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En tierra de nadie

El pasado viernes comenzó un fin de semana cidiano en nuestra ciudad. Lo recorrí de pasada, sin detenerme, pero todo –los puestos de salchichas, de patatas, de bisutería y hasta de libros– me pareció bastante anacrónico. Patatas y libros en el siglo XI. Tiendas de campaña de telas de colorines. Vaya birria. Así es difícil imaginarse no solo el pequeño campamento del Cid en la glera del Arlanzón –que, por otra parte, nunca existió–, sino incluso el Burgos del año 1085. Una ciudad apiñada a la sombra de la fortaleza de Diego Porcelos que se parapetaba tras la muralla vieja y se asomaba a los meandros de un río pedregoso donde cantaban miles de ranas. Abajo, en las llanas, la vida se organiza en torno a la construcción de la catedral románica de Santa María.

Claro, que yo siempre digo lo mismo: si eres tan listo, hazlo tú.

En la retaguardia y en el entorno del alfoz, las Merindades; más allá, al sur, las Comunidades de Villa y Tierra, las extremaduras, tierras de behetría en las que los hombres libres eligen a su señor. Después, tras las inestables fronteras, la tierra de nadie, un lugar peligroso, casi deshabitado, donde pululan los asesinos, los mercenarios, los desterrados. La tierra es el mayor tesoro, y su querencia siempre ha generado escaramuzas, alianzas, odios, muerte y destrucción.

En la Gran Guerra, los hombres se desangraban, enredados en las alambradas, en los metros que separaban las trincheras de ambos bandos. A este espacio terrorífico se le conocía como no man´s land. En el Berlín ocupado tras la Segunda Guerra Mundial, más allá del muro, en una vereda infernal, cientos de alemanes orientales perdieron la vida tratando de llegar al otro lado. El río Bravo, límite natural entre México y EE. UU., pronto se convertirá en no man´s river.

También en la franja de Gaza hay una tierra de nadie. Son 500 metros junto a la frontera con Israel que no pueden ser ocupados, ni siquiera pisados, por los palestinos. Hace unos días, cientos de terroristas de Hamás atravesaron ese medio kilómetro maldito y, una vez más en la Historia, la tierra reclamó la sangre de los inocentes.

Las tierras de nadie separan los corazones de los hombres como las fracturas separan las placas tectónicas de la corteza terrestre. Cuando se pisotean, despiertan el fanatismo y el dragón, Smaug, abre un ojo y olisquea la carne fresca. Pero a mí me gustaría vivir, como un morabito del siglo XI, en tierra de nadie, mirar a esos intrusos a los ojos y ofrecerles un vaso de agua fresca. Porque la tierra de nadie es la única tierra de todos.


El socio n.º 3

3 comentarios

3 commentaires


Invité
13 oct. 2023

Tierra de nadie versus tierra de todos... Juan sin Miedo asomado al abismo del temblor... Actos anacrónicos que justifican nuestra algarabía...

Ojalá, amigo, tu acertada reflexión nos permita sumergirnos en el océano de los pronombres indefinidos, esos que nos colocan en el limbo entre la existencia cósmica y la náusea sartreana.

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Invité
14 oct. 2023
En réponse à

Para cambiar algo (otro indefinido), vamos, sí es posible.

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Invité
13 oct. 2023

"Tristes, guerras.

tristes,

si no es de amor la empresa."

¿Era así?

Ahora ni tan siquiera...

El amor como lucha, ese concepto cultural que tan romántico parecía, ha desvelado su oscuro secreto: el afán de dominación, de poder.

Cada cual lo despliega en su trinchera, por mínima que sea... Como si quienes provocan las guerras, quienes se benefician de ellas, hicieran estallar bombas virtuales a la par que las reales. Y junto a la honda expansiva limitada que va dejando cadáveres de carne y hueso, se desplegara otra ilimitada, que si no el cuerpo, mata el espíritu de cuantos alcanza, que somos todos.

Le pongo un ejemplo:

Respecto de la guerra, decía un ser pequeño de esos que habitan mi…


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