top of page

El Mundial de Qaqatar

En los asientos que dejan vacíos los espectadores cataríes, a los que el fútbol les importa un higo, se sientan los fantasmas de los trabajadores que murieron en las construcciones de los estadios. Desde allí, siguen fascinados los lances del juego. En las interrupciones del partido, sobre todo si interviene el VAR, alguno señala risueño a sus evanescentes compañeros la grada desde la que se precipitó al vacío por la falta de una red de seguridad; otro indica el lugar, allí, junto al banderín de córner, donde se desplomó fulminado por un golpe de calor. A los muertos, en su mayoría procedentes de Bangladesh, India y Nepal, les gusta más el criquet, el kabaddi o el bádminton, pero el fútbol también les entusiasma. En realidad, a los muertos todo les llama la atención, porque son como niños: una plantita que ha crecido en una pequeña grieta bajo los palcos VIP, un pájaro que se posa en el cable que atraviesa el campo por el que se desliza una cámara cenital, un niño que mea azorado al abrigo de una columna. Los muertos saben que bajo los estadios y jardines de Catar el sistema de alcantarillado recoge toda la porquería del emirato y la depura en los filtros de la hipocresía internacional.


En el pozo de gruesos caen los sobornos de la FIFA con los que se compró la influencia de los dirigentes del fútbol internacional y los votos que decidieron la adjudicación de la Copa del Mundo a Catar. En Discovery puede verse un documental, Los hombres que vendieron la Copa del Mundo, que debe explicarlo con pelos y señales. Yo no lo he visto, porque soy un hombre de televisión free y no tengo canales de pago. También soy un poco rata para esas cosas. En fin, las piedras de las extorsiones y la grava de la falta de ética de los miembros de la FIFA se hunden en una profunda balsa y son retirados de la memoria por procedimientos muy simples y mecánicos. Los grumos grasientos del poder de los petrodólares quedan flotando en esa balsa, se retienen en unas rejas de calibre gordo y también son eliminadas del flujo de la posverdad con bastante facilidad. Aunque algo de grasilla queda en la memoria, porque todos sabemos lo que puede don Dinero, y lo caros que están la gasolina y el gasóleo, tan pringosos ellos, que yo me pongo malo en las gasolineras sin personal, y digo que es por la eliminación de puestos de trabajo, pero no, que no, es por no ponerme los guantes y pringarme con el oro líquido de los jodidos árabes, o lo que sean los de Kuwait, los de Baréin, los de los Emiratos Árabes, los de Omán y, claro, los de Catar.


En el siguiente proceso de filtrado desaparecen otras verdades y hechos contrastados, que pasan por un conjunto de rejas y tamices con una luz cada vez más fina. Ahí se quedan los sistemas políticos vigentes en esos países, plutocracias explícitas –en la Wiki las define como monarquías absolutas: más quisieran ellos, que se creerán ilustrados, que Hamad bin Jalifa Al Thani, el actual Emir de Catar, fuese Carlos III– donde los derechos humanos, en especial los de las mujeres, son sistemáticamente vulnerados. De los dos millones de habitantes de Catar, solo 250 000 son ciudadanos cataríes. La mitad, supongo, son mujeres. Es decir, el 80% de la población son trabajadores extranjeros que construyen autopistas, hoteles de lujo, estadios de fútbol, jardines y superficies comerciales, trabajadoras, muy pocas, que limpian habitaciones, baños y el culo de los bebés de las otras, que barren debajo de las alfombras –son mucho de alfombras los del turbante, será por la nostalgia de las jaimas– barren las escaleras, los halls de los hoteles donde aparcan coches de superlujo fabricados en Europa o en EE. UU. y barren la arena de las vías del tren y de las autopistas construidas por empresas occidentales. Esas verdades también se quedan ahí, en los filtros selectivos de la memoria, en las rejas de luz más fina, porque son como anillos con piedras preciosas, pulseras de oro blanco, cadenas y abalorios de alta joyería que los trabajadores de la depuradora recogen con cuidado en bolsitas negras de algodón con el escudo del emirato.


Finalmente, en este primer proceso de limpieza de la porquería que llega a la depuradora, en el tanque de desarenado y desengrasado, las pequeñas comisiones, prevaricaciones cotidianas, hurtos de pacotilla, apropiaciones indebidas en el ejercicio de sus funciones y otros robos menores forman en el fondo de dicho tanque una arenilla que para sí quisieran los buscadores de oro Alaska del Discovery, que eso es gratis y sí lo veo cuando lo pillo. En la superficie del tanque se consigue concentrar mediante grandes burbujas de cinismo la susodicha grasilla pecuniaria que quedaba. Esta grasilla también es recogida por los operarios, esta vez en bolsas de plástico negras con su correspondiente escudo del emirato.


Las siguientes fases de depuración son más sutiles porque hay que conseguir que lo invisible se haga visible. Algún fantasma, de esos que siguen sentados hasta el último minuto en las gradas de los estadios mientras los aburridos espectadores cataríes desaparecen, ha soñado con arrojarse por una alcantarilla para comprobar si la depuradora le vuelve de nuevo corpóreo. Pero los procesos de coagulación y floculación solo permiten que los pensamientos, no los fantasmas, se solidifiquen y puedan ser tratados convenientemente. Así, los medios de comunicación de todo el mundo dedican unos minutos a criticar la censura oficial y a apoyar los gestos de protesta: nos enteramos de que policías y seguratas obligan a los periodistas a quitarse el brazalete arcoíris o cortan en directo algunas entrevistas; de que los iraníes no cantan el himno de su país; de que dos ministras, una alemana y otra belga, llevan el brazalete multicolor junto a Gianni Infantino, presidente de la FIFA; de que los jugadores alemanes posan con la boca tapada para protestar por las censuras de dicho organismo; de que un italiano ha saltado al campo con la bandera de la paz. Otros streamers e influencers echan balones y pelotas fuera: Luis Enrique, el entrenador de la selección española, dice que no es su trabajo posicionarse respecto al tema; Rafa Nadal, supongo que sí saben quién es, defiende la libertad de expresión, pero dice que el objetivo debe ser el fútbol. Eso sí, Ibai Llanos, una celebridad de Internet con 11 000 000 de seguidores, ha pasado del Mundial. Ole sus huewers.


Tras unos minutos de ebullición, todas esas palabras de rechazo y solidaridad caen al fondo de la sección de deportes de los distintos medios, y vuelve a imperar lo importante: los goles, las alineaciones, las estrategias, el bloque bajo, los posibles cruces, los esguinces de tobillo –y en Ucrania los muertos se cuentan por miles– y las declaraciones pospartido, llenas de lirismo y sensibilidad; también en las tertulias de presuntos especialistas, supuestos intelectuales o gente de chaqueta y camisa sin más esos temas vienen bien, suben la audiencia, pero su palabrarería es la carga electromágnética y el polímero que permite que las partículas de indignación de los televidentes o de los oyentes se solidifiquen, decanten, y puedan ser depuradas. A los grandes grupos de comunicación les interesa el negocio del fútbol, que la gente pague por verlo, que se apunte a Gol Mundial, barato barato, que se compre el paquete de todo fútbol, o todo deporte, o todo de todo, que la alegría del juego contamine todo el planeta, que los chinos piquen el anzuelo, y los africanos, que para eso ya no tienen peces en sus lagos, y hasta estos árabes, que no terminan de verlo, que hace mucho calor, y prefieren la sombra de sus jaimas posmodernas y un té calentito con los colegas mientras conversan animadamente sobre cómo invertir su próximo millón de dólares.


Finalmente, los restos de verdades y de hechos contrastados que podrían quedar en las cabezas de los ciudadanos son eliminados en el reactor biológico. El ambiente en el que se desarrolla la vida de los ciudadanos acomodados de cualquier país, aunque no vean la tele, no escuchen la radio, no lean nada y no se conecten a las redes sociales, está plagado de microorganismos que se alimentan de sus restos de pensamiento crítico y les permiten vivir su vida más o menos felices –eso ya es cosa suya– ajenos a los problemas de los demás, sobre todo si los damnificados son pobre gente, gente olvidada, gente sin voz ni voto. La vida de las estrellas del mundial, que son todos millonarios o multimillonarios, les interesa más. La llamada ideología progresista trata de salvar los últimos restos del naufragio y los diputados socialistas aparecen con el mencionado brazalete en el Congreso, qué monos y monas. Los conservadores y los ultras no los llevan, por Dios, que los brazaletes no van a juego con sus trajes azules o sus cazadoras de montería. Los de izquierdas no entienden que cuanto más fango pseudocrítico entre en el sistema, más gordos se ponen los microorganismos encargados de su digestión. Después de este proceso, los obesos microorganismos decantan en una gran laguna de aguas tranquilas: la laguna de la indiferencia. Y el agua del olvido surge fresca y cristalina para regar los jardines y los campos de fútbol de todos los estadios de Catar, ante la mirada divertida de los fantasmas, que se han quedado solos en el graderío, hablando de sus cosas.


En resumen, los europeos y nuestros imitadores pensábamos que el fútbol iba a suponer un soplo de aire fresco en las plutocracias árabes, pero no ha sido así. Es más, Catar, a pesar de los potentes sistemas de depuración que existen en todo el mundo, sigue oliendo a caca. Los jugadores y los aficionados tendrán que lavar sus camisetas varias veces –excepto los de Ucrania, que andan sin agua caliente y sin luz– si no quieren que alguien les diga: «hueles a Qaqatar Men, el perfume de la FIFA». Yo también voy a lavar la mía de España, con la que veo los partidos de la selección. En otras casas cuecen habas, y en la mía, a calderadas, señor don Quijote.


Imagen editada por Neila Rodríguez

El socio n.º 3

1 Comment


Guest
Dec 03, 2022

Un artículo exhaustivo sobre la podredumbre que atufa el mundial de Qatar, minucioso, detallado, perfectamente ejemplarizado y hasta pilín poético. Expira sarcasmo y tristeza, indignación y pesar. No falta por aludir ni a un solo aspecto de la ignominia y descalabro que suponen este desfachatado mundial.

Verdades como puños grita este texto, sin llegar a desgañitarse. Más o menos todos sabemos... y más o menos todos miramos para otro lado mientras jaleamos a nuestra selección favorita con gritos exaltados, para lograr, quizás, acallar el runrún sordo de nuestras conciencias.

Menos mal que los cadáveres /fantasmas podrán finalmente vengar la injusticia y los abusos perpetrados contra ellos: cuando todo esto acaba, cuando se apague el último fuego de artificio en el…

Like
bottom of page