Una breve historia de casi todo, Bill Bryson
1.ª edición: A Short History of Nearly Everything, Editorial Black Swam (UK) Broadway Books (US). Estados Unidos, 2003.
Ejemplar leído: Editorial RBA. Traducción de Isabel Murillo. Barcelona, 2005.
En Una breve historia de casi todo se aborda la historia de la ciencia desde la perspectiva de cómo fue evolucionando el saber y relata aspectos curiosos de la vida de sus protagonistas, con sus grandezas, miserias y excentricidades. Consigue plasmar conceptos fundamentales de la Geología, la Física y la Química con amenidad y sencillez. Fue el libro de divulgación científica más vendido de 2005 en el Reino Unido, con más de 300.000 ejemplares. (Wikipedia, con modificaciones).
En casa: una breve historia de la vida privada, Bill Bryson
1.ª edición: Editorial Doubleday, EEUU, 2010.
Ejemplar leído: Editorial RBA. Traducción de Isabel Murillo. Barcelona, 2011.
A Bill Bryson se le ocurrió un día la idea de que dedicamos mucho más tiempo a estudiar las batallas y las guerras de la historia que a reflexionar sobre aquello de lo que está hecha la historia: siglos de gente enfrascada en sus tareas diarias, comiendo, durmiendo y tratando de vivir con más comodidades, y que la mayor parte de los principales descubrimientos de la humanidad se encuentran en la mismísima estructura de nuestras casas. Inició así un viaje por su propia casa reflexionando sobre el origen de los objetos cotidianos de la vida. En su recorrido investigó sobre la historia de absolutamente todo, desde la arquitectura hasta la electricidad, desde la conservación de los alimentos hasta las epidemias. Bryson aplica su curiosidad insaciable e ingenio irresistible, y ofrece uno de los libros más entretenidos y esclarecedores sobre la historia de nuestra forma de vida. (Sinopsis de Casa del Libro).
Nuestra casa, la historia y Bill Bryson
Conocí a Bill Bryson a través de su conocido libro Una breve historia de casi todo que me regaló un viejo amigo que me conocía bien. Me impactó tanto este libro que tuve que proteger sus cubiertas con forro y pegar páginas que de tanto usarlas se habían desprendido. Ha viajado tanto en mis mochilas durante tantos años, que tiene el aspecto baqueteado de un manual de consulta y las manchas y dobleces que deja el uso que hace envejecer con dignidad a objetos similares como muebles de madera noble o utensilios de cocina, que resisten los traslados de domicilio de los trotamundos. Este libro es de los pocos que releo con frecuencia y que me surte de historias magníficas de mis referentes culturales y científicos. Es el único libro que no me hace renegar de mi mala memoria para recordarlas y que me tiene encandilado con ellas.
Hay tres cosas que me tienen admirado de este sabio escritor. La primera es su sentido del humor, esa retranca tan inglesa que suelta un giro inesperado y explosivo en un discurso serio que te hace soltar la carcajada. Cuando esto ocurre, y ocurre con frecuencia en sus escritos, me viene a la mente su cara barbada de irlandés alegre y su risa burlona contagiosa de buen bebedor conversador tabernario con el que te irías siempre de farra.
La segunda es una convicción que compartimos que tiene que ver con esa curiosidad infantil y esa admiración por las mentes brillantes de los científicos que hacen afirmaciones milagrosas y descripciones de la naturaleza asombrosas. ¿Cómo coño llegan a saber lo que saben? ¿Cómo llegan a esas afirmaciones tan atrevidas? ¿Cómo hacen esos dibujos tan precisos de la realidad? ¿Qué arcanos conocimientos es necesario tener para ser capaz de saber lo que saben? Nuestro mundo ordenado y cómodo se sujeta en las teorías certeras de esta pléyade de cerebros admirables y no llegamos a entender una mínima parte de sus saberes.
La tercera es ese deseo de explicar el mundo. Ese deseo de entender a los científicos cuando cuentan algo. Esa pasión por las historias, por oírlas y por contarlas. Quizás también esa necesidad de volver a contar lo que otro ha contado para asegurarnos de que lo entendemos. Explicar algo para saber si tú mismo lo entiendes. Cuento con tan pocas historias personales interesantes porque mi vida es tan poco apasionante que necesito vivir otras vidas a través de las historias de otros que sí las tuvieron. Esto me hace añorarlas y desear vivirlas al mismo tiempo. Supongo que en eso no hay nada de particular. La vida cómoda que nos ha proporcionado este tiempo y esta sociedad del bienestar ha quitado la dosis de aventura que nuestra condición humana requiere.
Mi admirado Bill tiene también curiosidad por la historia, pero no por la de los grandes personajes y grandes batallas que saturan nuestros libros de historia de nuestra educación básica. Se interesa especialmente por la historia de los objetos cotidianos. ¿A quién se le ocurrió fabricar un inodoro tan esencial para nosotros? ¿Cómo surgió el tenedor y qué historia oculta tiene? ¿Y el frigorífico? ¿Un invento que ha cambiado la alimentación de nuestro mundo? De su libro En casa (At home de RBA, traducido por Isabel Murillo) extraigo joyas narrativas como esta:
«Y ahora, desde el tejado de mi casa, asimilando aquel inesperado panorama, caí en la cuenta de lo magnífico que era que en dos mil años de actividad humana lo único que había llamado la atención del mundo exterior, por brevemente que fuera, hubiera sido el descubrimiento de un colgante romano de forma fálica. El resto no eran más que siglos y siglos de gente viviendo tranquilamente su día a día –comiendo, durmiendo, practicando el sexo, haciendo lo posible por divertirse– y se me ocurrió, con el poderío de un pensamiento experimentado con los cinco sentidos, que en realidad la historia es básicamente esto: montones de gente haciendo cosas normales. Incluso Einstein debió de pasar parte de su vida pensando en sus vacaciones o en su nueva hamaca o en lo delicado del tobillo de la joven dama que acababa de bajar del tranvía al otro lado de la calle. Son las cosas que llenan nuestra vida y nuestros pensamientos, y que aun así, tratamos como secundarias y apenas merecedoras de consideración formal. No sé cuántas horas de mis años escolares dediqué a estudiar el Compromiso de Missouri o la Guerra de las Dos Rosas, pero fueron inmensamente más de las que se me animó, o se me permitió dedicar, a la historia del comer, del dormir, de la práctica del sexo o del hacer todo lo posible por divertirse. De modo que pensé que sería interesante, y que podría llenar un libro con ello, considerar las cosas normales de la vida, fijarse en ellas de una vez por todas y tratarlas como si también fuesen importantes. Echando un simple vistazo a mi casa, me quedé sorprendido, y también algo horrorizado, al darme cuenta de lo poco que sabía sobre el mundo doméstico que me rodeaba. Una tarde, sentado a la mesa de la cocina, jugueteando con el salero y el pimentero, se me ocurrió que no tenía ni la más mínima idea de por qué, de entre todas las especias del mundo, tenemos un vínculo tan perdurable con estas dos. ¿Por qué no pimienta y cardamomo, por ejemplo, o sal y canela? ¿Y por qué los tenedores tienen cuatro puntas y no tres o cinco? Todo debe tener sus motivos».
«Vistiéndome, me pregunté por qué todas las chaquetas de mis trajes tienen una hilera de botones inútiles en cada manga. En la radio oí que hablaban de alguien que había pagado por room and board, y me di cuenta de que cuando la gente habla de eso no sé a qué se refiere. De pronto, la casa empezó a parecerme un lugar lleno de misterios. Y así fue como tuve la idea de iniciar un viaje, de deambular de habitación en habitación y reflexionar sobre cómo cada una de ellas ha figurado en la evolución de la vida privada. El baño sería una historia de la higiene, la cocina del arte culinario, el dormitorio del sexo, la muerte y el sueño, y así sucesivamente. Escribiría una historia del mundo sin salir de casa. La idea tenía cierto atractivo, todo hay que decirlo. Había escrito hacía poco un libro en el que intentaba comprender el universo y cómo se ensambla todo, una empresa peliaguda, como es de suponer. De manera que la idea de trabajar con algo tan pulcramente delimitado y tan confortablemente finito como una vieja rectoría de un pueblo inglés tenía atractivos evidentes. Era un libro que podía hacer en zapatillas. Pero nada de eso. Las casas son repositorios asombrosamente complejos. Lo que descubrí, para sorpresa mía, es que todo lo que sucede en el mundo –todo lo que se descubre, o se crea, o todo aquello por lo que se pelea amargamente– acaba terminando, de una manera u otra, en tu casa. Guerras, hambrunas, la Revolución Industrial, la Ilustración, todo está ahí, en los sofás y las cajoneras, escondido entre los pliegues de las cortinas, en la aterciopelada suavidad de las almohadas, en la pintura de las paredes y el agua de las cañerías. Y por ello la historia de la vida doméstica no es solo una historia sobre camas, sofás y cocinas, como más o menos me imaginé que iba a ser, sino sobre escorbuto, guano, la Torre Eiffel, chinches, profanación de tumbas y prácticamente todo lo que ha sucedido. Las casas no son el refugio de la historia. Son el lugar donde termina la historia...»
Disfruten de sus historias, seguro que querrán contarlas a otros.
INOS
Sorprendente la idea del escritor de intentar escribir una historia del mundo sin salir de casa..... Somos así: pensamos que lo grande está en lo que nos supera, sin percatarnos de que lo cotidiano, rutinario y simple es el sustrato de lo sublime, la base mínima y completa para entender todo lo demás.
Nos han enseñado (o hemos preferido creer) que en lo difícil está lo importante; en lo complejo, la sabiduría. Estas reseñas tan sorprendentes que debemos agradecer a INOS nos demuestran lo equivocados que estamos. La próxima vez que limpie el polvo de los muebles de mi casa intentaré buscarle una explicación mínima a la sorprendente existencia del plumero.