Él se hace el equipaje y me consulta,
dulce, torpe, sonrisa perdida
en boca perpleja.
—Ya metí unos calcetines —sumiso,
niño.
—¿Y los pies? ¿ Te acordaste de meter los
pies?
Pasmo de ojos,
escombro de uñas pueriles
escarbando nubes,
arrobo de mejillas trémulas
rogando caricias.
—Pero ¿si guardo los pies, cómo conduzco?
Amor. Infancia. Alma.
Ternura que afloja la desesperanza.
Perplejidad de haber sido
y ya no ser.
AnRos
Son dos adultos los que comparten ese momento tan especial de hacer la maleta, pero la mirada de ella se posa suavemente en él, que es de nuevo un niño, el niño que fue. Las palabras, tan ingenuas, tan puras, nos confirman esa transmutación. Las imágenes -escombro de uñas pueriles escarbando nubes- sitúan al lector en un espacio al otro lado del espejo que nos devuelve la imagen más tierna de nosotros mismos. Lo que hubiera podido ser reproche de pareja (¿ Y los pies?...) se convierte por obra y gracia de la poeta en un instante repleto de amor.