1.ª edición: 2005. Editorial Henry Holt and Co. Nueva York. EE. UU.
Ejemplar leído: Círculo de Lectores, 2006, traducción de Benito Gómez Ibáñez. Por cortesía de Editorial Anagrama.
Paul Auster nos cuenta la vida de varios personajes anónimos que viven, la mayoría, en la ciudad de Nueva York. La acción transcurre –el tiempo interno, diría el narratólogo– durante algo más de un año, entre mayo del año 2000 y septiembre de 2001. Septiembre de 2001, ya saben. Vamos conociendo progresivamente sus vidas, y asistimos a cómo se entrecruzan los destinos de todos ellos: unas veces es por una simple cuestión genética; otras, por una sorprendente casualidad; las más productivas, aquellas que surgen de la voluntad de establecer una nueva relación. Son personas de clase media y trabajadora, con una vida más o menos desahogada: algunos con unos cientos de miles de dólares en la cuenta, otros con dificultades para pagar las facturas, como dicen por allí. En la gran ciudad de Nueva York, el señor Pasta Gansa es el rey.
Paul Auster también nos regala algunos capítulos por la América rural, lo que le da la oportunidad de insertar muchos de los esperados tópicos yankis: el amor a los coches y a la mecánica, los bares de carretera, hombres duros y trabajadores, el césped impoluto, mujeres fuertes y decididas. En cualquier caso, urbano o campestre, no es el escenario lo importante en esta novela sino –como en todas las buenas novelas– la forma de contar.
El personaje central, Nathan Glass, el tío Nat, asume en primera persona la voz narrativa. Es un judío descreído que ha trabajado como agente de seguros de vida de la compañía Mid-Atlántic. Tiene 59 años y lo acaban de jubilar tras diagnosticarle un cáncer de pulmón. Divorciado hace unos años, ha discutido recientemente con su única hija, Rachel, y busca un sitio tranquilo para morir. Así comienza la novela: Estaba buscando un sitio tranquilo para morir. Nathan es un tipo inteligente, mordaz, observador, reflexivo, tímido; su profesión, aparentemente anodina, le ha enseñado mucho y sabe cómo enfrentarse a situaciones difíciles. Su enfermedad le lleva a asumir pequeños riesgos, lo que provocará una cascada de acontecimientos a través de los cuales vamos descubriendo la vida interconectada de esas decenas de personajes.
La forma de contar del tío Nat es galdosiana, cervantina. Una fina ironía recorre todo el libro. Su gran corazón se hace presente en párrafos de una bonhomía desmedida. Tampoco faltan las referencias al lector, a quien Nathan tiene un profundo respeto. Y hay humor, sonrisas, alguna carcajada, múltiples e interesantes referencias literarias, sexo limpio, exaltación de la amistad, tolerancia, conciencia de las debilidades humanas y una continua exhortación a la búsqueda de la felicidad.
He disfrutado mucho con esta novela y he apuntado un montón de cosas interesantes, pero, si no tienen intención de leerla, al menos reflexionen un momento sobre el siguiente párrafo: son los consejos que Nathan da a su nueva pareja, Joyce, cuando esta le pregunta qué puede hacer tras enterarse de que su hija Nancy –divorciada y con dos hijos– y Aurora, sobrina de Nathan, también divorciada y con una hija, se han enrollado. Ambas viven temporalmente en casa de Joyce –es una casa grande–, las ha visto juntas en la cama sin que ellas la viesen, y, como les decía, no sabe qué hacer. Está dispuesta a echarlas de su casa. Esto le contesta Nathan, aparentemente sin venir a cuento:
Acabarías lamentándolo durante todos los días de tu vida. No vayas por ese camino, Joyce. Intenta encajar los golpes. Lleva la cabeza alta. Que no te tomen el pelo. Vota a los demócratas en todas las elecciones. Pasea en bici por el parque. Sueña con mi cuerpo inigualable y perfecto. Toma vitaminas. Bebe ocho vasos de agua al día. Apoya a los Mets. Ve mucho al cine. No te mates a trabajar. Haz un viaje conmigo a París. Ven al hospital cuando Rachel tenga el niño y coge en brazos a mi nieto. Cepíllate los dientes después de cada comida. No cruces la calle con el semáforo en rojo. Defiende el débil. Hazte valer. Recuerda lo hermosa que eres. Acuérdate de lo mucho que te quiero. Bebe un whisky con hielo todos los días. Respira profundamente. Mantén los ojos abiertos. No comas grasas. Sueña con el sueño de los justos. Recuerda cuánto te quiero.
Una buena lista, ¿no? El tío Nat sí sabe lo que hay que hacer.
D.S. Martin
(Él luchó por sus ideas siempre justas, un tanto pueriles también, al sentir americano: simplemente, no entendía la maldad.) ( Por cierto, ese libro sí lo leí hace tiempo, aunque mi memoria flota entre las nubes del más acá, como siempre. Pensé que te referías al último, que aún no he leído. Gracias por recordármelo.)
Puro Paul Auster, sí. Tengo el libro aparcado en la librería. Algún día lo abriré: me apabullará con esas ideas y esas imágenes que tú comentas. Pensaré que él murió feliz, arropado y animado por esa mujer irrepetible que él tuvo. Nos enseñó la vida a través de la suya y de la de su hermano y la de su hijo (creo) , a los que tanto arropó y defendió. Puro Paul Auster, pienso, nuestro excelso Cervantes de ojos verdes y sonrisa jugotona y y esperanzada.