Camino confuso, dormido, arrastro los pies. He madrugado para conseguir buena luz. Los colores del bosque se muestran intensos hasta que los rayos directos del sol los ocultan tras resplandecientes brillos.
Hace frío, mucha humedad y echo de menos un intenso café, pero el viaje merece estos sacrificios.
Ordesa es un parque nacional situado en el pirineo aragonés que, en escondidos rincones, guarda imágenes que ponen a prueba la capacidad de almacenamiento de tu cámara fotográfica o teléfono móvil.
Pongo en alerta los cinco sentidos. El frío entra cortante por las fosas nasales mientras los ojos se deslumbran con una explosión de otoñales colores.
El Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, declarado así definitivamente en 1982 tras un intento de inundar uno de sus valles bajo un gran proyecto hidroeléctrico que movilizó a ciudadanos e instituciones, se encuentra al norte de la provincia de Huesca, en la comarca del Sobrarbe, frontera con Francia.
Está compuesto por varios valles, el principal donde se encuentra el acceso más importante por su belleza paisajística es el surcado por el río Arazas. Otros que merecen una visita son Bujaruelo, Añisclo y Escuain. Aunque Pineta no pertenece al parque, no podemos dejarlo aparte pues en su cabecera, que sí entra en su territorio, nace el río Cinca, uno de los principales afluentes del Ebro. El sector Monte Perdido es la zona montañosa del parque: Monte Perdido, Marboré y Soum de Ramond forman las Tres Sorores cumbres de más de tres mil metros que dominan gran parte del Pirineo.
La diferente orientación de sus valles y laderas, así como la profundidad de aquellos, dan lugar a variadas situaciones climáticas y abigarrados mosaicos vegetales.
Los hayedos y abetales en los fondos de los valles. También se pueden ver fresnos, arces, avellanos y abedules.
En la banda superior de este bosque encontramos una curiosidad: los cementerios de árboles afectados por la altura en la que crecieron y en la que no pudieron sobrevivir.
Cargo el equipo fotográfico: cámara, varios objetivos, trípode, filtros y otros accesorios; embutido en varias capas térmicas dejo atrás la pradera de Ordesa. Cada cierto tiempo, el rumor del agua me llama la atención para asomarme a un nuevo mirador donde una nueva sorpresa me espera.
Monto la cámara en el trípode con el que obtengo sin duda buenas imágenes limpias de vibraciones. El agua se convierte en seda y el polarizador resalta aún más los colores. Juego con el enfoque y la composición, limpio continuamente las lentes que se cubren con el spray de las cascadas y continuo la marcha hasta la siguiente.
Tras varias horas de “trabajo” que pasaron en un suspiro, emprendo el camino de vuelta. Me voy con sensaciones encontradas. Llevo en las tarjetas de memoria de la cámara varios cientos de fotografías y aun así pienso cuántas podría haber hecho si tuviera un día más. Pero el programa previsto me llevará mañana a un nuevo valle o tal vez a los miradores de las cotas más altas del parque.
Las piernas me van recordando antiguas aventuras en la montaña que ya no pueden repetir.
Nos cruzamos a estas horas, más allá del mediodía, con numerosos caminantes de domingo que en su mayoría llegarán hasta las “Gradas de Soaso”, sucesión de pequeños saltos de agua que juntos conforman otro espectáculo. Habrán dejado atrás las monumentales cascadas de la Cueva o del Estrecho. Los menos contemplarán la “Cola de Caballo”, impresionante salto de agua al final del valle, ya desnudo de su cubierta forestal.
Llego al aparcamiento de la pradera donde dejé el coche de madrugada (solo se permite el acceso de mil ochocientas personas al día), descargo la mochila y me cambio de calzado.
Seguidamente me dirijo al restaurante donde repondré las fuerzas agotadas durante la mañana. Durante casi siete horas el hambre ha ido creciendo en mí, glotón por naturaleza. Sentado en una mesa corrida al estilo de estos locales de montaña, degusto con placer gourmand una butifarra de Graus y una cerveza helada (sic).
Pienso en este lugar tan hermoso. Ahora está el viento en calma, tal vez por la orientación de este comedor natural protegido por la cubierta de hayas multicolores.
A pesar de la afluencia de público, en ocasiones excesiva, no se aprecia especial bullicio. Me viene a la cabeza el ensordecedor estruendo de las cascadas.
Hago un rápido repaso de las imágenes guardadas en la cámara y planeo los pasos a seguir en los próximos días que seguro serán insuficientes para contemplar esta belleza de la naturaleza y me prometo volver, tal vez consciente de que otros muchos lugares de esta cordillera pirenaica me estarán esperando.
Juan Carlos Martín
Yo también hice esa subida hace unos años. Estaba alojado en la Residencia Universitaria de Jaca y madrugué para, después de una hora de coche, coger el primer autobús que te sube al inicio del sendero. El bar estaba ya muy animado. Amanecía. El recorrido, como refleja este reportaje, es magnífico. Merece la pena llegar hasta el final y contemplar la última cascada. Las fotografías y los comentarios de Juan Carlos me han hecho revivir tiempos mejores.
¡Qué maravilla! El frió, el brillo, el agua desatada, los árboles que no pueden crecer, el otoño en su apogeo, la belleza, el cansancio redimido por el proyecto ultimado....!
Descansa, amigo, y saborea el almuerzo. Otros /as no seremos capaces de hacer lo que tú haces, por edad, por desentrenamiento, por miedo..... Gracias por regalarnos tú un trocito de tu envidiable proeza.
Su extraordinaria narrativa y sus imágenes impactantes animan a visitar tan bonito paraje. Muchas gracias por compartirlo.
Pienso que naturaleza, vida y arte van de la mano, como queda reflejado en el artículo; a veces lo separamos no sé muy bien el motivo.. Se puede sentir la misma sensación ante un cuadro y un paisaje, ante una fotografía y un paisaje, ante un Olmo seco y el poema de Machado.
Por cierto Ordesa es precioso.
Un artículo ameno, cercano, ágil y accesible al lector con información muy interesante, además de unas fotografías preciosas. Sin duda alguna, iremos a ver tan bello paraje y esas cascadas de seda. Espero leer más artículos como este: me encantan.