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Castilla rural (III) Viticultores y bodegueros

En la Castilla rural, el mundo del vino es otro mundo. Si no, intenten comprar una hectárea de viñedo, con sus derechos y todo eso. Tengo que admitir que este subsector me es totalmente ajeno –Nada de lo humano me es ajeno, dijo Publio Terencio–, por lo que mi opinión está construida sobre el noticiero, dimes y diretes sin contrastar y viejos recuerdos familiares. 


Mi abuela paterna, maestra de la Segunda República, todavía heredó varias tierras en el término de la Cueva de Roa y alrededores. Una de ellas la mítica Cercona, regada por el Duero por su pie. Cuando, con más de noventa años –la memoria perdida– mi abuela se asomaba a la ventana de la residencia de ancianos donde vegetaba, nos decía: «Mirad, este año ya han florecido los almendros de la Cercona». A mi abuela, como les decía, también le llegaron algunas tierrecillas de las de antes de la concentración parcelaria: mi padre, al pasar en coche por la N-1 cerca de Gumiel de Izán, comentaba que por ahí, entre los pinos, tuvimos un viñedo. También nos contó que a su tío Probo, el hermano de mi abuela, el que no estudió, el que se quedó con la labranza, le gustaba más ir a Aranda a comer lechazo que ir a trabajar, por lo que Pedro, el obrero, se fue haciendo con las fincas poco a poco. A finales de los sesenta mi padre vendió las últimas cuatro tierras de mi abuela para terminar de pagar una casa en Peñafiel, sin imaginar que ahora valdrían un potosí.


​Mi padre, que se hizo también maestro, como tantos hijos o nietos de agricultores de mediana hacienda, nos hablaba de las bodegas de la Ribera como ese sitio donde los hombres disfrutaban como enanos. Se juntaban con cualquier excusa, llevaban lo que fuera –unas latas de sardinas y unos huevos cocidos, un chorizo o unos trozos de jamón, lomo de la olla si había suerte, y una buena hogaza– llenaban la jarra y, algunos días, les amanecía. El que contaba y decía con gracia, era el alma de la fiesta. El que sabía cantar, el rey.


​Ahora, aquel vino que calentaba el corazón y la cabeza engorda las cuentas corrientes de propios y extraños. Todo ha cambiado. Para mejor. Se mima la viña y la uva, se controla científicamente la elaboración del vino y los nuevos caldos son magníficos productos que se exportan a medio mundo. Grandes capitales planean como buitres sobre los mejores pagos. Hasta los chinos vienen a estudiar el asunto y tratan de meter baza. Los viticultores son agricultores de primera división y los bodegueros –y las bodegueras–, empresarios de postín. Los visitantes de las viejas y nuevas cavas destilan el fervor de los peregrinos que bajaban a las criptas y atravesaban las catedrales.


​Entre los feligreses hay de todo: los aspirantes a enólogos, que te aconsejan un vino como si te estuvieran iniciando en una secta; los entendidillos, que conocen este nombre y aquel y se leen artículos en internet; y los desangelados como yo –con los que el negocio se iría al garete– que, cuando se habla de vino, piensan en el misterio de la transubstanciación.


En cualquier caso, sé que sentarse a una buena mesa y no probar el vino es privarse de uno de los placeres de este mundo, hacer un poco el panoli, olvidarse de aquellos hombres que cantaban alegres en las viejas bodegas, renegar de una tradición milenaria. Por eso, si se abre una botella de vino, alzo mi copa. Al fin y al cabo, hombre soy.


Galaor de Langelot

4 comentarios

4 comentarios


Invitado
22 mar

Hubiera escrito

si las vides nuevas no me hubieran recordado a las viñas viejas,

a los viejos tiempos,

a mi viejo...,

la piel, corteza nudosa,

la cabeza sueño.


Al viejo nuestro,

entonando con media sonrisa,

las dianas de vendimias:


-Ya no hay peces en el Duero

ni barbos en la Beata

los ha cogido "Pifanio"

y salen con cuatro patas

por eso la gente alegre

lo canta por colombianas.

Oye mi voz,

oye mi voz, tía Damiana.


-¡Qué pesado este hombre,

todos los años

con el pozo la Beata de las narices!


La media sonrisa se abría, y el tono de voz se elevaba:


-"¿Por qué lloras, hijo mío?",

le pregunta la Damiana.

"El abuelo está pescando

unos peces como…


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Invitado
23 mar
Contestando a

Me gusta especialmente la primera intervención a tu comentario: lúcida, sentida, agazapada, tremenda... Gracias por transmitirnos ese sentir.

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Invitado
22 mar

Perfecto. Cierto. Una aventura a mejor: un buen nuevo negocio.


Yo veo a los bodegueros y compinches celebrando en sus bodegas (¿quiénes les prepararon los chorizos, los quesos, las longanizas para acompañar sus vinos bajo esa humedad tan de sepulcro, tan característica?) Hay un machismo ahí muy sutil o muy cantado, no sé. Pero yo lo viví.

Ese tiempo de bodegas, con pincho también, se va acabando, porque las nuevas generaciones prefieren brindar por una nueva iPad.. luego qué pasará, yo no sé: no creo que la flamante I.A. quiera ser un poco borrachuza, no sé, lo dudo.

Pero quienes supimos saborear aquellos momentos libres de bodegas generosas no olvidaremos nunca la suerte que tuvimos, y lo que disfrutamos: éramos…

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Invitado
22 mar

En una bodega siempre hay que beber vino para no dar la razón al viejo refrán que escuchaba en mi infancia en casa: "El que a la bodega va y no bebe, burro va y burro viene". Una delicia el artículo,

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