En la última tertulia, Belén, compañera ateneísta, me comentó que mis artículos le parecían pesimistas, lo que me dejó pensativo, porque el optimismo y el pesimismo me parecen conceptos difusos. Es fácil recurrir a la fórmula un optimista es un pesimista mal informado, aunque yo prefiero pensar que un pesimista es un optimista bien informado. Ayer me quedé hasta altas horas viendo un par de capítulos de la serie documental Apocalipsis, que reponen continuamente en TVE2. En mayo de 1940, las tropas belgas, francesas y británicas fueron cercadas por un fulminante ataque envolvente alemán. Los belgas se rindieron, y 300.000 soldados ingleses y galos esperaban en las playas de Dunkerque su evacuación a los puertos del sur de Inglaterra a través del Canal de la Mancha. Hitler mandó detener su Ejército de Tierra –sus hombres estaban agotados después de tres semanas de combate, a lo que se añadía la falta de suministros de la metanfetamina Pervitin– para concentrar sus fuerzas en la inmediata ofensiva sobre París; la fuerza aérea alemana, la Luftwaffe, se encargó de diezmar a los soldados que se agazapaban entre las dunas y de bombardear aquellos barcos que habían conseguido embarcar a cientos de ellos. Mientras, los parisinos mantenían el optimismo cotidiano: salían a comprar el pan, disfrutaban de las terrazas, paseaban por los Campos Elíseos. El 14 de junio de 1940, el ejército alemán entró en París. Los parisinos lloraban de rabia. En los próximos cinco años serían víctimas de la guerra más de 50 millones de personas. La mitad, soviéticos.
Por la mañana, en RNE, Pepa Fernández había entrevistado al prestigioso psiquiatra Luis Rojas Marcos con motivo de la publicación de su último libro, Estar bien aquí y ahora, «un manual para entender la importancia que tiene adoptar un estilo de vida optimista para lograr una existencia más sana y feliz». Para conseguir ese estilo de vida, sea lo que sea eso, el señor Rojas propone algunas fórmulas: conocerse a uno mismo, quererse, comprenderse, hablar –las mujeres viven más porque hablan más, argumenta–, sentirse y sentir el mundo, especialmente a través del arte; tener esperanza, confiar en conseguir lo que uno se propone, cultivar el sentido del humor; para los protestantes, calvinistas y evangélicos, pensar que el éxito y la felicidad en este mundo anuncian la bienvenida de San Pedro a las puertas del Paraíso. Nacemos y nos hacemos, dice el psiquiatra: la genética cuenta, pero la voluntad lo es todo. En EE. UU., declararse pesimista supone no superar ninguna entrevista de trabajo.
Y ahora, a lo mío. El veroño del fin de semana me hizo dar un paseíto por los alrededores de Las Huelgas: las últimas hormigas avanzan por insospechados senderos, como los tanques alemanes, en 1940, atravesaban las Ardenas y machacaban los cuerpos de los franceses negros llegados de las colonias, como los tanques ucranianos, hoy, recuperan el Dombás, a cuenta de unos cuantos rusos masacrados. Por el camino observo cómo instalan unas placas solares, y una brisa alegre invade mi espíritu –la ciencia nos salvará-, pero me vienen a la cabeza los benditos, malditos, puestos de trabajo de Maxam, las cabezas nucleares, el sistema antimisiles, el submarino Belgorod, el Nautilus del mal, que no hay presupuesto para dotar adecuadamente la biblioteca del instituto. Escucho las civilizadas conversaciones de mis vecinos en la cola de la tienda del barrio, y recuerdo los ladridos de nuestro vicepresidente autonómico, los millones de votantes de Bolsonaro en Brasil, un evangélico sincero, rico y feliz, que tiene asegurado un palco en el más allá, mucho más allá de las favelas. Atardece, y las nubes se tiñen de rosa, pergeñando el camino de las estrellas, señalando la tumba del apóstol, el finisterre, el océano aterrador donde naufragan y se ahogan los valientes, los esforzados, los optimistas de otros mundos. Regreso a casa, el Madrid empata, el Barça es el nuevo líder, y todos contentos preparando el Mundial de fútbol de Qatar, mientras Mahsa Amini, la mujer iraní que fue detenida y murió por no llevar bien puesto el velo islámico, se revuelve en su tumba. Cuentan que era una chica alegre, simpática y habladora, con sentido del humor, voluntariosa, optimista.
El socio n.º 3
Yo creo que las personas no somos especialmente ni optimistas ni pesimistas, al igual que no somos ni buenos ni malos del todo, ni guapos ni feos absolutamente.
Somos lo que nos toca ser en cada momento, en cada avatar de la vida, en cada visicitud de la irregular estructura de las aceras que atravesamos a diario.
A mí, el doctor Marcos no me aporta demasiado... Considero que muchas de sus afirmaciones son meras perogrulladas; pero, en fin, se muestra siempre muy optimista, y eso es muy de agradecer en los tiempos que corren.
Concluyendo: vaso medio vacío / medio lleno... Qué más da. Lo que importa es ser líquido para poder ocupar un volumen en el recipiente.
La entusiasta…
Mi estimado socio nº3, decía el príncipe Nejliúdov, de Tolstoi, que simplificamos el mundo atribuyendo a las personas cualidades o caracteres permanentes y entonces concedemos que aquel es mezquino o amable, flemático o sanguíneo, generoso o hideputa, inteligente o agorero y en realidad las personas son como los ríos. Unas veces son rápidos y cantarines, otras caudalosos, lentos, opulentos como burgueses, sucios o vergeles de vida. Es el mismo río pero cambia en cada tramo, en cada estación, en cada época. Así las personas unas veces nos comportamos de manera noble y altruista, otras veces somos cobardes, timoratos o soeces. A veces nos comportamos de manera inteligente y otras somos zotes. La elegancia y la ruindad habitan en nosotros. Toda…