Un ejercicio infantil
La luna tiene dos caras,
dos caras tiene la luna:
la una es clara,
la otra, oscura,
luna lunera
cascabelera.
¿Por qué a veces nos produce
esa sensación impura?
¿Será, madre, que tras las telas del alba
ella se duerme desnuda,
sin imaginar siquiera
la mirada lujuriosa
de ese sol embravecido
por su ropaje amarillo?
¿Será, madre, que me quiere confundir
esa bicéfala luna,
que a veces saca una cara
que en ocasiones oculta?
¿Será, madre, que haya un Dios
más grande que nuestra luna:
esa que engaña,
esa que acuna,
esa cuyo rostro bello,
según qué interese, muda
la cara lavada y limpia
por otra de sombra impura?
¿Será, madre, que entre el infierno y el cielo
un vigilante vigila
que la Luna pierda el miedo
y salga blanca de plata
con ornamentos de cielo?
¿Será, madre, que otra luna,
la que es oscura,
ha de ser mala a la fuerza?
Si igual ama,
si igual mece,
si lo mismo calma
si lo mismo siente.
Si son, madre, las dos mellizas mitades
de un bombón de chocolate,
la una negra,
la otra blanca:
las dos juntas el milagro
del amor no malogrado.
¿Será, madre...?
Es, que yo lo sé.
AnRos
Un poema de tono lorquiano donde las interrogaciones retóricas, a pesar del vocativo, dan forma a las inquietudes de la voz poética. La cara oculta de la luna nos remite al dilema de la existencia del mal. En el otro lado, el vigilante, Dios. La imposibilidad de la coincidencia - el milagro del amor no malogrado- construye un hermoso poema dual con reminiscencias de canción infantil. En este sentido, la personificación dramatiza la composición. La aseveración final, tras la serie de premisas condicionales, reafirma la visión de la poeta.