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Pegar la hebra (I) Cúbreme las espaldas, Johnny

El sábado por la noche, zapeando a eso de la medianoche, volví a toparme con la película Acorralado, de Sylvester Stallone. La pillé casi desde el principio, desde que el protagonista, John Rambo, un veterano de Vietnam, un boina verde condecorado con la Medalla de Honor del congreso, un héroe, es detenido de forma arbitraria por Will, el sheriff de Hope, una pequeña ciudad del norte de los EE. UU., junto al río Frazer. Lo que la gente –bueno, los de mi generación– recuerda de esa peli es la escena final: Rambo se ha atrincherado en la comisaría de policía después de haber dejado en evidencia a cientos de hombres armados de la Guardia Nacional que le perseguían por las montañas, de haber volado por los aires la gasolinera y de haber destrozado decenas de escaparates con su superametralladora. Como decía, en esa última escena, en la comisaría, el coronel Trautman, quien dirigía las operaciones de su unidad en Vietnam, está hablando con él. Rambo se derrumba emocionalmente, apoya su espalda en el lateral de un escritorio y, entre sollozos, relata a su antiguo jefe una escena horrorosa de aquella terrible guerra: a veces tomaba unas cervezas con su amigo Joe; Joe siempre le contaba lo mismo: que cuando volvieran a casa viajarían a las Vegas en un Chevrolet descapotable del 58, que irían por las carreteras hasta que se le cayeran las ruedas. Una tarde de esas se les acercó un niño vietnamita con una caja de limpiar zapatos; Joe aceptó el servicio; cuando Rambo volvía con un par de cervezas, la caja explotó: su amigo saltó por los aires y se le vino encima; Joe decía «quiero irme a mi casa», «quiero conducir mi Chevrolet»; mientras trataba de sujetarle los intestinos, Rambo no encontraba las piernas de su amigo. «No encuentro las piernas», dice Rambo. Como les decía, los viejunos recordamos erróneamente que Rambo decía «no siento las piernas»; de hecho, la frase se convirtió en una especie de lema juvenil para describir un estado emocional agonístico, bien provocado por el exceso de alcohol, bien por el canguele de acercarse a hablar con la chica que te molaba, bien por tener que salir a la pizarra sin el problema resuelto. Sin embargo, Rambo nunca dijo tal cosa. Rambo es mucho Rambo.

Pero –y es el fragmento del diálogo que a mí me llamó la atención–, antes del relato de esta pavorosa escena, el general y su mejor soldado hablan de otra cuestión. Rambo, que prácticamente no ha abierto la boca en toda la película, también tiene algo que decir. Explica que en las Fuerzas Aéreas tenía amigos; el ejército lo llamó, y él intentó cumplir con su trabajo, pero no les dejaron ganar la guerra. Deja claro que que en Vietnam había un código de honor: tú me cubres la espalda, yo cubro la tuya. Recuerda que cuando volvió de Vietnam, se encontró con un montón de gusanos en el aeropuerto gritándole «asesino de niños», se encontró sin trabajo (ni siquiera le ofrecían un puesto de lavacoches) y se sintió solo. Todos sus amigos habían muerto en combate. El único que había regresado vivo había fallecido a los pocos meses por el cáncer provocado por el Agente Naranja. Rambo está perdido en su propio país y, muy pronto, una sociedad que no le comprende lo va a acorralar.


Pues bien, ese código de honor, esa norma de supervivencia en un territorio hostil, me hizo plantearme una hipótesis sobre el origen del lenguaje. Es posible que el primer sonido con sentido, el primer grito con intencionalidad comunicativa, fuese un grito de alarma, de aviso de la presencia o del ataque del enemigo. Es decir, el hecho de que los homínidos, y muchos otros animales, no tengamos una visión panorámica de 365 grados hace necesaria la colaboración de otro miembro del grupo para anticiparse a un posible ataque. El sonido corre mucho más deprisa –a 340 metros por segundo– que un mono despavorido. Así pues, y según esta hipótesis, la primera conversación entre primates fue un ¡cuidado! y, después, ver a toda la manada en guardia subiéndose a los árboles. Los vigías, por lo tanto, emitieron las primeras palabras. Seguramente esto ya lo haya estudiado algún paleoantropólogo resabidillo pero, bueno, a mí es lo que me se ha ocurrido viendo Rambo, primera parte.


Este posible origen primigenio de la palabra habría condicionado la naturaleza del lenguaje y de la conversación. La naturaleza prístina del hablar sería la confianza en el otro: mientras yo hablo contigo, tú me cubres las espaldas. Si no me avisas de un posible ataque, eres un traidor, te conviertes en mi enemigo, te echamos del grupi y nunca más volveremos a hablar. De hecho, Rambo –lo dice en voz casi inaudible en la escena comentada–, se pasa días sin hablar con nadie; a veces, una semana entera. Es más, Rambo se pasa la mitad de la película mirando hacia atrás, oteando a sus perseguidores; y la otra mitad, en las calles de Hope, apoyando la espalda contra las paredes. Nadie le cubre, nadie lo va a avisar de la llegada del enemigo, no puede hablar con nadie. Solo el coronel Trautman, la única persona en la que confía, en la recordada escena, apoya la mano en la espalda de su chico tratando de consolar a Rambo, el impasible.


Yo, a los 15 años, quería ser como Rambo. En mi habitación, con unos tensores, musculaba mis brazos y mis pectorales; hacía series de abdominales en el suelo. Me bebía mis primeras cervezas en El Nido. Me sentía invencible. Por suerte, nunca me llamaron para ir al Vietnam.

Imagen editada por Neila M.ª Rodríguez

El socio n.º 3

4 Comments


Guest
Feb 24, 2023

Tres reflexiones, tres tercios, a partir de este nuevo estupendo texto:

1-las esquinas están para protegerse de un peligro; también para ocultar la intención de un acto delictivo; también para llorar sin ser vistos.

2- las espaldas están para desviar ataques frontales; también para prodigar espaldarazos de amistad y buen rollo (no siempre sinceros).

3- El lenguaje, su manifestación primigenia como grito con sentido, bien pudo originarse por la necesidad infalible que nos produce la presencia de un peligro inminente, como defiende el texto; pero también pudo nacer por la impronta súbita que exige el amor, y más —porque es más alarido— en su manifestación orgásmica de placer sublime, porque el otro amor, el que importa, se expresa con un…

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Guest
Feb 24, 2023

Pues sí, es mucho Rambo. Todo un icono pop de una generación en todo el mundo con el permiso de Schwarzenegger, que le hizo la competencia mas tarde, cuando el mundo era mas sencillo donde los buenos y los malos eran fáciles de identificar.

Hoy, cuando el lenguaje no puede explicar emociones complejas, después de una vida de aprendizajes, me gustaría contar con John Rambo para enviarle a Rusia, a la residencia de Putin, se líe con su ametralladora y acabe con la maldita guerra y con los canallas que la hacen. Pero claro no puedo pensar esto porque en realidad soy pacifista y se que la violencia no es la solución a un conflicto.

El lenguaje nos ha dado…


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Guest
Feb 24, 2023

Mis alumnos practican sintaxis.

Yo pienso: ¿qué va a sacar el socio número 3 de Rumbo? ¿Pero la ha visto? ¿La vio?

A mí, su hipótesis del nacimiento del lenguaje me resulta aterradora: homo homini lupus... Y si así es, la socialización ha de ser instrumental únicamente. Muy americano todo, liberal, nacionalista y hasta patriótico. Que no estemos en Vietnam no significa que no estemos en guerra. Y, so se equivoque: hay quien tiene siempre cubiertas las espaldas: y no somos ni usted ni yo. Aún me han sobrado dos minutos. ¿"De mí" qué es? pregunta M? ¿En qué oración? le contesto. En "No sé que va a pensar de mí". Complemento de régimen, dice A. A régimen estamos todos…

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Guest
Feb 24, 2023
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Sí, CRP es. Mirándolo bien, suena a ametralladora... 😳

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