En la esquina izquierda de mi cocina
una araña... Hago que no la veo;
a cada hora le regalo una bocanada
de humo de mi cigarro.
Ayer eran dos arañas, chiquitas:
suben y bajan en el columpio
que se han hecho.
Mi desconfianza y mi miedo
también crecen:
llamo al deshollinador de los
milagros:
con un clínex casi limpio
desbarata los plateados trapecios de
sus hilos de plata...
Ya no están mis arañas,
mis pendientes descompensados
buscando orejas donde pender;
mis amigas de llantos nocturnos,
las que me regalaban virutas de
plata
mientras buscaba
el mar
un poquito más allá de sus
filigranas.
La cocina late lenta,
ya sin el corazón que la habitaba:
ya no retumba el estallido de los coches
en la fragilidad de sus telas;
ya no tiñe de azul el humo
de mis cigarros
sus delicadas venas de nácar;
ya no viene a lamer la lluvia
su intrínsica sed de agua.
Ya yo habito sola mi cocina
desangelada:
yo, asesina de oropeles y
de magia.
AnRos
Es curioso cómo el miedo y la desconfianza iniciales hacia esos seres que perturban el equilibrio de una cocina limpia se convierte rápidamente en ternura y acompañamiento. Las arañas pasan de ser enemigas en una realidad esterilizada a amigas en el recuerdo. La limpieza se ha transformado en asesinato. El rechazo a la realidad exterior se transmuta a través de las logradas imágenes - el columpio y los trapecios de sus venas de plata - y un equilibrio en el uso de los recursos - anáforas y paronomasias (ya yo), personificaciones y aliteraciones (la cocina late lenta) - en una realidad interior triste - la búsqueda del mar, la sed - y solitaria. El deshollinador, aunque eficaz, no se parece…