Mucho se ha hablado de árboles de Navidad estos días. El árbol de Navidad más alto del mundo. El más alto de España. El más pequeño. El árbol de Navidad de la Plaza Mayor de Burgos. Y el de Gamonal. Algunos son árboles muertos, cortados por la base sin piedad. El tocón todavía sentirá su ausencia, porque las raíces –siempre nos olvidamos de lo que no se ve– seguirán vivas y el árbol retoñará en primavera. La mayoría de los árboles que adornan nuestras plazas y nuestras casas ni siquiera fueron árboles: son fantoches, burdas imitaciones de lo viviente.
Mucho se ha hablado y poco se ha dicho.
Durante estos días, desde tiempos inmemoriales –expresión curiosa y digna de análisis–, se han adornado los árboles. Que se sepa, los romanos, que eran unos copiotas y se lo copiaron casi todo a los griegos, lo de poner regalitos y colgar adornos de las ramas se lo copiaron a los celtas. Los celtas veneraban a los árboles y, en concreto, al roble. Era su árbol sagrado. Por estas fechas, aterrados porque la luz del día cada vez duraba menos, ofrecían sus objetos más preciados al árbol mágico. Con sus ofrendas, el viejo roble se alegraba, se rejuvenecía, se revitalizaba, y le decía al Sol que no se fuese, que él quería vivir otra primavera. Y el Sol, que era su amigo, se quedaba.
Como he dicho, a los romanos les pareció curiosa costumbre esta de adornar un árbol y la incorporaron a sus Saturnales, las fiestas del solsticio de invierno. El 25 de diciembre era ya para ellos el día del nacimiento de Apolo, el día del Natalis Solis Invicti: los romanos mezclaban las costumbres como mezclamos los trozos de turrón en una bandeja. Después, allá por el siglo IV, a pesar de que los primeros cristianos creían que Jesús nació en primavera, la Iglesia ingenió y trató de imponer la Navidad, la Natividad, para atraer a los malditos paganos que seguían con sus escandalosas bacanales decembrinas. Y para que el Niño Dios pasase más frío. Tenía que hacerse un hombre. Pero el árbol siguió habitando entre nosotros, como todo lo romano. Y le pusimos luces. El primero, que se sepa, Lutero.
Y así, fruto de esta mixtura secular, hoy, 13 de diciembre en el que escribo este artículo, un miércoles, como es hoy, de otoño, es la fiesta de Santa Lucía, la de los hermosos ojos. Es la tarde más corta del año. El sol se ha ido. Por eso –lo ha dicho esta mañana en la cadena Ser el psiquiatra Jesús de la Gándara– Santa Lucía es la patrona de las modistillas, que necesitaban la luz del sol para enhebrar sus agujas. Y la patrona de los ciegos. Hoy, 13 de diciembre, día de Santa Lucía, he montado mi árbol de Navidad de los chinos y lo he mirado lentamente, y se ha ido elevando hasta su nombre. Espero que ustedes también lo miren lentamente. Que Santa Lucía nos conserve la vista.
Galaor de Langelot
Y la inspiración, amigo Galaor, que también es santa Lucía patrona de los escritores, tengo por ahí oído....
Pues sí, los romanos fueron unos copiones y nosotros también, que todo se hereda, pero cuánto les debemos.
Qué bonito lo del roble celta y lo del sol brillante y generoso....
Contemplaré mi árbol de Zara Home muy lentamente y esperaré a la noche, para que ese sol que da la vida se convierta en estrella GPS para que esos Reyes de Oriente no desvíen su camino. Gracias, árbol; gracias, estrella-sol. Feliz Navidad.
Estimado y renominado amigo:
Cualquier lingüista forense o psicoanalista lo reconocería. También cualquier amante de Machado o de los autores del 27...
Lleva desde artículos memorables mirando mudo a los árboles. Y, volviendo a Marcos Ana, en lugar de preguntarse usted cómo es un árbol, debería preguntarse qué es el árbol...
El árbol recurrente de esta su incipiente "obra". Mira usted lentamente, pero no sé si ve, que lo que nos atañe íntimamente suele pasarnos desapercibido...
Hay olmos secos, hendidos por el rayo, como tocones dolidos por la amputación del miembro fantasma, esperando milagros de la primavera.
Hay demasiados árboles cadáveres como en el Madrid de Hijos de la Ira...
Hay árboles que compiten entre sí en altura... ¿Ganarán al…