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Maneras de leer

A Rosendo Mercado, en su 70 cumpleaños


No pienses que estoy muy triste si no me ves sonreír. Es simplemente despiste. Estaba a mis cosas, consultando los dos últimos informes sobre la lectura en España: el Informe Pisa afirma que el nivel de comprensión lectora de los alumnos de 15 y 16 años disminuye; el otro informe, el del ministerio, confirma que un españolito de cada tres nunca lee un libro. Y que cuanta más pasta se tiene, más nivel de estudios, y más se lee. Siempre ha sido así. En 1850, el 75 % de la población era analfabeta. Durante la Segunda República, más del 30 %. Mi padre, que es maestro, enseñó a leer y a escribir a varios centenares de analfabetos durante su mili, aquellas largas milis de los años 50.


Me sorprendo del bullicio y ya no sé qué decir. Cambio las cosas de sitio, recoloco los libros, soy un obseso del orden. Hay demasiado ruido ahí fuera, en la radio, en la televisión; solo los libros me proporcionan cierta tranquilidad. Es mi oasis. Cuenta Alberto Manguel en su libro Una historia de la lectura que, en el siglo X, en Persia, el visir al-Sahib ibn Abbad Abd al-Qasim Ismail, para no separarse cuando viajaba de su colección de 117.000 volúmenes, los transportaba en su caravana de cuatrocientos camellos, adiestrados para caminar en orden alfabético.


Voy cruzando el calendario con igual velocidad, subrayando en mi diario muchas páginas. Los días del jubilado son todos muy parecidos. Voy creando unas rutinas que recuerdan vagamente un horario laboral. Arranco la página diaria del taco del Corazón de Jesús: bajo la ilustración leo una frase sentenciosa cuyo autor, habitualmente, desconozco; desgrano el santoral; ojeo con curiosidad, a veces defraudada, el envés. El miércoles, 21 de febrero, se celebró el día de Santa Leonor, Leonor de Provenza, gran aficionada a la poesía trovadoresca. El 9 de mayo de 1271, su hijo, Eduardo I, el de las largas canillas, un tío de 1'88, futuro rey de Inglaterra, desembarca en Acre acompañado de su mujer, Leonor de Castilla, con quien se había casado en el monasterio de Las Huelgas de Burgos cuando la infanta tenía 15 años. Le dio 15 hijos. Mientras el matrimonio pisa Tierra Santa, en Inglaterrra, la abuela, la literata, enseña a leer a sus nietos silabeando unos versos de Bernart de Ventadorn.


Te busco y estás ausente, te quiero y no es para ti. A lo mejor no es decente comprar un libro en la Casa del Libro. Y menos en Amazon. Las librerías de toda la vida lo tienen difícil. He comprado en Luz y Vida la Historia de los heterodoxos españoles, de Menéndez Pelayo. La edición facsímil del CSIC. 113 euros. En Iberlibro ofrecían una edición de la BAC por 8 euros. No, ese libro no es para ti. Ni para nadie. Es solo para mí. Para el pedante, para el loco de los lentes.


Voy aprendiendo el oficio olvidando el porvenir. Me quejo solo de vicio, la verdad es que no tengo motivos para quejarme. Algún dolor articular, una buena pensión, una novia encantadora. Estoy aprendiendo a leer y a escribir. En EE. UU., el Federal Writer´s Project recogió en los años 30 del siglo pasado los testimonios de antiguos esclavos de las plantaciones sureñas; Doc Daniel Dowdy recordaba que «la primera vez que te pillaban tratando de leer o escribir te azotaban con una correa de cuero, la segunda con un látigo de siete colas y la tercera te cortaban la primera falange del dedo índice».


Voy cruzando el calendario con igual velocidad, subrayando en mi diario muchas páginas. Como les decía, me busco algo que hacer todos los días, me creo hábitos pseudolaborales. Tomé notas de lo que decía Eduardo Mendoza a Pablo Motos en el programa de televisión El hormiguero. He subrayado algunas ideas de mis apuntes: la mayoría de los libros que empieza no los termina: la vida es muy corta para perder el tiempo con un libro que no te gusta; a un niño le recomendaría ser educado, con eso ya te ganas la voluntad de la gente; a un chaval de veinte años que ande perdido no se le puede decir nada, quizás que busque su tabla de salvación, como fue la escritura para él; si tuviera que recomendar un libro, elegiría Crimen y castigo, que no es fácil –tiene mucha carga literaria, muchas proteínas y vitaminas– pero si te gusta, ya estás perdido, no vas a dejar de leer nunca.


No sé si estoy en lo cierto. Lo cierto es que estoy aquí. Otros por menos se han muerto. Por ejemplo, todos aquellos que se demoraron en huir de Herculano tras la erupción del Vesubio. Entre ellos, quizás, el esclavo a cuyo cargo estaba la biblioteca que se descubrió durante las excavaciones de 1752. Los rollos de papiro carbonizados han permanecido en un almacén sin saber cómo desenrollarlos sin reducirlos a cenizas. Ahora, la IA, auxiliada por la tomografía computarizada, es capaz de leerlos. Los papirólogos estiman que el primer rollo traducido corresponde a un texto de Filodemo, seguidor del epicureísmo. El dueño de la villa, probablemente el suegro de Julio César, era un forofo de Epicuro.


Descuélgate del estante y si te quieres venir, tengo una plaza vacante. Pues sí, somos nosotros, y no los libros, los que estamos en los estantes. Leo y subrayo la Introducción a la Historia de las Religiones de Francisco Díez de Velasco y me leo a mí mismo en mi lejana adolescencia, traumatizado por una educación religiosa que se entrometía sin pedir permiso en mi intimidad, que me provocaba dilemas morales que tardé años en solucionar. Poco a poco, conseguí una vacante en el ministerio de la razón y de la alegría, lejos de aquellas sombras. Leer es siempre leerse a uno mismo.


Maneras de vivir. Maneras de leer.


Rosendo
Fuente: Rosendo

Galaor de Langelot

3 comentarios

3 Comments


Guest
Mar 01

Meterse en la cama es como volver al útero materno, decía el otro día un compañero de trabajo que no suele decir estas cosas. Una colega afirmó sorprendida no haberlo visto nunca así. Yo, añadí, me duermo abrazada al libro que estoy leyendo, sustituto del cuento infantil. En él vivo cuando no quiero vivir, y a él encomiendo mi sueño.

Ahora no, pero de joven, añadía a la lectura una chuchería (un trozo de chocolate, por ejemplo: el biberón). Afortunadamente, tengo una dentadura privilegiada, así que, cual bebé desdentado, me dormía después.

Eduardo Mendoza se repite. Afortunadamente, yo oí hace tiempo su consejo, lo presto cuando puedo a quien lo necesita, y lo sigo siempre.

En efecto: somos nosotros los…


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Guest
Mar 01

3- (¡Qué mal me salió el escrito anterior, y tan deslavazado). Preservemos los libros, ampliemos nuestras bibliotecas, eduquemos a nuestros hijos en los mitos clásicos.... Algún día, cuando nos sorprenda otra pandemia, quizá podamos disponer , con las hojas de los libros, de un papel higiénico ya agotado en las farmacias y en los super... Triste destino el de los libros; también aliviador de urgencia: siempre único.

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Guest
Mar 01

Vale: impresionante el artículo por la documentación y el sentimiento que rezuma. Tres "peros", no obstante:

  1. No hay que resignarse al imperativo de la actualidad: nadie quiere hacer nada, salvo algunos que desean algo con vehemencia y con derecho (los demás, lo siento, son morrallas: lloriqueos que se lamentan del mundo buscando, sin más, una paga vitalicia.

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  3. 3- ¿Qué esperabas? Preserva tu biblioteca y hazla crecer. Tú y todos. Es lo único que quedará cuando la vida se diluya y solo existan los recuerdos, o sea, el pasado: lo que da sentido a nuestro presente (aunque nadie lo quiera entender); o sea ¡ los libros! Tú sigue comprando y resucitándolos🤗.

  4. 3

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