Para mi única hija, amada y elegida
- AnRos
- 9 abr
- 1 Min. de lectura
Una rosa rosa
tilila y brilla
rezumando polen:
estrena la primavera.
Y relumbra sol y atesora néctar
(regocijada mariposa);
y se siente ya reina y eterna...
Pero, ay, a la altura de su ombligo
algo pica, algo pincha...
Baja el ojo de su corola y ¿qué hay?:
¡Una espina!
La rosa rosa escoge el pétalo más
lindo
de su terciopelo rosa
para arrancarse esa aguja amarga,
fea,
que le está haciendo sombra al sol.
Y el pétalo rosa de la rosa rosa
se inclina y tira, pero,
ay,
se rasga su tela de terciopelo
y la rosa rosa torna roja,
de sangre teñida, de sombra también,
al atardecer.
Y llora la rosa roja, antes rosa,
y se va desangrando en el ocaso
añil,
y palidece despacio, mientras
las estrellas,
tímidas, nerviosas,
naciendo inocentes,
nuevas
tililan.
Y la rosa rosa roja se vuelve
blanca,
pálida de sol, vacía de sangre,
polvo de estrellas ya.
Y van cayendo sus pétalos
sobre la espina arrancada,
que sangra y llora, arrepentida;
y sobre la tierra canela
los pétalos tornan oro ajado,
amarillo macilento sol.
Oh, hermosa rosa
rosa,
roja,
blanca,
amarilla bella.
Descansa en paz.
Ten esperanza y aguarda
otra nueva primavera,
pero sin espinas ya.

AnRos
Una breve y hermosa crónica poética, donde a la narración - recuerda a algunos cuentos de Óscar Wilde - se superpone un sentimiento de trágica pérdida. Es el tiempo de la primavera, como diría Rubén Darío, y la rosa está en todo su esplendor. Es una rosa sensible e ingenua, a la que molestan sus propias espinas. Introducidas por la habitual polisíndeton, la personificación, el recorrido cromático del rosa al amarillo - pasando por el rojo y el blanco - y el transcurrir del día - del sol a las sombras del anochecer - estructuran el poema. Como Machado al contemplar los brotes del olmo seco, la poeta desea una nueva primavera. Vive, esperanza, ¡quién sabe lo que se traga…