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Fíjate

El otro día observaba cómo mi sobrino pequeño hacía un puzzle de 1000 piezas.

—Vaya paciencia que tienes –le comenté.

Él me miró sorprendido y me dio algunas claves para entender por qué le gustaba hacer puzzles.

—Mira, es muy fácil. Lo primero son los bordes, hay que buscar las piezas que tienen un lado plano y se van juntando por colores. Una vez que tienes hecho todo el marco empiezas a construir las figuras principales, que también tienen sus propios colores. Después, esos personajes se van enganchando al marco y, finalmente, se rellenan los huecos que faltan. Además, hay piezas que no se unen con una pestaña como las otras; son las que tienen un lado curvo, y son fáciles de encontrar. Es muy entretenido. Yo ya ni siquiera miro el fíjate –me aclaró de corrido, con cierta condescendencia, mientras me mostraba los distintos tipos de piezas.

Mi sobrino, como verán, se explica de maravilla. Yo me quedé con lo de el fíjate, porque últimamente me ha dado por fijarme en los nombres de las calles y pararme a pensar en ellos. La mayoría son antropónimos o topónimos. Algunos me eran conocidos y otros totalmente desconocidos. Tras las explicaciones de mi sobrino me he dado cuenta de que una ciudad es como un puzzle: para descubrir su fisonomía hay que fijarse en los bordes de las piezas, en las calles formadas por las manzanas, los bloques sueltos y los solares sin construir. Y, además, cuando te vas enterando del porqué de los nombres de esas calles, constatas que el espíritu de la ciudad se refleja en ellos como las fachadas en la superficie de los charcos.

Por ejemplo, durante años aparqué en la calle Eduardo de Ontañón, sin saberlo. Ahora resulta que Eduardo de Ontañón Levantini es uno de mis influencers particulares. Su calle es una calle larga que, partiendo del Paseo de Laserna, detrás del colegio Campolara, atraviesa la calle Doctor José Luis Santamaría y el bulevar hasta la calle San Pedro y San Felices. En paralelo, la calle José María González Marrón y la Calle Siervas de Jesús. En las cercanías, la glorieta José María Escrivá. El callejero, como les decía, es un libro abierto a nuestra historia local.

Para confirmar este hecho, más allá de la miopía provinciana, he caminado por las calles de la ciudad de Gaza. La avenida Al Rashid, el más famoso califa de la dinastía abasí de Bagdad, S. VIII d.C., bordea el paseo marítimo. En el interior, en paralelo, la avenida Al-Quds, el equipo palestino de fútbol que milita en la Cisjordania Premier League. Entre las callejuelas intermedias, la Gaber ibn Hayyan, polímata iraní, también del siglo VIII. Entre las reconocibles a primera vista, sin tirar de la Wiki, la calle Víctor Hugo. Ya saben, el de Los miserables.

El socio n.º 3

4 comentarios

4 Comments


Guest
Oct 20, 2023

La verdad es que el final, efectivamente, es perfecto. Dar con ella, con esa calle, como a su sobrino con la última pieza de un puzle, ha debido de dejarlo a usted más que satisfecho... Quizá en un "no sé, tipo" éxtasis místico del pavo ese, amigo de la otra monja de los pucheros...

Porque su artículo requiere de una buena dosis de paciencia. Y luego nosotros nos lo ventilamos en un momento... Y vuelta a mirar cosas, para el viernes que viene.


Hoy, a falta de consultar el diccionario, he aprendido el nombre de la calle donde también aparco. El de Siervas de Jesús no, ya me lo sabía: vive en ella una hermana mía tan querida como atea.…


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Guest
Oct 20, 2023

Lo que tienen las calles, los nombres, las onomásticas... los destinos siempre inventados por hombres y mujeres que dieron sus vidas (también sus nombres) para mayor gloria de Dios y de sus "miserables" criaturas: Víctor Hugo tiene calles, historia, humanidad y ¡Puzzle! aún sin resolver del todo.

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Guest
Oct 20, 2023
Replying to

También es cierto que los profes de tu sobrino tienen que estar encantados. Qué placer de chaval! Bajo sus ojos y sobre otros tantos parejos, construyamos un puzzle válido para todos!😉

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Guest
Oct 20, 2023

Estupendo como siempre y el final...¡Magnífico!

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