En la película 2001, una odisea del espacio, de Stanley Kubrick, aparece un extraño bloque de piedra negra. Es un prisma rectangular cuyas dimensiones se ajustan al cuadrado de los tres primeros números naturales. Es decir, mide 1 metro de ancho, 4 de base y 9 de altura. Parece un móvil gigante con la pantalla apagada. La verdad es que en 1999 se desenterró un monolito de esas características en el cráter Tycho de la Luna. Fue una misión no oficial de la NASA cuya información está clasificada de alta seguridad.
Esos extraños cuboides, como es bien sabido, son una especie de guardianes biotecnológicos de una civilización mucho más avanzada que la nuestra. Se ha calculado que el que se ha encontrado en la Luna fue colocado ahí hace unos tres millones de años, momento en el que los homínidos empezaron a desarrollar una inteligencia superior. Su misión era precisamente esa: tutelar el desarrollo de la vida y dar forma a la futura inteligencia humana. A pesar de que el asunto es secreto de estado, se ha filtrado que los ingenieros de la NASA han llegado a la conclusión de que el artefacto se desconectó en algún momento de la red cósmica que gobierna el universo y empezó a dar problemas.
Es como si en el Mundo de las Ideas de Platón, las ideas supremas –el Bien, la Verdad y la Belleza– estuvieran tan ricamente sentadas en su salón, iluminando el mundo a través de las ventanas, y apareciese un conserje to loco que sube y baja las persianas a su antojo. Y así, desde hace tres millones de años. Que le da por subir una persiana, aparece Buda, o la Atenas de Pericles, o Jesucristo; al cabo de unos siglos, baja esa y sube otra, y hala, Francisco de Asís, o Miguel Ángel, o Diderot. Al parecer, en el siglo XX le dio por bajar todas las persianas, por lo que solo a través de unas pocas rendijas se filtró la luz de la bondad, de lo verdadero, de lo hermoso. Gandhi, Watson y Crick, la imagen de la bolsa de plástico en American beauty.
Pero no perdamos la esperanza. También se ha filtrado que, al ser desenterrado, el monolito pudo volver a conectarse con su servidor, por lo que es previsible que ya esté totalmente operativo y desarrolle sus funciones con total normalidad. Las noches de luna llena, que tan mala fama tienen, sabiendo lo que ahora sé, a mí me tranquilizan bastante. Respiro hondo, saco mi móvil con cámara de alta resolución, apunto y hago una fotaca to guapa. Naturalmente, no se puede ver el monolito, pero sé que está ahí.
Galaor de Langelot
Menos mal que sale usted de las profundidades de vez en cuando y convierte mi gélido y oscuro gesto en una amplia, sonora y brillante carcajada. Será eso, que he pillado, entre afán y afán, un rayo de lúcida inconsciencia lunática e interconectada (con la suya, al menos). ¡Brutal, bro!
Por cierto, que la brillante sonrisa, otrora tirando a grisácea y desordenada, debe de ser una prueba más de la vuelta del bien al mundo, porque es, aunque esté mal que yo lo diga, estelar: el bien encarnado en el dentista. Bien es cierto que el dentista no me apareció en el sofá, más bien fui yo a su "camilla" y después le pagué un buen pico. (No confundir pagar…
Pues sí que estamos apañaos! Ahora resulta que la IA va a ser buena y todo. No sé; me tranquiliza saber que todo está bien desde hace mucho tiempo ya (o mal, no sé dicernir). El caso es que hay un cubo rectangular por ahí flotando que nos otorga, pese a su presunto susto inicial, tranquilidad.
Qué siga el mundo danzando y girando y dando miles de vueltas, que, al fin, me temo, todo estaba previamente escrito, hagamos lo que hagamos; caiga quien caiga.... Pues que caigamos de pie, amigos.