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Pegar la hebra (IV) El ronroneo de Platón

Así pues, a lo largo del siglo XIX la tertulia se consolidó como la forma de conversar con mayor número de seguidores. Los cafés, más limpios y espaciosos, sustituyeron a las antiguas botillerías que, a su vez, habían heredado esta costumbre tan nuestra de “salir a tomar algo” de las alojerías árabes, donde se servía la aloja, una bebida de agua con nieve, jengibre, miel y canela, entre otras especias. En aquellos modernos cafés, siempre en torno a una mesa –de mármol blanco a ser posible–, los contertulios apuraban su chocolate a la francesa, su té a la inglesa, su vasito de leche con nata, un refresco de limón, o de naranja, o su licor fino. Los parroquianos eran fijos y puntuales, se podía hablar mal de los ausentes y no se permitían los apartes. Las tertulias más estables y concurridas eran las literarias, aunque en otros corrillos menos distinguidos se podía perorar durante horas sobre lo divino y lo humano, enviciados los tertulianos por el placer de la conversación.


También en el Ateneo de Madrid se organizaron animadas veladas desde su fundación. El Ateneo, que había nacido en 1820 durante el Trienio Liberal, se consolida definitivamente en 1835 tras el regreso de Inglaterra de los exiliados. En el discurso inaugural, el 6 de diciembre de dicho año, el Sr. Presidente, Duque de Rivas –quien había estrenado en marzo Don Álvaro o la fuerza del sino– define el Ateneo como «libre asociación de ciudadanos, espontáneamente nacida a la sombra de la libertad y de benéficas leyes que, sin más estímulos que el de sus buenos deseos y el de su propia ilustración, se juntan para esparcir gratuitamente las luces». Pero todo esto, que uno puede encontrar navegando por internet sin escuadra ni compás, no es lo que les quería contar, sino que mi intención era iniciarles en la historia oculta del Ateneo de Madrid, rompeolas de todos los ateneos hispánicos.

El 4 de enero de 1836 se eligió, mediante unas bolas blancas y negras, al primer socio del Ateneo, que resultó ser Mariano José de Larra, nuestro insigne articulista. Tenía 26 años; de los cinco a los nueve años había vivido en París y España le parecía un país rancio y anquilosado. Un año después de ser elegido socio del Ateneo, el 13 de febrero de 1837, tras la última negativa a sus pretensiones amorosas de Dolores Armijo, se suicidó pegándose un tiro en la cabeza. Si la Dolores le hubiera hecho un poco de caso, y le hubiera dado unos pocos besitos, como los que mi maravillosa novia me prodiga, hubiéramos tenido genio para rato. El caso es que al día siguiente del suicidio de Fígaro, un gato negro, gordo y reluciente, merodeaba el número 28 de la calle del Prado, la primera sede del Ateneo. El espíritu de Larra, sin duda, en su séptima vida, antes de ascender al plano iluminado, se había alojado en el cuerpo de aquel felino. Este conocido fenómeno de metempsicosis se ha producido otras muchas veces a lo largo de la historia de la docta institución.

Por ejemplo, en 1866, dos años antes de la Revolución Gloriosa, el gato que entraba y salía de la sede del Ateneo, ahora en la calle Montera, alojaba sin duda la psique del citado Duque de Rivas. El animal, al haberse prohibido la lectura de “impresos extranjeros que ofendiesen a la religión o a Su Majestad la Reina”, se deslizaba silencioso entre los ociosos tomos de Voltaire, purificándose definitivamente, preparándose para la contemplación de las Ideas. También se sabe que en 1886 el ánima que transitoriamente se había unido a un negro minino era la de Alfonso XII, el Pacificador, quien, habiendo vivido en el exilio toda su juventud sin pompa ni etiqueta, convencido de la necesidad de regenerar España, había acudido a la inauguración en 1884 de la nueva sede de la institución ateneísta en la calle del Prado, número 21. Su sede actual. El alma racional del rey, libre ya de su cuerpo tuberculoso, vagaba a sus anchas entre los pies de los numerosos lectores de la biblioteca, sin distinguir si eran monárquicos o republicanos, o si se habían educado a las orillas del Rin.

Así fueron sucediéndose los oscuros gatos, pasando desapercibidos en el fraternal ambiente del Ateneo, hasta que don Manuel Azaña, cuando asumió la presidencia en 1930, hizo asignar a Platón, el gato negro que andaba suelto por el edificio, una pensión mensual de siete pesetas y media para cordilla. El espíritu que anidaba por aquel entonces en aquel alegre micifuz era el de Benito Pérez Galdós, que ya estaba un poco harto de tanta palabra vana y esperaba con mundana curiosidad el momento de la limpieza definitiva de su espíritu. Don Benito se paraba ronroneante ante el retrato de doña Emilia, despertaba a los socios que se adormecían y asistía muy tieso a las conferencias que se organizaban en el Salón de Actos.

La última transmigración de la que se tiene noticia es la de don Bernardo González de Candamo, socio Bibliotecario de la casa en 1936. Durante la guerra fue el único miembro de la junta directiva –todos estaban en Valencia, o en París– que acudió diariamente a un Ateneo sin carbón y con las ventanas destrozadas por los bombardeos. Cuando los milicianos se presentaron con dos camiones para requisar los libros para la Casa del Pueblo, él les dijo que harían falta por lo menos cuarenta camiones; los milicianos entraron, vieron aquella inmensa cantidad de volúmenes, y se fueron. Así se salvó la magnífica biblioteca del Ateneo. Don Bernardo, feliz y con los dedos llenos de sabañones, buscaba al esquelético gato, que tenía el aire quijotesco de su amigo Unamuno y se escondía en la desangelada Cacharrería para que no se lo comieran, para echarle algo de comer. Don Bernardo fue depurado en 1939; se libró de ser fusilado porque había perdido un hijo, capitán de artillería en las filas de los sublevados, en el frente de Madrid, en los altos de Villaverde. El Ateneo fue ocupado por Falange Española y reconvertido en Aula de Cultura. El viejo bibliotecario falleció en 1967: su existencia felina fue un mero trámite, ya que a los pocos días contemplaba maravillado, junto a otras muchas almas puras, la Idea del Bien.

Imagen editada por Neila Rodríguez

El socio n.º 3

3 Comments


Guest
Mar 17, 2023

Por buscar, ante el imponente despliegue del socio la correcta ortografía de Sillicom Valley Bank (¿pero no eran esos señores muy muy listos?), que quebró hace tres días, y del Banco de Crédito suizo (¿este no es el que blanquea el dinero negro de los felinos blancos?), hace dos, y de la tal "Cristina Lagarde" cuya decisión, sabida ya la quiebra de un banco sí "sitémico", y europeo, de apretarnos 0'5 puntos más las tuercas de las hipotecas a pesar de ello, digo, por buscar la ortografía recta, se me han torcido las líneas tecnológicas y se me ha borrado la respuesta que no sé cómo empecé pero que hasta ahí me llevó.

Porque esos gatos emponzoñados tras asistir a…

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Guest
Mar 18, 2023
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Me encanta tu comentario, amiga de pero te ruego más sosiego. Tús reflexiones son grandes, pero exigen un freno... Por lo demás, qué grande eres, amiga!!!

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Guest
Mar 17, 2023

Da gusto ver cómo se lo curra el estimado socio.

Las luces y las sombras de la cultura, al igual que los gatos negros agoreros y las sombras que decoran la cueva de Platón, son inherentes al propio destino del saber y de su opuesto,la ignorancia, normalmente interesada en el cocinado de fines siniestros.

Lo que importa es seguir construyendo "Ateneos", aunque sea para ser destruidos...

Sigamos encendiendo farolas, para disipar las sombras y alcanzar un ápice de ese bien y de esa belleza que nos proporciona la cultura.

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