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El imperio de las cosas

En los últimos años, he sido protagonista o he asistido a la liquidación de varias casas y pisos de la familia. Los días previos a la demolición de la casona de mi bisabuelo, caminé con cuidado por la cámbara y allí no quedaba nada de valor: algún trozo de soga colgado de un viejo clavo chanflón, unos sacos de rafia agujereados, cuatro latas oxidadas de arenques en los rincones; se murmuraba que los últimos dueños se lo habían llevado todo, alimentando el recuerdo de una Edad Dorada que nunca existió. A los pocos años, también derribamos la casa de mis abuelos, otra antigua construcción de escaso valor donde las sucesivas ampliaciones y reformas dieron lugar, sobre el adobe y los suelos de barro primitivos, al jalbegue, al ladrillo y al yeso, a las baldosas y, finalmente, a los baldosines en la cocina y en el baño, en los años en que llegó el agua corriente al pueblo. En este segundo derribo nos demoramos un par de semanas en vaciar las distintas estancias, donde se había acumulado todo aquello que las nuevas generaciones de urbanitas habían desechado de sus pisos de ciudad: sofás de escay, un enorme escritorio, lámparas de pie y adornos variados demodé; también encontramos algunos objetos que habían sobrevivido a la rapiña familiar: un calentador y algunas ollas abolladas de cobre, un par de viejos arcones, tres fanegas apolilladas, un candil con telarañas, varias novelas de Marcial Lafuente Estefanía amarillentas y abarquilladas, cuatro o cinco garrafones más o menos bien conservados –lo que se podía restaurar se lo llevó la mujer de mi primo, que es muy apañada– y, termino, unos testamentos decimonónicos y un libro de cuentas donde se recogía el ajuar de novia de mi tatarabuela, un exhaustivo inventario de la miseria en las extremaduras castellanas de principios de siglo XX: desde las cucharas hasta las gallinas, todo estaba enumerado y tasado.


El ajuar, palabra de origen árabe documentada ya en el Poema de Mío Cid, nos acompaña desde la cuna a la sepultura. Las futuras mamás preparan con esmero la canastilla infantil, el carrito bugaboo con todos sus accesorios, y los moribundos saben que sus pertenencias, desde las gallinas hasta las cucharas, serán pasto de los buitres en cuanto la diñen. No todos tenemos la fortuna del faraón o del mandarín, al que enterraban, si así lo disponía, con sus barcazas o con todo su ejército de terracota para asegurarse llegar al paraíso. Aquí dejamos nuestras pertenencias, nuestra bendita propiedad privada, para uso y disfrute de nuestros allegados. Porque, a la hora del reparto, llegar, llegan todos. Y todas.


Y hoy he asistido a la liquidación del piso de mis tíos, que lo quieren vender, porque ya son muy mayores y no vienen a Burgos. No había libro de cuentas, ni ajuar de novia ni Cristo que lo fundó. Pero había muchas cosas, muchas más de las que mío Çid dejaba atrás, de los sus oxos tan fuertemientre llorando, muchas más de las que hubieran juntado los sucesivos amos de Lázaro de Tormes, muchas más de las que podría soñar Benigna, la protagonista de Misericordia, de Benito Pérez Galdós. Y la mayoría se han ido a la basura. Porque no nos caben en nuestros pisos de ciudad, con el metro cuadrado por las nubes y las hipotecas subiendo. Porque no las vamos a llevar a la casa del pueblo nueva, que está decorada estilo rústico más falso que las promesas de los políticos. Porque hace años que las cosas no nos dejan dormir, nos tienen continuamente preocupados, no nos dejan vivir, nos consumen. Curiosamente, lo único que se han llevado mis tíos a la casa donde viven son sus libros, sus queridos libros.

El socio n.º 3
6 comentarios

6 Comments


Unknown member
Sep 23, 2022

Le diría al invitado anterior, a modo de Sancho Panza, que cámbara, si no es una errata, debe de ser algo parecido a marbete, acendrado, hipsipila: cosas de poetas que no sirven para comer, sino para enredar mientes y hacernos creer que las Aldonzas son crisálidas de las que emergen Dulcineas, en el Toboso o en Goloconda o China ,y que mi Tersa Panza será emperadora en una ínsula barataria.

Al socio número tres, le diría, en palabras de Pedro Andreu, que "te quiero, joder, por mucho que eso suene a ñoño, aunque "eso -diría algún otro- no es poesía".

Y que, a pesar de mi propio barniz, cuya finalidad es similar en mi texto a las palabras terruñeras que…


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Unknown member
Sep 23, 2022
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Muchas gracias por tu extenso, sesudo y cariñoso comentario, Laura. Y curiosamente sí he leído La casa, de Paco Roca. Se lo regalé a mi madre el día del Carmen. Un cómic imprescindible para los hijos de la última generación que se ha hecho una casa en su pueblo.

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Guest
Sep 23, 2022

Muy bueno, pero no consigo saber que es la "cámbara".

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Unknown member
Sep 23, 2022
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Perdón, si no, no sino.


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Guest
Sep 23, 2022

Después de leer el relato, quiero comentar que debemos ser más positivos, sobre todo vivir el presente con las personas, en vez de con las cosas. Estas últimas no tienen tanto valor, excepto por su utilidad. Sin embargo las personas, estén o no estén cerca de nosotros, pueden vivir para siempre. Lo bueno vivirá y lo malo lo podemos olvidar.

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