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El orgullo del desertor

Afirma el dalái lama en el número 1809 de la revista XLSemanal que el propósito de la vida es la felicidad. También afirma que para ser felices debemos transformar nuestra mente, lo que es la base de las antiguas tradiciones ahimsa, no hacer daño, y karuna, desear que los demás no sufran. Pero hace siglos que la humanidad no escucha a los sabios y prefiere seguir las consignas de las miríadas de tontos que ocupan las primeras páginas de la Historia. El problema es que, a medida que nos hacemos mayores, como también explica el dalái lama, dejamos de ser naturalmente abiertos y curiosos como los niños y nos atrincheramos en posiciones ideológicas, religiosas, políticas, partidarias o gremiales que, tarde o temprano, producen el enfrentamiento con el otro. Rabindranaz Tagore, en El sentido de la vida, insiste en la misma idea: «En la remota Grecia, maduró la civilización entre las murallas de las ciudades; en las civilizaciones modernas, la cultura ha sido protejida también entre murallas. Esta defensa material dejó huella profunda en el alma de los hombres, introdujo en nuestra intelijencia la fórmula de “dividir para reinar”». Tras la Segunda Guerra Mundial, la UE parece haber sido la mejor fórmula para acabar con los continuos enfrentamientos entre sus ahora estados miembros. Pero fuera, más allá de las fronteras de la Unión, más allá del pensamiento griego, de la Ilustración, de las revoluciones obreras y de la democracia universal, otros países –Rusia, China y los países árabes, principalmente– nos presentan otras formas de entender el mundo. Pues bien, en este mundo donde las banderías siguen campando a sus anchas, reivindico el derecho a la deserción. En este momento, cualquier persona tiene acceso a un conocimiento más o menos objetivo del mundo y puede tomar conciencia de su participación en una partida de ajedrez que beneficia a unos pocos –políticos, oligarcas, multinacionales, fondos de inversión, mercenarios– y destroza y aflige a millones de civiles. La guerra es la consecuencia más dramática del heteropatriarcado (y en este ámbito sí que hay que tener indiscutiblemente perspectiva de género) y la visión del desertor como un cobarde sigue estando vigente. En el Archivo General de Salamanca, se conservan 6000 expedientes de la justicia militar sobre los desertores de la Guerra Civil. Uno de ellos, Gaspar Viana, del pueblecito de Peralveche, en Guadalajara, movilizado por el bando republicano y enviado al frente de Teruel, puso todo su empeño en «no matar y que no lo mataran»; incluso se alistó en la Quinta Columna, sin ninguna convicción política, «para seguir vivo». Hitler, en su libro Mein Kampfanuncia que «Quien combate en el frente puede morir; quien deserta, debe morir». La Wehrmacht, las fuerzas armadas unificadas de la Alemania nazi, ejecutaron a 23 000 desertores alemanes durante la 2GM. Por el contrario, las miles de deserciones entre los aliados se saldaron con una sola ejecución, la del soldado Eddie Slovik, y generaron numerosos estudios psicológicos sobre los traumas postbélicos, el shell shock. John Bain, boxeador y poeta, desertó dos veces del ejército británico; para él, «las guerras destruyen totalmente las cualidades humanas que más valoro: la imaginación, la sensibilidad y la inteligencia». Como decía, en estos días de reivindicaciones, reivindico el orgullo y la valentía del desertor.

El socio n.º 3



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Convidado:
14 de set. de 2022

¡Muy bueno!

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