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Matemáticas, poesía y religión

Las rubayat son composiciones poéticas que constan de dos versos largos descompuestos en cuatro hemistiquios que riman primero con segundo y cuarto, quedando el tercero libre. Presumiblemente su origen es persa, aunque luego pasó a la literatura árabe y turca. Muy próximo por su brevedad al haiku japonés y al epigrama helenístico.


Omar Jayyam, matemático, astrónomo y poeta que vivió en Samarcanda en el 1070 de nuestra era, escribió un famoso tratado matemático, el Algebra, donde explica cómo resolver todas las variantes que admite una ecuación cúbica, de forma geométrica, usando cortes de circunferencias, parábolas e hipérbolas.

Pero no se quedó en esto su mente científica, artística e inquieta; supervisó la construcción de un observatorio astronómico y estuvo a cargo de una reforma del calendario. Para esa reforma hizo una medición increíblemente precisa del año trópico –el tiempo que transcurre entre dos pasos consecutivos del Sol por el mismo punto equinoccial–: 365,242198 días. Usando esa estimación, propuso un calendario basado en ciclos de 33 años, 25 de los cuales tendrían 365 días, mientras que 8 serían bisiestos de 366 días. Esta reforma es la base actual del calendario en Irán y Afganistán y es más preciso que nuestro calendario actual gregoriano. El gregoriano actual acumula un error de un día más por cada 3200 años aproximadamente y el de Jayyam acumularía ese error cada 5000 años.


Las rubayat que escribió Jayyam son austeras, desnudas de retórica y confirman la apreciación de que el conocimiento, el arte y la curiosidad infinita son patrimonio de la naturaleza de algunos elegidos.

Decía Jayyam que tomáramos la felicidad del instante aquí:

Yo nada sé; el que me creó,

hombre del infierno me hizo, o del paraíso.

Una copa, una hermosa y un laúd a la orilla del campo;

Estas tres cosas para mí al contado, y para ti el cielo prometido.

 

Y del paso del tiempo y del olvido decía:

Hubo una gota de agua y se hundió en el mar.

De polvo una partícula y a la tierra se unió.

Tu llegada y partida ¿qué es en este mundo?

Una ligera mosca apareció y desapareció.

 

Ha llegado el alba, levántate, hermosa,

recreándote toca el arpa y bebe vino,

que durarán poco los que están aquí,

y los que se fueron, pasaron al olvido

 

Como hombre de ciencia fue un declarado ateo cuando eso te condenaba al fanatismo imperante de sus tiempos:

Dime, ¿qué hombre no ha transgredido jamás Tu ley?

Dime, ¿qué placer tiene una vida sin pecado?

Si castigas con el mal el mal que te he hecho,

dime, ¿cuál es la diferencia entre Tú y yo?

 

Antonio J. Durán, admirado matemático al que tengo como maestro, del que copio este texto, resume muy bien ese sentimiento de muchos y el mío propio:

Hay quienes defienden que el agnosticismo y el ateísmo son un invento occidental, un fruto de la Ilustración. Creo que se equivocan. Primero, porque más que agnosticismo y ateísmo, lo que hay son agnósticos y ateos –afortunadamente sin jerarquías ni doctrinas ni libros sagrados–, y segundo, porque existen agnósticos y ateos desde el mismo momento en que la humanidad inventó la primera religión, concibió el primer dios o invistió al primer clérigo –y aquí el orden no altera el producto–. Omar Jayyam es un buen ejemplo de lo que digo. Lo que sí fue fruto de la Ilustración, aunque no se materializó hasta hace muy poco, y en reducidas áreas del planeta, es la posibilidad de que una persona pueda hacer pública su condición de no creyente sin que su integridad física peligre: todavía esa persona recibirá insultos y desprecios por parte de clérigos de toda laya, pero afortunadamente ya no se la intentará torturar o quemar. ¿Cuándo entenderán los creyentes intransigentes que el no poder creer en un determinado dios no hace de por sí a nadie peor ni mejor?

Cuesta concebir el odio que a través de los siglos ha generado el simple acto de honestidad personal, de profunda sinceridad, que lleva a una persona a descreer de un dios o una religión. Contra el que descree de sus doctrinas las religiones han usado, y en algunos casos, todavía siguen usando, la represalia violenta, o cuando menos la amenaza de exclusión social. Pero ¿por qué hay que amenazar a alguien cuyo único delito es ser incapaz de creer en ninguna de las religiones de las que ha tenido noticia? He leído la biblia –al completo, de la primera a la última página– y el Corán, y he reflexionado sobre lo ahí escrito; después de lo cual he de reconocer que me resulta imposible creer en ninguno de los dioses retratados en esas páginas. Y lo mismo me ha ocurrido con las antiguas mitologías mediterráneas, o con el hinduismo. Independientemente de sus cualidades literarias, en todos esos textos encuentro un mismo sabor: el que desprende la superstición, el miedo a lo desconocido, el rancio sabor de una ignorancia antigua. En esto coincido con Christopher Hitchens que en su "Dios no es bueno" escribe: «La religión proviene de la vociferante y amenazadora infancia de nuestra especie, y es una tentativa pueril de hacer frente a nuestra ineludible exigencia de conocimiento, así como de comodidad, tranquilidad y demás necesidades infantiles».

 

Porque aunque hoy seguimos desconociendo muchas cosas, de otras sabemos muchísimo más de lo que se sabía hace milenios, cuando, según se dice, algunos de los dioses todavía hoy en activo dictaron a sus huestes los libros que estas tienen por sagrados. Y, sinceramente, no me puedo creer que unos dioses que se autotitulan omniscientes –la modestia no es nunca una de sus virtudes– pudieran dictar unos textos tan errados, tan cargados de quimeras y tan llenos de ignorancia sobre las leyes físicas o naturales que rigen este mundo –de las que esas divinidades, para mayor incoherencia, se autoproclaman creadoras–. A pesar de lo cual, las correspondientes jerarquías religiosas siguen todavía hoy insistiendo en que esos libros encierran la respuesta a todas las preguntas, en que son fuente de toda sabiduría, y, como iluminados, pretenden forzarnos a vivir según sus reglas, y sean las que obligan a las mujeres a guardar sumisión a los hombres, las que ordenan comer sólo lo que su dios permite, o las que nos exigen una determinada moral sexual– por castrante que esta sea.

 

Muchas personas con sentimientos profundamente religiosos viven aferradas a esa seguridad que dan las respuestas simples que se les da a los niños para calmar su rabieta. Como niños enfadados también cargan contra los que tratan de convencerlos de su error. Es curioso observar sus contradicciones como cuando dicen que muchos científicos son también creyentes. Necesitan también de sabios que confirmen sus ideas.

Otros nos conformamos con las respuestas que da la ciencia a nuestras preguntas eternas. Cada vez mejores pero nunca completas. Ese camino que nos aleja de nuestros ancestros pero nos acerca a la humanidad.


La vida de Brian
Fuente: La vida de Brian

INOS

2 comentarios

2 Yorum


Misafir
11 Nis

Un artículo muy ameno y documentado sobre un tema complejo. Comparto algunas reflexiones tanto del autor como de Omar Jayyam y del matemático citado - las respuestas cada vez más precisas de la ciencia, el consuelo del arte y de la belleza, la mayor tolerancia religiosa en algunas zonas del mundo - pero quedan aspectos interesantes sin tratar: la hipocresía social imperante y la necesidad de ritos que cubre la religión, los matices entre espiritualidad y religiosidad, el concepto de laicismo. En cualquier caso, no se pueden tratar todos los aspectos del tema en un artículo de esta extensión. La figura de Jayyam es muy atractiva: ¿ cómo midió la duración del año con esa precisión? Gracias, INOS.

Beğen

Misafir
11 Nis

Un texto muy interesante, explícito y ameno. Muy bien argumentado: toca temas realmente arduos e invita a una reflexión inmediata.

Qué sabios, curiosos y completos eran los antiguos: lo sabían casi todo de todas las materias; hoy casi nadie sabemos apenas un pelín de una de ellas.

Sí los dioses son una invención del hombre por necesidades obvias, para poder dar una explicación (o un consuelo, o una salvación) a lo que desconocemos o sentimos como una amenaza, sí existen o no existen de forma inmanente nadie lo sabe a ciencia cierta; es posible que sea el único misterio que quede sin resolver al final de los tiempos....

Lo que sí se sabe es que hay que respetar a "todo…

Beğen
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