Por lo tanto, tres son los estratos que aparecen claramente en un primer análisis de nuestra vigilia: la criptovida, la vida social y la vida privada.
La criptovida sería, a la espera de un estudio más pormenorizado, esa existencia íntima que hunde sus raíces en la vida subconsciente y que forma el subsuelo de nuestra personalidad como el silicio y el aluminio forman el subsuelo de los continentes. Es la vida secreta, esa que raramente compartimos con alguien y que, cuando lo hacemos, nos arrepentimos. Los materiales que forman ese primer estrato surgieron en las grandes erupciones de nuestra forma de ser: pecados mortales, delitos graves y profundas mezquindades, todos cometidos a sabiendas, de los que nunca hemos rendido cuentas; se han enfriado lentamente en el silencio de las profundidades de nuestro vivir y, en inesperados movimientos sísmicos, nos hacen temblar de vez en cuando de pies a cabeza. El pórfido rojo de la perfidia, la obsidiana negra de los amores fingidos, la piedra pómez de las amistades traicionadas, el verdoso basalto del egoísmo. Sin embargo, por aquí y por allá alguna hermosa formación intrusiva se intercala entre las antiguas vilezas: el granito cristalizado de la lealtad, el granito blanco de la rectitud, el granito rosado de la fortaleza. Como en las grutas altomedievales, entre las rocas que pavimentan nuestra vida custodiamos también lo mejor de nosotros mismos, nuestras propias reliquias.
Un solo ejemplo de aquellos pocos creadores que han logrado bucear por las acuáticas cavernas de la criptovida: el poemario Trilce, de César Vallejo. En el poema LXXV, puede leerse: Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.
Por otro lado, nuestro cotidiano vivir en sociedad va formando distintas capas de sedimentos. La datación temporal de esos conglomerados vitales es fácil de establecer a través de sus restos fósiles: fotografías en papel en viejos álbumes que ojeamos raramente con una mezcla de recelo y nostalgia; souvenirs –una figurita, una camiseta, un imán del frigorífico– que resbalan por nuestra mirada, siempre apresurada; libros que leímos cuando éramos otros y que siguen ahí, en la estantería; cartas manuscritas, postales, partituras, diarios y proyectos de escritura interrumpidos por la desidia. A diario, se generan nuevos sedimentos: lapilli y cenizas de algún olvidado volcán que entra sin avisar en erupción, arenilla que cae de nuestros bolsillos tratando de excavar un túnel hacia la libertad, la arcilla fresca de los nuevos planes y amistades, las rosas de la fantasía en el desierto de la desilusión. También se acumulan extraños y valiosos sedimentos orgánicos: oleaginosos lagos de antiguos amores, turberas de largas enfermedades, rencillas ancestrales y negras como el carbón.
En términos generales, la literatura que aborda la vida sedimentaria es la literatura realista. Cualquier párrafo de Galdós es una muestra representativa. Por ejemplo, en Tristana: Sin ninguna ocupación profesional, el buen don Lope, que había gozado en mejores tiempos de una regular fortuna, y no poseía ya más que un usufructo en Consuegra, junto al río Amarguillo, cobrado a tirones y con mermas lastimosas, se pasaba la vida en ociosas y placenteras tertulias de casino, consagrando también metódicamente algunos ratos a visitas de amigos, a trincas de café, y a otros centros, o más bien rincones, de esparcimiento que no hay para qué nombrar ahora. Vivía en lugar tan excéntrico por la sola razón de la baratura de las casas, que aun con la gabela del tranvía, salen por muy poco en aquella zona, amén del despejo, de la ventilación y de los horizontes risueños que allí se disfrutan.
Por la acción de distintos procesos vitales, esos sedimentos dan lugar a una serie de pedruscos que conforman nuestra vida privada. Son biorrocas metamórficas de diferente naturaleza en cuya formación interviene, sin duda, la herencia, el entorno social y la presión del tiempo. Surgen así el mármol de la familia, las concreciones de sílex de la amistad verdadera, la anfibolita del buen amor, las pizarras protectoras de las buenas compañías.
El Naturalismo inició a los literatos en el análisis de estas formaciones minerovitales. Pero leamos al azar un fragmento de Nada, de Carmen Laforet: Yo me sentaba siempre en el último banco y a ella le reservaban un sitio sus amigos, en la primera fila. Durante toda la explicación del profesor yo estuve con la imaginación perdida. Me juré que no mezclaría aquellos dos mundos que se empezaban a destacar tan claramente en mi vida: el de mis amistades de estudiante con su fácil cordialidad y el sucio y poco acogedor de mi casa. Mi deseo de hablar de la música de Román, de la rojiza cabellera de Gloria, de mi pueril abuela vagando por la noche como un fantasma, me pareció idiota.
Como les decía, estas vagas ideas pueden servir de punto de partida para concretar el paradigma y las hipótesis que fundamenten la nueva ciencia de la estratigrafía de la vida terrenal y sus correspondencias en el arte de la palabra. La estratigrafía vital sería una ciencia multidisplinar en cuyo desarrollo deberán colaborar especialistas de muy distintas ramas del saber: Psicología, Sociología, Medicina, Geología, Crítica Literaria e Historia del Arte, entre otras muchas. Como comprenderán, esta compleja tarea no está en mis manos, por lo que solo puedo esperar que estos apuntes señalen una nueva línea de investigación de algún audaz departamento universitario, marquen las directrices de algún congreso nacional, incluso hispanoamericano o, al menos, un número especial de alguna revista de renombre cohesione los innumerables artículos que sin duda surgirán a partir de ellos.
El socio n.º 3
Vale. Me callo. Entorno los ojos. Me rindo... No esperaba yo que tan fluctuoso tema circunvalase por tales derroteros. Excelente.
Menos mal que los libros permanecen intactos, aunque nuestros ojos sean ya otros al volver a acariciar sus lomos.
Magnifico, como siempre. Felicitaciones. Y aunque seguramente la perfidia tendrá reflejos azules, lamentablemente NO existe el pórfido azul.
Válame Dios, señor don Quijote, que tiene usted más vidas que Jorge Manrique y más palabras que los conjuros de todos los encantadores esos de que me habla.
Yo de la nueva ciencia esa que usted dice, y de todas esas rocas, nada sé, ni de ninguna otra cosa... Pero pienso que si alguien la inventara o la hiciera caminar, como yo a mi rucio, bien se merecería el bálsamo de Fierabrás, que lo limpia todo, y en estando limpio el cuerpo y vacío de alimento, la cabeza, por blanda que uno la tenga, ha de quedarse vacía de pecados, cimientos, cementos, arenillas, ponzoñas, dulcineas y tobosos, y hasta de ínsulas baratarias.
Si acaso algún pecado ha cometido usted, es…