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Árboles como hombres

Canta Juan Ramón Jiménez en su poema Espacio: «Y un árbol sobre un río .¡Qué honda vida la de estos árboles; qué personalidad, qué inmanencia, qué calma, qué llenura de corazón queriendo darse...!». Sí, los árboles son como hombres.


Hace ya muchos años, nuestras correrías por las montañas del norte de España y la visión de las parameras castellanas nos llevaron a un grupo de amigos a crear la asociación Elzéard Bouffier. Un nombre raro para una asociación juvenil. Es el nombre del protagonista de un cuento de Jean Giono, un escritor francés nacido a finales del XIX. Elzéard Bouffier es El hombre que plantaba árboles. Como él, nosotros también plantamos muchos árboles, más de cien mil. En Vivar del Cid, Cayuela, Villamiel, Villaverde del Monte... Ahora, esos árboles, en las vaguadas, han formado densos bosquetes donde se refugian las corzas.


El bosque sigue siendo un espacio sagrado para el hombre. Fue nuestra primera casa. Poco a poco, los biólogos, los ecólogos, los filósofos, empiezan a descubrir sus misterios. Los árboles, en el bosque, forman sólidas comunidades. Se comunican a través de los olores, de las sustancias que fluyen por sus vasos, de lentas corrientes eléctricas. Se avisan de los peligros, de la presencia del enemigo, gritan. Abajo, junto a sus raíces, fluye un tiempo profundo, un universo subterráneo donde las hifas construyen redes infinitas y millones de seres diminutos trabajan infatigables.


Los árboles son nuestros primos lejanos y, en los jardines, se sienten abandonados. Cuando camino por el paseo de la Isla siempre me paro a saludar a dos viejos conocidos. Son el ginkgo y la secuoya. El ginkgo pertenece a la única especie superviviente de un orden botánico cuyos ejemplares existieron desde el Mesozoico, hace más de 200 millones de años. Es un fósil viviente. Eso dice de mí también mi encantadora novia. La secuoya recibe su nombre de un jefe indio cheroqués, conocido por Seequoiah, que inventó un alfabeto con el cual se pudo escribir la lengua de su tribu. La secuoya es un vieja colosa, una giganta bonachona con alma de filóloga. Conozco a unos cuantos árboles más, pero no quiero aburrirles con mis andanzas de jubileta.


Estos días de otoño los árboles lucen sus mejores galas. Ahí están, en los parques, tan solos. Son seres maravillosos, como los hombres. No, mejores. Los árboles no hacen declaraciones.

Fotografia realizada por El socio n.º 3

El socio n.º 3

4 comentarios

4 Comments


Guest
Nov 17, 2023

Iba a empezar yo diciendo que he buscado "hifa" en el diccionario y me he quedado como estaba, es decir, con mi "imaginación"...

Pero me ha asaltado, antes de la primera palabra, un añadido tecnológico que se aviene de mal a fatal con el tono -inmarcesible amigo nostálgico- de su artículo...

A saber: 5 estrellas en blanco y una orden: "Agrega una calificación". Así que aquí también hay que operativizar... Con lo felices que éramos todos con nuestros monólogos umbilicales "cualitativos"...


Y en cuestión de árboles, más que de Juan Ramón, ombligo monologuista donde los haya, soy de Marcos Ana, que yo de joven, tan libre como cualquiera de ustedes, no plantaba ni pintaba nada, y filosofaba sólo de doming…


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Guest
Nov 17, 2023

Buen texto y muy interesante. Enhorabuena. Siempre es un placer leer al socio n.° 3.

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Guest
Nov 17, 2023

Los árboles, sí, son como una primera manifestación de esta vida tan extraña que poseemos y no entendemos... No pongo en duda que, quizás, será también la última. Árbol, viejo amigo, explícame de dónde vienes, a dónde vas; quién soy yo ahora, dónde estaré manana... Los árboles están ahí para restregar nuestras lágrimas cuando lloramos: son las respuestas a esas preguntas que no osamos formular.

Bonita reflexión, socio amigo.

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Guest
Nov 17, 2023

Gran poder evocador el de tu escrito estimado socio nº3. Pasé mi juventud como emigrante durante muchos años, lejos de mis paisajes castellanos y me ocurría lo que contaba Ismael de Moby Dick, necesitaba dejar atras la melancolía embarcándose pacíficamente. Yo necesitaba respirar el olor de las hojas de los chopos en invierno, el del musgo. Sentir el frío de los días soleados de diciembre y escuchar el rumor de las ramas, del río y de los gorriones cantando. Necesitaba envolverme con mis paisajes que tanto añoraba.

Decía Delibes que era como los árboles: "crezco donde me plantan. Hasta tal punto, que si un día me alejaran de Castilla no acertaría a vivir". Yo, mal interprete a mi maestro, …


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