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El vuelo de la picaza (I) El nido

Yo voy, lobo estepario, trotando

por el mundo de nieve cubierto,

del abedul sale un cuervo volando

y no cruzan ni liebres ni corzas el campo desierto.


Como saben, el salón de mi casa da a una plaza peatonal con un gran jardín pentagonal. En el centro del jardín hay un abedul de mediano porte. Entre las últimas ramas, que ya verdean, una pareja de picazas ha construido su nido.


En uno de los bancos laterales, dos adolescentes se abrazan apasionadamente, indiferentes a las posibles miradas del vecindario. Ajenos a mi mirada. Las piernas de ella, firmes, irresistibles, descansan sobre las rodillas de él. Él llora y se limpia con un pañuelo de papel. Ella le acaricia, le susurra al oído, tratando de consolarle. Vuelven a abrazarse apasionadamente. Ella lleva un vestido beis, corto y ajustado, y unas botas de ante de media caña. El sol reluce en sus pendientes dorados. Es una morenaza guapa. Él viste pantalón negro vaquero, zapatillas negras, y una camiseta chula, negra también, con retazos azules y rojos. Es alto, fuerte, el pelo castaño recortado en los laterales, coletilla, un pendiente plateado en la oreja derecha. Al sol, parece rubio. Ha dejado tirada una chaqueta de chándal en el banco. Ella saca una cajetilla de cigarrillos del bolso y los dos encienden un piti. Él habla con la cabeza gacha, sin mirarla. Ella le pasa la mano derecha por el pelo, mientras fuma con la izquierda. Él da una última calada y arroja con fuerza la colilla al suelo. Ella apoya su mano derecha en la pierna izquierda del chaval. Ella también se ha desprendido –no sé en qué momento– de su cigarrillo y con la mano izquierda coge la muñeca derecha de su chico. Después, los dedos se entrelazan. Ella le besa en el cuello. El sol calienta sus cuerpos. Se vuelven a abrazar, con fuerza, se balancean uno al otro. Él parece reconfortado. Apoya su mano derecha en el muslo derecho de ella –la pierna derecha está cruzada sobre la izquierda– pero pronto la retira. Él ha levantado la cabeza, la mira, habla. Está más tranquilo. La abraza con fuerza, la levanta del banco y la atrae hacia sí. Ella queda por un momento tendida, con la punta de las botas apoyada en el suelo, entre las piernas de él, abiertas. Ella vuelve a sentarse en el banco, sube la pierna derecha a la rodilla del chico, se pasa la mano por su larga melena negra, le acaricia la sien. Él le toca con gracia la nariz. Él levanta la cabeza y el sol le da de pleno en el rostro. Ella repasa la ceja izquierda del chaval con su dedo corazón. Él sonríe. Ella se sienta definitivamente en las piernas de él, y le pasa los brazos por la espalda mientras le mira de frente. Estira las piernas y las apoya en el banco, encima de la chaqueta de chándal. Él le acaricia el pelo. Ella le toca la punta de la nariz y ríen al unísono. A través del cristal escucho, lejanas, las carcajadas. Ella, con un movimiento instintivo, se rasca un momento la cabeza con la mano izquierda. Después, con la mano derecha, le da un manotazo, de broma, en la cabeza. Él enciende otro cigarrillo. Sonríe y mira hacia otro lado, con la mirada un poco perdida, como si hubiera participado en una terrible batalla. Los dos se quedan un momento mirando al suelo, callados. Un envoltorio de kleenex revolotea detrás del banco, mecido por la brisa, pero ellos no pueden verlo. Continúan los abrazos, las caricias, las risas, las palabras. El sol de primavera. El primer amor.


​Aparto, un poco avergonzado, mi mirada indiscreta. Ha sido fácil escribir así, al dictado de la vida. Otro día les hablaré de las picazas.


Pareja enamorada
Fuente: Pngtree

 

Galaor de Langelot

3 comentarios

3 comentarios


Invitado
12 abr

Yo creí que me iba a tocar mirar otra vez qué era o cómo (si vuela, pájaro) una picaza. Y, en cambio, tendré que acudir a un fisioterapeuta. ¿No la sostendrá en lugar de tenderla? ¿En qué momento se sienta él para que ella pueda acariciarle la sien? Por todos los santos, que he acabado con contracciones en todas las neuronas motoras. Mindfullnes, dice...

Indiscreta, sin duda, su ventana..., una ventana reversible.

Yo diría que fuera estaban las picazas, sean como fueren, y los kleenex... Y dentro la nostalgia por lo que fue o no. Y el deseo... Y el después. Y ahí ya va encajando mejor lo del mindfullnes.

Aunque quizá, en lugar de una corza -qué complejo tiene…


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Invitado
12 abr

Pues sí: otro día serán las picazas; hoy fueron los picazones...

El amor se enciende y se apaga, como la primavera... El amor no es lo que nos han enseñado, ni siquiera eso que vemos, y que parece amor.... El amor es una escalera muy alta de peldaños endebles, siempre a punto de romperse.... Pero los chavales son los chavales: esa sangre loca que brota a borbotones, sin pensar siquiera que existe un mañana en que ya será otro día, otra estación vital, otra página de un libro blanco que ya debe pasar página, aunque nunca se haya escrito ni una sola palabra entre sus páginas también recién estrenadas en otra primavera ávida de tinta azul de boli bicdetodalavida.

Bueno,…

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Invitado
12 abr

La primavera ha llegado y brota en cada rincón que miramos, en cada planta y en cada corazón, incluido el mío que se siente viejo como el olmo de Machado. Que disfrutemos mucho del mes de abril de sus excesos de color y emociones, de brotes de amor y besos!

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