Una caricia, un verso, un estremecimiento de amor para este entrañable amigo que recorre, a tientas y en silencio, nuestra bendita vieja ciudad.
Se llamaba Carlitos;
se llama Carlos.
Punto y aparte.
Se tambalea con su bolsa repleta
de yogures.
Se abraza a su madre,
su novia de oro,
para alcanzar el hogar,
el punto cero del amor.
Se llamaba Carlitos,
se tambalea;
ha adelgazado mucho:
se llama Carlos...
se tambalea.
Resiste bajo los abrazos de todos,
bajo el brazo de su novia vieja,
bajo el arrullo de los parabienes
de los que le quieren.
Se llama Carlos (ojos que relampaguean
ámbar de avellanas);
sobrepasa el escalón de la Chistera
(susto en la sombra);
acompaña, divertido,
la música de dentro,
de ese sombrero gracioso
que es magia de magos
sin varita y sin conejo.
Se tambalea Carlos, pero resiste.
Se va con sus yogures
y con la guitarra muda que no pudo tocar;
con sus ojos de almendra y avellana que
un día
se perdieron en el trajín imposible
de un acordeón que se puso mudo de repente
porque se le escapó de las manos,
cual arena aleve del leve mar;
esa espuma de olas
que le prometió toda la felicidad del mundo,
Felicitas ella,
mas no fue.
Incongruencias de la vida,
divertimentos del destino,
entretenimiento de los malos hados...
¿Dónde la flor?
Se llamaba Carlos; se llama Carlitos.
Es él: ojos almendra-avellana que queman,
miel que no alcanza boca,
acordeón hecho guitarra,
sonido sordo de todo lo que puede sonar a
Amor.
Se esconde la luna
porque brilla él.
AnRos
El poema es magnífico. Me ha venido a la cabeza otro poema, A un río le llaman Carlos, de Dámaso Alonso. También los ojos de este Carlos invencible parecen guardar el secreto del vivir. Se sigue llamando Carlos, sube un bordillo, nos mira, suenan viejas melodías y una maravillosa luz envuelve al afortunado transeúnte. Carlos se tambalea, pero la vida fluye impetuosa por sus ojos. Gracias, Carlos.
Yo también veo algunas veces a Carlos por ahí, por la Calera, o por San Pablo. Muchos lo conocemos y reconocemos esos ojos tan especiales. Lo vemos en pie y nos entran ganas de llorar, y nos entran ganas de luchar, de seguir luchando.