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Revista BuCLE

Mirla

Prolegómenos

Mirla es en realidad Mila (de Milagros). Mirla tiene 68 años (estamos en 1983) y reside en el Manicomio de Oña (antes de ayer, Centro Psiquiátrico de San Salvador, por razones eufemísticas). Mirla no está loca, ni demente, ni perjudicada por la sociedad… Mirla solo quiere ser un pájaro… ¡Mirla quiere volar!

Presentación

Mirla es una mujer menuda, de mediana-avanzada edad. Mirla tiene los ojos claros y acuosos, como si quisiera secar el mar. Mirla tiene la nariz un poco torcida, algo torva, con aletas ultrasensibles, como si quisieran volar. Mirla es menudita, un poquito jibosa como los pájaros, que parecen querer acariciarse el pequeño vellón que les da alzada y altivez, justo debajo del pico. Mirla camina despacio, como a saltitos, como corresponde a un pájaro que se precie. Mirla no es un pájaro, pero solo sueña y vive para serlo. Y si nadie la entiende, a ella no le importa.

Acto I

Mirla tiene una jaula con aristas doradas. Mirla camina todas las mañanas rodeando el claustro del monasterio donde está hospedada, porque dentro de sus cristales, en su claustro, hay un pozo, y en el brocal de ese pozo revolotea y habita mirlo, el amor de sus sueños. Mirla quiere atrapar a mirlo en su jaula dorada, porque cree que cuando mirlo quede encerrado, ella será libre para volar. Mirla todas, todas las mañanas recorre y rodea el perímetro del claustro con su jaula en la mano derecha, cual linterna. Y así todos los días… Mas mirlo siempre revolotea al otro lado de su deseo. Mirla no entiende por qué mirlo no viene. Mirla tiene muy claro que, cuando mirlo descanse en esa exquisita jaula de oro que le tiene preparado, ella será por fin mirlo, por fin pájaro, por fin Mirla-mirlo. Acto II

A Mirla le gustan las manualidades; de hecho es la más habilidosa entre los internos. Mirla, en el taller, se ha fabricado unas alas de cartón –tamaño ángel, como ella proclama y presume–; las ha pintado amarillas y pardas, como corresponde a un mirlo de ley. Mirla guarda celosamente sus alas mirlas recosidas en su jersey pardo favorito: son su tesoro, el objetivo final de su existencia desde que tiene memoria. Acto III

Hoy es el cumpleaños de Mirla. Las monjitas que la cuidan —y que tanto la aman, pues es dulce y niña, y no da problemas— han decidido darle una sorpresa, un gran regalo: le encargaron al cazador del pueblo que les trajera un mirlo para regalar a una residente testaruda, buena y caprichosa. Mientras Mirla come con los demás en el comedor aséptico y reconocido, las monjitas han subido a su habitación: han abierto la jaula dorada y han depositado en ella al mirlo. (¿Qué dirá Mirla, qué pensará, cuánta alegría…?, piensan.) Acto IV

Mirla sube feliz a su habitación: ha sido vitoreada y aplaudida por sus compañeros. Entra… De pronto el mirlo, la jaula, el mirlo dentro de la jaula, el dorado más oro aún con el sol que relumbra la tarde deshaciéndose ya… Sus ojos se achican como pájaro avizor; sus oídos menguan; su pensamiento se hace líquido con la tarde que atardece… No lo piensa más: se viste su jersey pardo favorito cosido de alas, abre la ventana y se echa a volar. Por fin Mirla mirlo.

Ana Rosa M. Portillo




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