alpaca

que te me lleva, madre?

Yo también quiero ser

horizonte, madre,

aunque sea de opaco gris,

cuchillo de plata que saja

mi tonta cabeza de pájaro bobo

que solo tuvo sentido

mientras te pudo tocar, madre...

No quiero cabeza ni pico

ni plumas alegres

ni ojos que lloren

si ya no te puedo

besar».


Qué te parece, madre, ¿qué más decirte? ¿Qué me importan ya ni el cielo ni el mar, ni su conjunción o su disyunción, si ahora, madre, acabo de entender el principio más pequeño del ser del dolor, que es el único principio del ser, simplemente?

Voy a memorizar la canción, madre, y te la voy a cantar todas las noches desde hoy... Mi pingüino decapitado hará el acompañamiento desde su garganta rota.

Fuente: iZOOM

Ana Rosa M. Portillo

1 comentario

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Guest
Apr 25, 2023

El dolor de Soledad se desdobla en un juego de espejos en el dolor de su pobre pingüino decapitado. Como a ella, la incomprensible pérdida de la madre le hizo perder el sentido del mundo y a cantar una elegía infinita. Es también ahí, en lo incomprensible del horizonte, donde Soledad refugia sus pensamientos y se pregunta por qué no se acaba todo ese pesar, por qué su pingüino cuenta eternamente su dolor. El dolor como principio que da sentido a un mundo habitado por seres caducos y doloridos, un mundo naif carcomido por el sufrimiento y la angustia del existir.

El número L es otro hermoso y desesperanzado texto de una serie para lectores que sepan mantener las distancia…

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