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Revista BuCLE

Mundo megamisterioso

Hay días en los que me levanto un poco Juan José Millás y me dejo rodear por los misterios. Como en los cuentos y novelas de Jack London sobre los buscadores de oro en Alaska, algunas mañanas los múltiples misterios de la realidad inmediata me parecen una jauría de lobos que me acosa como al último superviviente de una pequeña expedición parapetado en su trineo. Otras mañanas más luminosas esa corte de los milagros cotidianos son una fiesta pagana en la que se dan cita pequeñas hadas, gnomos, faunos y otros seres mágicos y huidizos.

Hoy me despierto y estiro el dedo índice, y soy consciente de la complejidad de mi cuerpo, y pienso en la sorprendente conciencia del existir. Miro, escucho y toco, y sé que estoy. Las ocho en el reloj. Siento la profundidad del lenguaje, que me permite pensar, como si nuestro código fuese un bosque tropical donde las palabras son pájaros, lianas, enormes árboles que buscan la luz, gusanos que se deslizan entre las hojas podridas. Me asomo a la ventana y veo el lucero del alba y más allá, el azul infinito. Atisbo las magnitudes del universo, sus incontables soles y el reino de la materia oscura, y los millones de neuronas de mi cerebro se paralizan, absortas ante el espectáculo de las profundidades del cosmos. Vuelvo a mi dedo índice, y creo saber que la física cuántica me diría que no hay dedo, sino fuerzas de atracción entre nanopartículas regidas por el principio de indeterminación de Heinsenberg, y que hay un infinito entre ellas, y en ese infinito caben otros mundos, como una civilización podría nacer y morir en una de las motas de polvo que cruzan los primeros rayos de sol de esta mañana de otoño.

Me levanto de la cama y me meto en la ducha: el agua me envuelve con su maternal naturaleza, el tacto metálico de los grifos me transporta al corazón de las estrellas y el plástico del bote del gel me recuerda a las miríadas de árboles y animales sepultados durante millones de años en las profundidades de la Tierra. Salgo de la ducha y me seco con mi toalla de algodón, y pienso en una minúscula semilla, con todo su futuro escrito en una doble hélice, como un antiguo papiro del templo de Eleusis, en cómo miles de vidas están escritas en mi esperma, y que nunca serán. Cojo el móvil de la mesilla y lo activo. Voy a la cocina y acciono el interruptor de la luz. Doy al botón del microondas y escucho su zumbido. Todo me sorprende como a un niño. No trato de entender nada, contemplo esas maravillas como si las viese por primera vez, porque soy un hombre de letras.

Enciendo la radio y el susurro de los dioses, que son de ciencias, se diluye entre las palabras de los hombres, que hablan de juegos infantiles, de castillos en la arena con sus fosos y sus murallas; que vociferan que te pego porque me da la gana, y te tiro una bombita por allí, y un misilito con un dron súperchulo iraní por allá, que se defienden lloriqueando con que yo llamo a mi primo de Zumosol, que vas a ver; que amenazan con que no me lo quites, que estos millones son míos; que insultan que tú eres tonto, y tú más, fascista, totalitario, que no sé lo que quieren decir, pero lo decía mi abuelo y se ponía muy serio.

Vuelvo así al mundo de las mayúsculas, de las fronteras, de la resurrección de los muertos, de los ángeles y de los fantasmas, de los chamanes y de los profetas, de las luchas tribales, de las colas del hambre, de las colas del paro, de la chispa de la vida. De la hipocresía, de la indiferencia, de los petrodólares, del pase de Pedri y de la mala educación de Piqué.

El fuego del conocimiento se apaga –es difícil sostener la mirada a los dioses, que se descojonan de mí– y las hadas, los gnomos y el fauno, que estaba a punto de coger a una ninfa, corren a esconderse en lo profundo del bosque. Hasta los lobos, agazapados y hambrientos, huyen despavoridos.


Llamo a mi encantadora novia, y me saluda:

—Holi, culicuántico.

Empieza la jornada.

Imagen editada por Neila M.ª Rodríguez

El socio n.º 3

2 comentarios

2 Comments


Guest
Nov 22, 2022

Todas las cosas que consideramos que existen son, como las letras, a la vez pequeñas y grandes, mayúsculas y minúsculas.

El cosmos es grande, pero no sería nada sin el pequeño átomo; el cuerpo es grande, pero quedaría muy mermado sin su minúsculo dedo índice; las palabras son grandes porque abren pensamientos, traducen sueños y permiten explicar la física cuántica a través de sus escasos y minúsculos fonemas que las hacen posibles... Y así.

Por eso, somos tan grandes y tan sabios que nos conformamos con amanecer cada día, vislumbrar el sol y su cielo desde la ventana del dormitorio, proceder al aseo y secado diario que también nos permite el dedo índice, llamar a quienes amamos para constatar, quizás…

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Guest
Nov 18, 2022

Jo... Socio número 3.

Qué lastima de esas vidas que no serán...

O no quizá

Qué lastima de las que son,

o creen ser.

Y qué lástima de las que están a punto de salir del dedo índice al mundo de las mayúsculas.

Los seres mayúsculos, los allegados, y hasta los más chicos,

les dicen tan inseguros como irreflexivos:

sois la generación de cristal,

sois unos ignorantes,

no vais a llegar a nada en la vida,

no os esforzáis...

Y que se lo digan tiene más o menos las siguientes implicaciones:

nosotros somos fuertes,

somos sabios,

hemos llegado a algo en la vida,

nos hemos esforzado.

Nadie les pone delante de los ojos dos evidencias:

- lo que han conseguido…


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