En el centro del universo existe una esfera luminosa de unos 7 km de diámetro. Es el Paraíso Celestial. Seguramente sea uno de esos puntos brillantes que podemos observar en las increíbles imágenes que nos proporciona el nuevo telescopio James Webb de la NASA, pero su escasa resolución, a pesar de los avances, todavía no nos permite identificarlo. En ese globo iridiscente, como es sabido, vive una familia de cuatro miembros, multitud de seres alados y las almas de aquellos que han alcanzado la salvación. Es un pequeño mundo donde no existe el tiempo, por lo que es difícil entender la vida cotidiana de sus habitantes. Y es más difícil explicarla, pero lo intentaré.
Al principio de los tiempos, Yahvé, el padre, estaba solo. Fuera de su bola de luz se extendía la nada y la oscuridad. Como se aburría y se le empezaba a agriar el carácter, creó el universo con todas sus estrellas, galaxias y constelaciones. A los pocos días de contemplar su fría y pétrea obra, se percató de que aquello tampoco era divertido, por lo que en uno de los infinitos planetas que había creado, sembró la vida. Para los científicos actuales, la aparición de la vida es uno de los grandes misterios, pero para Yahvé está chupado. Lo cierto es que Yahvé se entretuvo unos días –por decir algo, ya les digo que en el Cielo el tiempo no existe– viendo cómo evolucionaba la vida. El tyrannosaurus y el megalodon le hicieron mucha gracia. Después la Tierra se llenó de pájaros y animalejos. Se fijó en uno muy curioso que vivía en los árboles y se parecía de alguna manera a él mismo y tuvo una extraña ocurrencia: ¿Y si le doy conciencia de sí mismo? Dicho y hecho. Así, surgió el género homo. Al morir, esa conciencia se transformaba en una maravillosa mariposa. Esto sí que parecía algo divertido. Se sentaron los tres a ver qué pasaba con aquellos seres. Porque en realidad, como he anunciado al principio, en aquella casa indiferente a la factura de luz vivían tres. No se sabe muy bien en qué momento Yahvé había engendrado un hijo de su misma naturaleza, Salvatore, y había adoptado a otro, Piolín. En realidad no se llamaban así, pero como la eternidad es muy aburrida se entretenían poniéndose motes que les hacían mucha gracia. De hecho, Piolín y Salvatore, cuando Yahvé se vanagloriaba de todo lo que había creado, le decían: «Ya ves tú qué cosa», y se pasaban una temporada llamándole Yavés.
En fin, los primates del género homo resultaron ser unos animales de una curiosidad infinita. Querían saberlo todo: bajaron de los árboles y exploraron el territorio, desarrollaron fuertes lazos familiares y tribales, fabricaron herramientas, aprendieron los secretos de las plantas y domesticaron el fuego. La curiosidad fue su primer pecado, el pecado original. Poco a poco, los hombres fueron expulsados del paraíso primigenio. Tras el descubrimiento de la agricultura, llegaron las ciudades, la guerra y el hambre. Y solo una tribu, el pueblo de Israel, reconocía a su verdadero Dios, Yahvé. Los hombres estaban desorientados; el Imperio Romano oprimía a los judíos. Todos necesitaban a Salvatore.
Así que Salvatore se hizo carne, y habitó entre nosotros. Nació de una virgen, María, con la intercesión de Piolín, el muy pájaro. Nació pobre en una aldea de Judea y vivió de incógnito, como Supermán, trabajando con su supuesto padre José en una carpintería hasta los 30 años. Cuando empezó a predicar, lo tomaron por un profeta más. Cuando le vieron resucitar a un muerto, algunos se lo tomaron más en serio. Era un provocador y un alborotador, aunque tenía cara de bueno y sabía un huevo; ni a los rabinos ni a los romanos les caía bien, así que lo crucificaron junto a dos ladrones y, colorín colorado, este reyezuelo se ha acabado.
Pero el cuento no había hecho más que empezar. Verba volant. La palabra de Salvatore, al que todos empezaron a llamar Cristo, y que en vida se había llamado Jesús, aunque María, su madre, siempre le llamaba Josua, corrió como la pólvora. Su misión y su doctrina estaban muy claras, y Jesús la había resumido muy bien en el Sermón de la Montaña: los pobres, los mansos, los que lloran, los perseguidos por la justicia como Puigdemont, etc., directos al Cielo; por lo tanto, los ricos, los violentos y los que se ríen, entre otros muchos, al Infierno, a hacer compañía a Luzbel. Los tibios, al Purgatorio; y los niños y los hombres buenos que hubieran muerto sin ser bautizados, al Limbo de los Justos. Aunque algunas de estas afirmaciones no está claro si las dijo Jesús o fueron invenciones posteriores de San Pablo, que intuyó el potencial de la startup del Cristianismo y puso las primeras piedras para la construcción de la Iglesia Católica.
Yavhé, Jesús y María, que había viajado al Cielo inmaculada y en carne mortal, torcieron el morro. Ese no era el plan inicial. Las palabras del Evangelio, la Buena Nueva, se convirtieron en la religión del Imperio, sirvieron de coartada para blanquear las ansias de poder de cardenales, obispos, abadesas y priores. Aunque constituyeron un mensaje de esperanza en este valle de lágrimas y alentaron el incansable quehacer de muchos hombres buenos, también sirvieron de excusa para cometer o justificar crímenes horrendos. Su interpretación dividió a los cristianos: ortodoxos, protestantes, mormones, evangélicos... hasta los amish, sentados en sus mecedoras en el porche de sus granjas, miraban hacia el cielo y se creían en posesión de la verdad. Jesús había prometido a los hombres que volvería, que todos resucitarían en cuerpo y alma y que habría un Juicio Final. La parusía pa cuando, se preguntaban los cristianos en los primeros tiempos. Después, se olvidaron de la promesa de Dios y la mayoría se hicieron cristianos de salón, de bodas, bautizos, comuniones y funerales.
Mañana es Navidad. Esta noche, como todas las noches, miles de mariposas escapan volando de los cementerios. Algunas, de alas blanquísimas, recorren fugazmente el firmamento y entran en el Cielo con la venia de San Pedro, donde revolotearán toda la eternidad contemplando la belleza de Dios, uno y trino, procurando no quemarse con el fuego de los serafines. Otras tienen las alas grises, y aletean apesadumbradas hasta el Purgatorio. Las terribles mariposas de alas negras son conducidas por escuadrones de arcángeles al Infierno. La mayoría, de lindos colores primaverales, preguntan a unos ángeles muy educaditos por dónde se va al Limbo.
Esta noche es Nochebuena, y la familia celestial nos observa con curiosidad: Yavhé se ríe un poco de Piolín –mira, ese dron que acaba de bombardear ese hospital se parece a ti–, Josua contempla desencantado el panorama y le comenta a su mami que, tal como está el patio, él no piensa volver, que esa pandilla de ingenuos se conforme con el misterio de la transubstanciación. María aoja a Yahvé, escucha a Josua, y sonríe beatíficamente: pero qué malafollá tiene el Gran Eunuco –es el mote que ha puesto a Yavhé para sus adentros– y qué redicho me ha salido el Jesusito. Piolín se hace el sueco, mira con pena a los humanos y quiere volver a la Tierra para insuflar su fuerza a los confirmandos, a los incansables curas rurales, a las Hijas de la Caridad, a las voluntarias de Cáritas, de los comedores sociales y de las colas del hambre, a los irreductibles misioneros dispersos por el mundo; a los ángeles de la guarda, que cobran el salario mínimo y están desmotivados. Pero su papi no le deja; Piolín envidia el vuelo de las almas puras.
Los cuatro escuchan los gritos de socorro de los que se ahogan tratando de llegar a Europa, su paraíso: invocan a Alá. Pero a Alá no se le ve por ningún sitio y por un momento, un momento de la eternidad, ellos también se sienten solos y abandonados como los hombres. Su mundo y nuestro mundo son dos minúsculas bolas de cristal, una blanca y otra azul, en el inmenso árbol de Navidad del Universo. Los cuatro siguen mirando en silencio nuestro planeta un rato, un rato celestial, y se pasan una triste bota de vino mientras los angélicos coros entonan un villancico para la ocasión: Ande, ande, ande, la Marimorena...
El socio n.º 3
¡BLASFEMOS!!!
Curiosa, original, divertida, irreverente y también un poco triste y desesperanzadora la ocurrencia del socio n. *3 para explicarnos lo que no tiene explicación, lo que duerme eternamente entre lo meramente maravilloso, lo increíble por pura lógica y lo creíble porque sí.
Voy a decorar este año mi reciclado árbol de Navidad (comprado a los chinos hace ya...) con mariposas de papel de seda de todos los colores; voy a utilizar el secador del pelo (que nunca uso) para darles aire a sus alas y, así, hacerme la ilusión de que mi árbol es el Paraíso que yo solita me he inventado.
Feliz Navidad
(con o sin mariposas) para ti, socio genial, y para todos los que te seguimos en…
Si pudiera, me reiría.
Si pudiera, lloraría a carcajadas.
Revoloteando, tras un buena parada en el purgatorio, imagino alada la conciencia de Juan Ramón Jiménez. Seguro que la familia esta le ponía algún apodo: el del burro, el burrito sabanero. Andará persiguiendo a la pobre Zenobia, que -ni en el paraíso puede estar tranquila- va a darle a María una clase de feminismo y al "Yavés" de coherencia: si en el limbo de los justos no estás tú, vaya disparate de concepción ético-topológica la tuya, chavalote.
Me siento unida a usted por un invisible hilo mágico: esta semana, con el Dios deseado y deseante, ese niño grande, ese dios humano que no quiere morir, sino desear y ser objeto d…