Entre un momento y otro solo hay un momento, un segundo, un segmento temporal. Entre un día y otro hay recuerdos, experiencias, sueños, imágenes desvanecidas como quien ve pasar una película sin prestar mucha atención. Entre unos pocos días de enero y su noche anterior hay un año entero, cuya diferencia es inexacta, translúcida y prácticamente inexistente. Cinco días, cinco eventos, cinco fiestas. Con distintas personas y con distintas celebraciones. Dulces diferentes. ¿Un sacrificio? Las Navidades tienen una cronología establecida hasta llegar al último día, ya con año estrenado, ya con nuevas intenciones y propósitos inventados y medianamente reflexionados, en silencio, frente a un bollo redondo, con un agujero en medio, de nata o de crema o de ambos, decorado con el eterno debate de las frutas escarchadas; un bucle de sensaciones, pensamientos e ilusiones.
NeiRma
Pues sí: un sucinto y completo comentario sobre lo que son (o pretenden ser) estás fechas navideñas. La foto de un roscón de Reyes con su agujero en medio (¿lo pasado, lo que conviene olvidar?) y un montón de bizcocho (también redondo) lleno de apetitosas frutitas dulces... ¿Serán el reclamo que necesitamos para afrontar este Año Nuevo entre bambalinas de colores? Pues sea, independientemente de que tanta delicia no sea más que un nuevo trampantojo.
Es curioso que el dulce de Reyes sea un rosco, un círculo. Miro con atención la fotografía y veo la cara de una rana: la rana que adorna la Casita de Chocolate. Pero no, es un roscón, un caldero donde se disuelve el tiempo de la Navidad y se cuecen a fuego lento nuestros tiernos deseos. Una foto azucarada y un texto ligero, muy apropiado para digerir tanto exceso.