Estimado señor Kafka Löwy:
¿Qué tal está usted? Por la presente le escribo desde una pequeña ciudad de España, Burgos. Está a unos 200 kilómetros al norte de Madrid. El clima es continental extremo, aunque este noviembre está resultando más suave que otros años; seguramente, este otoño burgalés se parece a los otoños de Praga. He releído estos días algunas de sus novelas. En la introducción a La metamorfosis se dice que empezó a escribirla el 17 de noviembre de 1912, y que la terminó a principios de diciembre. También se informa de que usted falleció el 3 de junio de 1924. La metamorfosis, por si no lo sabe, está considerada una de las grandes novelas de la literatura universal; se edita y reedita continuamente con eruditas introducciones. Este año, 2024, se ha conmemorado el centenario de su muerte en todo el mundo; yo prefiero recordarlo escribiendo febrilmente las páginas de ese relato inmortal en noviembre de 1912.
Los críticos de su obra lo han calificado de profeta de la modernidad. Usted vivió, aunque no fue llamado a filas debido a su precaria salud, la Primera Guerra Mundial. Después, entre 1939 y 1945, hubo otra gran guerra, la cual también perdió Alemania, que colocó definitivamente a EE. UU. como primera potencia del mundo. Desde hace unos años, China le disputa la hegemonía internacional. Todo el sureste asiático avanza como una locomotora. Europa, su vieja Europa, se queda atrás. Dicen que usted sabía leer los signos de los tiempos, que en sus novelas describe como nadie el sometimiento del hombre contemporáneo a unas fuerzas frías e imparables, a una burocracia insomne; nos dibuja un hombre perdido en los laberintos del capitalismo. Todas sus profecías se han cumplido con creces: el imparable progreso material ha cercenado sutilmente la libertad de los ciudadanos. No se imagina hasta qué punto los medios de comunicación de masas se han sofisticado y han embrutecido a la población. Nos estamos convirtiendo en los cerdos atiborrados del palacio de Circe.
Pero volvamos a noviembre de 1912. Se ha empezado usted a cartear con Felice. Felice Bauer. La había conocido en casa de su amigo Max Brod, el 17 de agosto. Se conserva una fotografía de ustedes dos juntos. Ella tiene las piernas cruzadas bajo una falda larga. El brazo izquierdo descansa sobre un bolso negro que reposa en su regazo. Los dos miran fijos a la cámara. Felice no llenará sus soledades, ni aliviará su angustia, su debilidad, el menosprecio de sí mismo.
La omnipresente figura de su padre emborrona toda su vida: hasta 1919 no fue capaz de escribir la Carta al padre que, también, por si no lo sabe, se convertirá en un escrito de referencia en la literatura europea posterior. Usted, realmente, no era un Kafka, sino un Löwy. Por eso he añadido su segundo apellido en el saludo. Solo los especialistas lo recuerdan. Su tío favorito, su tío Siegfried Löwy, el médico rural, era la antítesis de su padre. A usted le gustaba curiosear en la magnífica biblioteca de su tío materno, pasear con él por los caminos de Triesch, abrirle su espíritu apesadumbrado. La afición de su tío por estar al aire libre lo llevó a usted, incluso, durante unos meses, a trabajar de jardinero… Hay tantos aspectos de su vida con los que me identifico... Tantas advertencias que deberíamos haber tenido en cuenta… Y, a pesar de ello, un siglo después, no hemos aprendido nada.
Usted escribió miles de cartas. Por ejemplo, el 20 de septiembre de 1912 escribió la primera de las 350 cartas que envió a Felice. Además de 150 postales. Una carta o una postal cada cuatro días. Si supiera usted en qué se ha convertido el género epistolar un siglo después… En EE. UU., su presidente acaba de nombrar al hombre más rico del planeta, Elon Musk, responsable del Departamento de Eficiencia Gubernamental. Este hombre controla una red de mensajería instantánea que utilizan más de 350 millones de personas. Se llama X. Sí, X. Es el sistema de información más influyente del mundo. Cualquiera puede participar en él. Los mensajes no pueden tener más de 280 caracteres. Parece el argumento de una de sus novelas, ¿no cree? Una situación kafkiana, se dice ahora. Un tour de force a la estulticia humana: nosotros mismos construimos el laberinto y lo hacemos de forma totalmente consciente.
Entre esas miles de cartas, hay unas muy especiales. Unas cartas que han desaparecido. En el otoño de 1923 usted se instaló, ya jubilado, junto a Dora Diamant, su última compañera, en Berlín. Su tuberculosis estaba ya muy avanzada. Le gustaba pasear por el parque Steglitz. Uno de esos días, se paró a observar a una niña que lloraba desconsoladamente. No pudo evitar preguntarle qué le pasaba. La niña había perdido su muñeca. Entonces, su corazón y su imaginación de escritor se dispararon. Quien consuela a un niño puede consolar al mundo. Le preguntó cómo se llamaba. Se inventó apresuradamente que su muñeca se había ido de viaje, que usted era el cartero de las muñecas y que, precisamente, había llegado una carta para ella. Se la traería al día siguiente al parque. Así, durante varias semanas, ante la admiración de Dora, escribió decenas de cartas para esa niña como si le fuera la vida en ello, como en aquella manöverleben de los otoños de Praga en la que nos dio lo mejor de usted mismo. Tenemos tanto que agradecerle, señor Kafka…
Lo que no tengo claro es dónde tengo que enviar esta carta, porque yo soy católico, y los católicos, si hemos sido buenos, ya lo sabrá, vamos al Cielo. No sé dónde van los judíos buenos. Sé que en sus últimos años profundizó en el conocimiento de su religión, y que se interesó por el movimiento sionista. Incluso planificó un viaje a Palestina. Si supiera lo que les pasó a los judíos pocos años después de que usted falleciera... Si supiera lo que les pasó a algunos miembros de su familia... Si supiera lo que conllevó el sionismo...
Si supiera... Lo echamos tanto de menos, señor Kafka.
Afectuosamente suyo:
Galaor de Langelot
En San Leonardo, provincia de Soria, a 18 de noviembre de 2024
Qué bonita carta, amigo Galeor, qué hermosa reflexión.
Sí Kafka, en su capacidad profética, hubiese podido vislumbrar el horror de este mundo venidero, el poderío y el peligro de X, el estado actual geopolítico del mundo, la mala saña de muchos judíos hoy, el desamparo de tantos que han perdido la identidad, la dignidad, el atisbo de un por qué a sus miserables vidas... ; también una muñeca irrecuperable sin misivas de consuelo.
Sí Kafka pudiera... Trocaría X por K, intereses por "Proceso(s)", padres malos por tíos buenos, escarabajos perplejos por muñecas rescatadas, coronavirus por tuberculosis (hoy curable), amantes frívolas por hermanas cariñosas, bombas amenazadoras por cohetes de confeti...
Oh, si Kafka pudiera, supiera... Se moriría otra vez, pero más…
Mientras Kafka le contesta, no deje de escribir, como él, a las niñas que ya no existen en nosotras, a ver si reaparece algo de nuestra infancia, por las noches, en la almohada...
Soñar, dormir, morir...
España es un país de no sé cuántos millones de cadáveres amortajados entre pantallas...