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Castilla rural (IV) Vivir en el pueblo

La jara ha invadido los otrora claros pastaderos entre las viejas encinas del monte. Algunas carrascas nacen aquí y allá, los antiguos caminos se han perdido y solo se mantienen transitables aquellos que utilizan los todoterrenos de los cazadores. Abunda el corzo y el jabalí, y las batidas hacen rentable el coto. Las suertes de leña se reparten entre los empadronados; un sábado de marzo, si no llueve, las motosierras trabajan a destajo: se limpian y cortan los troncos sin marcar y se guardan algunas ramas para hacer gavillas; el resto, se quema.


En las casas nuevas hay chimenea y barbacoa. Cada vez quedan menos casas viejas. Todos los años se derriba alguna: este otoño, la de Marcos, en la plaza. Son caserones enormes, de adobe y mampostería, con remiendos de ladrillo. Durante el derribo, sale a la luz su esqueleto de madera, los techos de barro, unos sacos vacíos de rafia en la cámara, las paredes enjalbegadas, las cuadras, las cortes de cemento, el pajar, los baldosines de la cocina y del baño nuevo de los abuelos. En un par de días, una excavadora y un camión se habrán llevado siglos de historia. De intrahistoria, puntualizaría Unamuno. Si no se ha quedado alguien de la familia con él, un solar desalmado espera comprador. Se venderá bien, el pueblo está a poco más de una hora de Madrid.


Lentamente, se levantan más casas nuevas. Si se tiene espacio y presupuesto, con merendero. Se habitarán, cuando llegue el buen tiempo, algunos puentes y fines de semana y, seguro, la semana de las fiestas. A diario, en invierno, no se ve un alma. Cada vecino –un par de agricultores en activo, algunos matrimonios de jubilados con piso en la capital, unas cuantas viudas de misérrima pensión, dos o tres ocupados on line– está a lo suyo. Todos los viernes por la tarde, hasta en pleno invierno, se abre el bar, el antiguo teleclub del edificio de las escuelas, y se prepara una buena merienda. Algunos no se apuntan nunca: no todos se llevan bien.


Como decía, los viernes, si se anuncia buen tiempo, llegan los de fuera, casi todos de Madrid. Mira, han venido estos, y aquellos. Me han dicho que la Luci, la madre del Moreno, está ingresada, y que por eso no viene. El hijo de Nieves está aquí entre semana, debe de estar estudiando la oposición. La Presen me ha contado que sale al pescadero y al frutero, y que es muy majo. También hay gente en la casa del Nene: debe de ser su nieta, que trabaja por internet. Mira cómo tiene el jardín Alberto, siempre tan cuidado; qué hombre tan trabajador, y su mujer igual, pero no pisan el bar, no pueden ver al alcalde. Me han dicho que el que vive en la casa de las eras, en la prefabricada, el del deportivo amarillo, es bombero. No sé, es muy raro, nunca sube las persianas. El otro día vinieron dos chicas preguntando por él...


Hace unos cuantos años que desapareció del pueblo el último rebaño de ovejas. Carlos quitó las últimas vacas hace un par de años. Quedan unas pocas gallinas, cada vez menos. Los gatos pululan por los tejados de una casa a otra. Una paloma turca zurea incansable en lo alto de un poste de la luz. Decenas de gorriones buscan cobijo y agua junto a los jardines de las casas nuevas; afuera, en el campo, se han perdido las fuentes y los regatos, las vertederas voltean la tierra hasta el borde de los caminos y los herbicidas asolan los sembrados. La cigüeña –parecería que nada hubiera cambiado– enseñorea el nido del campanario. Hace años que no veo un escuerzo, ni un erizo, ni un abejorro.


Ya casi no importa de dónde seas; el pueblo se parece cada vez más a una urbanización. Los jubilados –algunos ya se han instalado para toda la temporada– pasean orgullosos con sus nietos. Las calles se animan, qué tal, ¿y la Luci, cómo está?, ya lleváis bien la casa nueva, el pueblo está más limpio que nunca, sí, el jueves pasó la máquina de la mancomunidad, han cortado los chopos del río, sí, se lo habían dado a una empresa, lo comido por lo servido... El sábado se abre el bar, unas cervezas, aceitunas, patatas fritas, cacahuetes. ¿Cómo va el huerto? ¿Ya has plantado algo? Que te digo que todavía hiela; el año pasado se me helaron todos los tomates a primeros de mayo... El domingo a mediodía, todavía hay algo de jaleo. Por la tarde, las calles se quedan desiertas, como un escenario después de la representación.


Castilla rural
Fuente: s2. Edición por Revista BuCLE

Galaor de Langelot

2 comentarios

2件のコメント


ゲスト
3月30日

Los pueblos ya no son lo eran, como casi nada, por otra parte. Ni Azorín hubiese sabido describir tan bien el estado actual de esos reductos del alma. (Tuvo la suerte de no vivir para verlo.)

Nunca el ser humano ha sabido a ciencia cierta qué es lo que persigue en esta vida; ahora, yo creo, lo desconoce más que nunca... Menos mal que no dispone apenas de tiempo para pensar.

Y menos mal que nos queda el bar (ese cuchitril en la plaza del pueblo) que nos permite un garbeo mientras conocemos las últimas novedades de los vecinos (de los que olvidaron el rencor y las rencillas), mientras se toma un chato de vino peleón. Y las cigüeñas, claro,…

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ゲスト
3月29日

Un placer leer el artículo en esta tarde de viernes, eso si en casa, sin bar de pueblo

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