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Mi zona de confort

Ha llegado a mis oídos que escribo como un cura. No sé si tomármelo como un desprecio o como un elogio. Más allá de la propia literatura eclesiástica –desde Agustín de Hipona hasta el recientemente fallecido Joseph Ratzinger, Benedicto XVI– algunos sacerdotes se encuentran entre los grandes nombres de la literatura española. Por ejemplo, Juan Ruiz, arcipreste de Hita. O Lope de Vega, nada menos, que se ordenó a los 52 años. Por otra parte, muchos de los mejores novelistas contemporáneos han pasado por el tamiz frailuno o, al menos, parroquial: Azorín estuvo ocho años interno en los Escolapios de Yecla;  Unamuno conoció a su futura mujer, Concha, en las clases de catequesis para la primera comunión; Miguel Delibes cursó el bachillerato en el Colegio de Lourdes, de los Hermanos de La Salle. El modo de hablar y de contar de los curas, formados en latines, oratoria y retórica, es un decir que impregna toda la literatura española, por acción o reacción, hasta nuestros días.


​Pero, en los últimos años, desde mi punto de vista, se ha producido la irrupción imparable de otra disciplina en la escritura literaria: me refiero a la psicología. Si bien la introspección es algo consustancial al hecho de escribir, la caracterización psicológica de los personajes ha ido ganando terreno hasta convertirse en el argumento de la obra. Entre esto y la moda de la autoficción, la novela de aventuras está siendo relegada al olvido. Quizás sea porque en el mundo actual ya no hay espacio para las peripecias en el sentido clásico del término.  Las aventuras son ahora íntimas, egocéntricas, familiares, psicoanalizables. Así que lo suyo en estos momentos no es ya escribir como un cura, sino como un psicólogo. O, más bien, como una psicóloga, porque la mayoría de las nuevas novelistas son mujeres.


Pues bien, me intentaré subir al carro. Empezaré por tratar de asimilar un concepto básico: voy a pensar en la zona de confort. La zona de confort, resumiendo, es lo que tradicionalmente se ha llamado costumbre. Salir de la zona de confort, es decir, abandonar nuestras costumbres, se ha convertido en un tópico de la posmodernidad. El asunto consiste en hacer cosas diferentes a las que solemos hacer para entrar en la llamada zona de crecimiento. Esto puede generar un cierto estrés y ansiedad que, controlados, pueden ser positivos. Dar el salto, plantearte retos y conocer gente nueva te permiten ganar autoconfianza y desarrollar tu yo espiritual. Digo todo esto, trato de interiorizarlo, pero no me lo creo. Y, si pongo en duda los conceptos más elementales, ¿cómo voy a escribir como un psicólogo?


Lo que a mí me parece es que el reto no es salir de tu zona de confort, sino mantenerte en ella. Porque la vida ya te saca, a hostias, de tus rutinas. La familia se deshace, los amigos se pierden, te echan del trabajo, te pones enfermo, se ponen enfermos, o tienen un accidente, o llega la parca. Estamos toda la vida intentando cercar una parcelita donde rumiar a gusto, para que vengan a decirnos que lo guay es la trashumancia. 


Así pues, no necesitamos salir, sino volver. Al redil, a tu vera, a nuestra casa solariega. A la viña, al surco, al rincón, a la ventana de siempre, a este lado de la cama. Ni meditación, ni mindfulness, ni desarrollo personal ni gaitas. Necesitamos algo que nos reconforte, que nos consuele: un besito de mi encantadora novia, un abrazo, una canción, mirar el cielo estrellado, una sopa caliente. Regar otra vez el mismo tiesto –mira qué flores tiene este año–, abrir el buzón sin ninguna esperanza, comprar el pan sabiendo que ella, la Guadalupe, sabe lo que yo quiero. Escuchar el silencio junto a ese otro que siempre va conmigo. El lujo, quizás, de una conversación tranquila, como una confesión.


Ya ven, lo intentaré otro día. A mí lo que me sale es escribir como un cura. Es mi zona de confort.


Galaor de Langelot

8 comentarios

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Invitado
10 feb

"Donde da la vuelta el aire", pensé anoche, en cuanto leí su reacción. Luego observé una protuberancia nueva en busca de definición precisa (como la vida o su dónde) en mi muslo derecho. Ahí, le dije, también está la vida.

Busque usted el sentido de la vida (yo esta noche he soñado, es decir, he vivido, una desventura: he peinado la melena rizadilla y engominada de un Bárcenas carnal tamaño Baby Mocosete y, afortunadamente, asexuado),

ya verá que, como la vida carece de sentido, su único sentido es buscárselo. Si encuentra otro, más allá de estos pasajes pasajeros que intercambiamos, avíseme...

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Invitado
09 feb

Difícil estar a la altura del artículo y los comentarios de hoy. Una trabajadora social, remedo pobre de psicólogo, me lanzó como insulto q yo no saldría nunca de mi zona de confort. Lo que me hizo pensar en la suerte q tengo porque he construido eni vida un estupendo espacio con mi marido, mi hija, mi familia, mis amigos, mi trabajo y la señora del bar donde me tomo mi pincho y charló un poco de la vida. Por cierto la narcisista trabajadora social que no tenía zona de confort, pero que la anhelaba e fue de ongg que queda muy moderna a la otra parte del mundo a crear zonas de confort a los q ella consideraba terce…

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Invitado
10 feb
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Gracias por el comentario: así es, el tópico de la zona de confort puede convertirse en un argumento vital para algunas personas. Soy consciente de que trivializo y generalizo sobre cuestiones de Psicología y Crítica Literaria, pero no pretendo hacer un tratado, sino un artículo de opinión más o menos ameno. Una breve lectura que conecte de alguna manera con nuestra vida cotidiana, como se ve en este interesante comentario.

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Invitado
09 feb

Pues, a mi juicio, cuánta razón tienes, amigo. Preciosa reflexión. Si tú eres un cura, consuélate, yo soy una monja... También tenemos ejemplos ejemplares en nuestro acervo cultural: sor Juana Inés de la Cruz, la monja Alférez, la Santa de Ávila...

Es cierto que hoy manda la psicología fácil y conformista, esa que te regala un chupachups al gusto preferido según abres la boca.. Es cierto que la autoficcion está de moda, esa nueva modalidad de "literatura" que expulsa mocos rogando clínex. Es cierto que la costumbre es norma y certidumbre, es cierto.. Pues abracémonos a ella, que no nos falte el pan nuestro de cada día untado en la exquisita salsa de los esfuerzos y los afanes que no…

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Invitado
10 feb
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Pues sí, el decir monjil también impregna, en general para bien, nuestra literatura. Y la moda de la autoficción es un signo de los tiempos: somos cada uno el ombligo del mundo, y lo mío cuenta y debe contarse. Yo mismo caigo continuamente en esa corriente confesional disfrazada de ficción novelera o articulera.

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Invitado
09 feb

Señor mío: no voy a entrar en disputas ni voy a decirle dos cosas. O tres.

No le voy a decir lo que tiene usted de cura, aparte del escribir. No le voy a contrargumentar recordándole que esos escritores de los que me habla no tenían libertad de elección en lo que a lo que educación se refiere, aunque sí el privilegio de acceder a ella.. Tampoco que eso de que la novela no cuente odiseas externas tiene mucho más recorrido que los últimos años. Como poco, el último siglo completo (pobre Joyce, pobre Rayuela, pobres profesores de crítica literaria explicando la sociología de la novela.


Por lo que respecta a ese rollo de las zonas, me muestro tan crítica…


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Invitado
09 feb
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Hay que ver, qué cosas te pasan, amiga: cuánto piensas y cuánto sufres.... Y cuánta razón tienes también.... Pero a lo íbamos, sin pelotas y sin plátanos... La vida ¿dónde está?: eso que nos importa, que nos hace y que es susceptible de concedernos un mínimo consuelo... Ya, las aventuras, las odiseas, pero la vida sin alharacas ¿dónde?

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