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"Cuentos". Ignacio Aldecoa

Edición de Josefina Rodríguez de Aldecoa

Cuentos. Ignacio Aldecoa
Fuente: Ediciones Cátedra

1.ª edición: Madrid, Editorial Cátedra, 1981.

Ejemplar leído: Reedición de 1994 en la misma editorial.


Ignacio Aldecoa nació en Vitoria en 1925. Su padre, que había pasado algunas temporadas en París cuando era joven, tenía un taller de pintura y decoración heredado del abuelo. Ignacio se crio en el ambiente pequeñoburgués de una ciudad de provincias. Estudió en los marianistas y fue un alumno irredento y fantasioso. Tenía 11 años cuando empezó la guerra. A los 17 se fue a Salamanca a estudiar Filosofía y Letras; acudía poco a clase. Prefería desaparecer, estar por la calle, hablar con la gente, vivir la vida. A los 20 marchó a Madrid, donde también se matriculó en la Facultad de Historia, pero se le vio poco por las aulas. Vivía en una pensión repleta de futuros artistas, leía, escribía, acudía a las tertulias del Café Gijón, sobrevivía en una España desolada, mustia, acallada. Conoció a otros futuros nombres de la llamada Generación de los 50 –Jesús Fernández Santos, Rafael Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite, Alfonso Sastre– y se casó con Josefina Rodríguez Álvarez, pedagoga y escritora también. Tuvieron una hija, Susana. Ignacio Aldecoa murió en 1969, de un ataque al corazón. El 26 de marzo de 1955, su mujer, Josefina, declaraba: «Ignacio ha escrito sesenta cuentos amargos, siete novelas cortas y ha empezado una trilogía que encabeza El fulgor y la sangre». Después escribiría Gran Sol, Con el viento solano y otras novelas.


Sus cuentos son magistrales, rayando el virtuosismo. Para esta edición, Josefina Rodríguez escogió catorce cuentos y los agrupó en seis apartados. En el primero de los apartados, "El trabajo", relata la ilusión de un chaval por entrar en la mejor traíña de pescadores del pueblo, los sudores de una brigadilla de picapedreros, la miseria y el hambre de los jornaleros que se echan a los caminos. En "La guerra" recoge su amarga experiencia educativa en los marianistas y los silencios cómplices provocados por la represión franquista. En "La burguesía", retrata la mezquindad de su entorno social durante esos años. En "Los condenados" nos presenta la dureza del día a día de los torerillos de segunda y de los aspirantes a boxeadores profesionales. En "Los viejos y los niños" describe una España rural caduca y el abandono de los más miserables en los arrabales de Madrid. Finalmente, en "Los seres libres" parece envidiar las penurias de los vagos sin oficio ni beneficio y, en concreto, en «Ave del paraíso», el último cuento, escrito en 1965, casi una novela corta, nos interna en el laberinto de la juerga infinita de un grupo de amigotes en la Ibiza de los sesenta. En definitiva, hambre, pobreza, ignorancia, amargura y resentimiento.


Excepto el último cuento, todos se inscriben en el realismo social de los años 50. Como les decía, el estilo raya el virtuosismo. El léxico es variadísimo, desde el más culto (oxear, inexhaustible, derrelicto, borborignos), pasando por el dominio de las jergas (soleta, pre, zollipo), hasta el más literario (lontano, atropar, rusiente) o especializado (glacis, hocina, saucal). Llama la atención cómo los animales –más bien, los bichos– aparecen continuamente en los relatos: hormigas, avispas, arañas, ratas y ratones, culebras, la dama del sapo, los grillos o las ranas apuntan a las incursiones infantiles del autor en la naturaleza.

Las imágenes tienen un tinte vanguardista, casi de greguería: «el cuarto era como una axila del sótano; telas (de araña) que de puro sutiles son impactos sobre el cristal de la nada; llevaba la bola del mundo, en vez de en los hombros, en la barriga». El último cuento tiene una deuda clara con el Esperpento. Además, en las descripciones sorprende la insistencia en los olores y en los sonidos. También los movimientos y gestos de los personajes están minuciosamente descritos, como si de acotaciones teatrales se tratara. La frase es, en general, exacta y clara. Los diálogos están transcritos con precisión magnetofónica: frente a la exuberancia léxica y la riqueza descriptiva del narrador, los pobres hablan con frases secas, sentenciosas y duras.


Ignacio Aldecoa pinta con trazos profundos y precisos una España que fue: los recuerdos de los veteranos de la guerra de África, los ricos que viajan en automóvil, los pueblerinos que cogen el tren, los carteles de las Cajas de Ahorro en las fachadas junto a la carretera, la brutalidad en los colegios de pago, el silencio que ha caído sobre los muertos que perdieron la guerra, la podredumbre de la burguesía provinciana, los callejones sin salida, la Guardia Civil, la solidaridad, la hombría a toda costa y los atisbos de ternura –entre otras muchas cosas– nos presentan un mundo duro y triste al que no nos gustaría volver; pero, al que necesariamente hay que volver para, ya saben, no olvidar de dónde venimos.


D.S. Martin

3 comentarios

3 Comments


Guest
Nov 02

Cuánto hay por leer, y cuánto, de lo leído, se olvida... A veces el olvido es resultado de un trauma. Como a la excelente comentarista anterior (que quizá se sea "el", pero yo imagino ella), la llegada de los Cuentos de Aldecoa me pilló con mi padre (cuya tumba visité ayer), que siempre presumió de "tipo fino", con lo que nunca tuvo problemas de geografía estomacal.

Él estaba vivo, claro, y bien, acompañándome en el hospital, cuando entraron por la puerta dos personajes, los últimos que yo hubiera invitado, ofreciéndome ese libro como obsequio.

Yo no entendí el motivo de semejante "violación" de mi intimidad, pero lo atribuí a una voluntad sincera de compañía: la morfina hace maravillas. Llevé como…


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Guest
Nov 02
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Sí, era yo ella... Cuántas incongruencias y cuántos aciertos también!🤗

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Guest
Nov 02

Creo que no es necesario volver a los cuentos de Aldecoa para saber de dónde venimos, porque aquí seguimos estando... Entonces había lo que se dio en llamar "Realismo Social", otra corriente inscrita en

otro río. Hoy esto, por desgracia, resulta absolutamente utópico: ni hay realidad ni existe sociedad, triste.

Pero nos queda lo grande-pequeño, eso no tan viejo ni tan lejano , esos cuentos de Aldecoa que consiguieron reivindicar la palabra "cuento" como otro gran cajón con el que engrandecer la Literatura.

Gracias como siempre, amigo, por tu estupenda reflexión. (También me has hecho recordar que hace ya muchos años, cuando yo leí este libro, le dije a mi padre --cuya barriga empezaba a inflarse por culpa del mal…

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