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La pertinaz sequía (III) Mi huella hídrica

«Heráclito camina por la tarde/ De Éfeso. La tarde lo ha dejado, /sin que su voluntad lo decidiera, / en la margen de un río silencioso / cuyo destino y cuyo nombre ignora.» Jorge Luis Borges



Ojo a los datos: solo el 3,5 % del agua de la Tierra es agua dulce, y solo el 0,007 % es agua potable. Y cada vez hay menos: el calentamiento global disminuye la humedad de la atmósfera, las sequías “flash” se generalizan y el planeta agoniza. Esto último ya lo dijo Miguel Delibes en 1975 en su discurso de ingreso en la RAE, y nos lo ha recordado hace unos días su hijo, Miguel Delibes de Castro, presidente del Consejo de Participación de Doñana, junto al Caño de Resolimán. Los exobiólogos suponen que en unas nubes interestelares de vapor de agua que están a 12.000 millones de años luz puede haber unas 140 billones de veces el agua de nuestro planeta. El deshumidificador que lo condense buen deshumidificador será. También estiman que hay miles de exoplanetas que parecen contener agua a tutiplén. Todos, incluso los más cercanos, están muy lejos. Se sabe a ciencia cierta que hay mogollón de agua en los satélites de Júpiter y Saturno, pero vete tú con el cántaro a la fuente. O vete a comprarte allí un piso con terraza y piscina comunitaria. Aquí hay 1100 millones de personas que no tienen acceso directo al agua potable; 2000 millones de personas que no disponen del agua necesaria para el saneamiento y la higiene. 1400 niños menores de 5 años mueren a diario por ello.

La Fundación Aquae te permite calcular tu huella hídrica, es decir, el agua que consume cada uno según sus hábitos de vida. A mí me han salido 580.796 litros al año. El promedio mundial es de 1.240.000 litros al año. Es decir, consumo –hago la operación con mi vieja calculadora Casio fx-100c– 1.591 litros al día. Y eso que me considero un tío austero, ahorrativo, prácticamente un eremita.

Me ducho rápido, cierro el grifo del lavabo cuando me lavo los dientes, tengo un sistema de aqua-stop en el inodoro, pongo dos lavadoras a la semana (si toca cambiar las sábanas). Vivo solo, claro. A mi encantadora novia le gustaría vivir conmigo, pero yo soy castellano viejo y le digo que hasta después de haber pasado por el altar, nada. Friego a mano el escaso menaje que mancho –más por el gasto de electricidad que por conciencia ecológica, aunque dicen que el lavavajillas consume menos agua– y llevo al coche al túnel de lavado cada dos o tres meses. A veces, si hay cola, le doy un manguerazo con la pistola que, además, es más barato. Reciclo todo el papel, hasta las hojas del taco de calendario del Sagrado Corazón de Jesús –que es una fuente de sabiduría, no se crean ustedes– y las cartas esas alargadas con ventanilla transparente, con las que me entretengo separando los distintos materiales. Como es de prever, también reciclo todo el plástico porque siempre me imagino a un pececillo muriéndose atragantado por la tapa del yogur, que igual no es plástico, o por la tapa del cepillo de dientes, que no sé para qué se la ponen. Y que tampoco se debe echar al amarillo. Pero yo, todo lo que me parece plástico, a la bolsa. A veces, como un semoviente Pinocho –o Jonás, no se piensen que no me sé lo de Jonás, pero Pinocho es más novísimo– sueño que vivo en el estómago de una ballena repleto de inmundicias plásticas.

Consumo ternera con moderación, mucho más pollo, y pavo cuando me acuerdo de que es más healthy, aunque un amigo mío trabajó un mes en la Campofrío y por lo que me contó la cosa no me quedó clara. Compro bastante fruta y verdura, ahora menos, que están muy caras, y me encanta la legumbre más que a Benito Pérez Galdós. No bebo bebidas espirituosas –ni Kas, que ya no existe, ni Fanta ni nada de eso, ni siquiera Coca-Cola– porque me sientan mal. Soy de estómago delicado, casi tanto como de espíritu. No bebo leche porque a algo tiene que ser uno alérgico, y yo digo, cuando sale el tema, que lo soy a la lactosa. Tampoco me he pasado a la soja, ni a la avena, ni a la almendra: la soja me suena a transgénica, la avena a copos infantiles y la almendra, a mandorla mística.

Y a pesar de mi frugalidad natural, 1.591 litros al día. Y eso que podríamos abordar el tema desde otra agobiante perspectiva: para producir un huevo de gallina hacen falta 450 litros de agua; unos pantalones vaqueros, 2.650 litros; un barril de cerveza, que ahora no bebo, aunque este artículo haga sospechar lo contrario, 5.650 litros. Y podríamos seguir con cada una de las cosas que nos rodean.

Eso sí, ya no compro agua embotellada porque escuché a un experto en la radio que decía que el agua embotellada, de manantial sereno y mineralizado, era un engañabobos, que es igual o mejor la del grifo, a la que someten nuestras autoridades –benditas ellas– a control diario. Y porque cuesta 60 céntimos o más la botella, y, como habrán deducido, soy un poco rata.

En el pueblo, como la cosa siga así, no voy a poder regar el césped este verano. Igual hasta no abren las piscinas del pueblo de al lado. Y en mi pueblo, vaya, vaya, no hay playa.

Así no vamos a ninguna parte.

Fuente: Google Images

El socio n.º 3

2 Comments


Guest
May 06, 2023

El cielo está enladrillado, ¿Quién lo desenladrillará?, Etc. Así anda el mundo y pululamos las almas... Consumimos mucho, sí, porque podemos, porque nos han educado para eso, para que, consumiendo, no colapse el sistema... ¿Qué sistema, qué mundo, qué colapso, qué espera en el traje, qué novia, qué altar...? Qué Dios nos provea del agua necesaria para saciar nuestra sed de tantos años (léase Burnung.) Mientras tanto, sigamos resistiendo en las inhumanas urgencias de hospitales deshumanizado, mientras reciclamos lo mejor que sabemos... (Heráclito, hoy, estaría sencillamente espantado.)

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Guest
May 05, 2023

Pero la hay en Madrid, según afirma el programa para las municipales de VOX. Aunque, en ese caso, el que se encargó de clonar programas y cambiar el nombre a los municipios igual sí se había bebido unos botellines de cerveza, que a falta de agua y con la inteligencia muerta, al menos nos queda la libertad.


Pero vayamos a lo serio. Decía mi madre -esa sí que sabía ahorrar- que no es más limpio el que más se lava, sino el que menos se ensucia. Pues qué hace usted, válame Dios, para poner dos lavadoras a la semana, si es, como presume, un eremita solitario... Por el plástico, y por la boca, muere el pez. Y no digno más..…


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