Un bucle de rosas, soles y plantas se entrelaza entre las formas geométricas del cielo. La tierra se refleja –cual espejo– en una profunda desesperación incontrolable. La tempestad pasada y su calma previa agonizan ante el amanecer dorado de una naturaleza incandescente de mármol.
Reflejos borrosos se aúnan esperando la llamada de la luna, alma sensorial de delirios celestiales. La intensidad de la noche es el resultado de la profundidad oscura del mar. Océanos de líneas, esferas y cruces se entremezclan con matices de colores arboreados. Prismas incendiarios de extraños espejos evanescentes modifican la estela de una mente intensa. La geometría floral de un instante absorbe los últimos rayos de luz.
NeiRma
Sugerente reflexión.
La desesperación de la tierra amainará cuando la luz del nuevo amanecer suavice las líneas locas de las rosas encendidas. Otra vez la calma a la espera de una nueva tempestad. Y así siempre: el eterno retorno de lo que siempre se repite y nunca se comprende.
En su línea vanguardista, la escritura semiautomática genera una serie de imágenes que describen no lo visto, sino lo percibido por el ojo atento de la autora. La adjetivación sensorial y sinestésica -colores arboreados -, los neologismos y los saltos semánticos nos trasladan a un mundo onírico donde se diluye el criterio de la lógica. Por unos instantes, el lenguaje recorre los bordes del entendimiento.