¿Qué es una mirada blandida por cualquier ojo desencantado y carente de derecho para observar tal poder de la naturaleza? ¿Quién se imagina que tras un bosque repleto de vida, un pinar esbelto e infinito de verdes coloridos y de sueños escondidos, se iba a encontrar con rocas cetrinas, con un horizonte montañoso de esmeraldas morado; con un océano definido por el brillo del entorno, sobrehumano; y con un techo de nubes esponjosas que piden respeto a sus colores y a su posible enfado, cuyo destino es la tempestad del agua sobre el agua, de la ira sobre el mar tranquilo que lo enfrenta verticalmente, cual reloj de arena? ¿Podremos invertir el ciclo para que caiga desde el cielo una cascada oceánica y llueva desde la tierra un cielo oscuro, torbellino de agua en polvo y de deseos en penumbra de profunda oscuridad?
NeiRma
El reloj de arena centra la descripción alternando sucesivamente el mar con el cielo, el cielo con el mar. La adjetivación exhuberante surge de una mirada desencantada que se enfrenta, sorprendida, al eterno milagro de la naturaleza. Los conscientes desajustes expresivos aportan al texto una connotación vanguardista y las tres interrogaciones retóricas que lo estructuran obligan al lector a moverse en el plano de la duda, del deseo y de la imaginación. El texto se convierte así en una compleja y hermosa exégesis de la fotografía.
Uf, qué torbellino de emociones desatadas, de sentimientos desbocados entre una tierra que pretende ser cielo y un cielo despistado de su función, mientras una playa que no es en realidad playa, enmarcada por unas rocas imposibles, permanece quieta en su remanso dulce. Que llueva, que caiga el agua desde donde se le antoje, pero que llueva: habrá más limpieza, más pinos y más setas.