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Nicomedes

En los años 40 y 50, el autobús de Aranda a Burgos paraba en todos los pueblos de su recorrido por la Nacional 1. El cobrador –en todos los autobuses de línea había un conductor y un cobrador–, Nicomedes realizaba pequeños encargos para los lugareños que no podían acercarse a Burgos a comprar. Entre otras cosas, muchos le encargaban unas alpargatas, para lo que le daban un palito con la medida de su pie. Lo de las tallas era una forma de medir propia de los americanos o de los suecos, como los bikinis en las playas o las minifaldas en las discotecas. El caso es que, y es a lo que vamos, que me despisto, cuando Nicomedes recibía el encargo decía «dicho», y hasta que el cliente no le abonaba la propina correspondiente –que era una tasa encubierta conocida por todos– el avispado cobrador no respondía «hecho», con lo cual el negocio estaba cerrado y el pagador estaba seguro de recibir su mercancía.


Esta anécdota que me han relatado mis padres en varias ocasiones me ha hecho siempre reflexionar sobre el extraordinario paso del «dicho» al «hecho», un acontecimiento que ha decidido el destino de los individuos y de los imperios. Incluso San Juan nos informa (1:1-18) de que «La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho». ¿Dónde está el misterio del paso del dicho al hecho, en el que ya sabemos que hay largo trecho? Las ideas están ahí, bullendo en nuestra cabeza, saliendo a borbotones por nuestra boca –me gustaría aprender a hacer croquetas, o a escribir un poema, o a decirle algo algún día, o a cambiar de coche, de trabajo, de pareja o de vida– pero no se materializan: el sofá emite rayos paralizantes, la rutina es un campo de concentración, el pasado es una losa, un mausoleo, el presente es la lista de la compra, pasar la ITV y esperar a que les toquen los campamentos de la Junta a los niños.

¿Será cuestión de voluntad, como diría Henry Bergson? ¿Imposibilitará el paso la abulia hispánica, que apuntarían Ganivet y Unamuno? ¿Serán el signo de los tiempos el decir y no hacer, el guirigay de las redes sociales, la palabrería de los contertulios, el mar de celulosa cien por cien reciclable, las palabras huecas? Parecería que solo los virtuosos –la fe en una nueva Copa de Europa, la esperanza en la derrota del invasor, la caridad por los que llegan sin nada– o los pecadores –la soberbia del dictador, la ambición de los oligarcas, la ira del asesino de su expareja– actúan, mientras una masa de dóciles consumidores no se rebela porque tiene Netflix, un equipo en Segunda División y una barbacoa en la terraza. La pasta, el rey de los suburbios donde el neoliberalismo está alojando a la clase media, impone su ley: nos decimos ecologistas pero tenemos que comprar la lechuga plastificada del Mercadona, hablamos de democracia y libertad y ponemos otra fila de ladrillos en el muro, proclamamos genocida a Putin pero seguimos comprando su petróleo.


En fin, que se acerca el verano, y yo espero flotar sobre las aguas, hacerme el muerto, mirar el horizonte, irme al pueblo, apagar la radio, silenciar el móvil, recostar la cabeza sobre el pecho de mi amada y dejar mis cuidados entre las azucenas olvidados. Dicho y hecho.

El socio n.º 3

1 comentario

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Invité
14 sept. 2022

Muy bueno. Y doy fe de la anécdota del cobrador --incluso podría añadir otra-- lo que no recuerdo es que se llamara Nicomedes, o quizá habría más de uno.

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